A la hora de escribir este artículo, falta menos de una semana para que se abran las urnas en Italia, en una elecciones que tienen a toda Europa, y a medio mundo, en vilo. La campaña electoral, pese al enorme ruido que ha generado, ha cambiado muy poco las tendencias de voto previas, o al menos eso es lo que afirman las encuestas. Lo que hace muy probable que el 25 de septiembre la candidata más votada en Italia sea la lider del partido más ultraderechista de las “tres derechas italianas”, Fratelli d´Italia, que por tanto pasaría a ser la máxima candidata a presidir el nuevo gobierno italiano.
Lejos de ir decreciendo en las encuestas, Meloni, de los Hermanos de Italia, parece haber ido reafirmando su liderazgo en el voto de las derechas, a costa de de La Liga y de un Mateo Salvini que parece en horas bajas, martilleado por la prensa por sus relaciones con Putin (reafirmadas en su declaración reciente de que las sanciones de la UE contra Rusia por la guerra de Ucrania son ineficaces y deberían levantarse), pero también por las críticas acerbas de una parte de su partido (sobre todo en el norte de Italia, que es de donde surgió, con propuestas independentistas) por haber olvidado sus señas de identidad originarias. Tampoco el partido de Berlusconi ha despegado, a pesar del apoyo del PP europeo, lo que favorece también el liderazgo de Meloni, aunque la debilidad de sus aliados podría acabar pasando factura a la coalición de las “tres derechas”, si dos de las patas de la mesa se fragilizan en exceso.
Que el éxito de Meloni preocupa y mucho en Europa, especialmente en la UE, lo demuestra, de forma indirecta, que una semana antes de las elecciones, Bruselas haya decidido, por fin, anunciar duras medidas contra la Hungría de Orban, incluido el no transferirle los fondos europeos que le corresponden, por no respetar aspectos esenciales de las normas europeas, en independencia judicial, inmigración, libertad de expresión, etc. Dado que Orban es uno de los apoyos y ejemplos que Meloni no deja de exhibir, el aviso no puede ser más claro. Si un futuro gobierno italiano, con Meloni a la cabeza, intenta desplegar una política similar a la del húngaro, irá a un choque de trenes con Bruselas. Y desde luego, tendrá serios problemas para acceder a los 200.000 millones de euros que le corresponden de los Fondos Next Generation, cuyo control está indudablemente en la base de la caída de Mario Draghi y las elecciones del 25 de septiembre.
El riesgo para Europa es máximo. Italia es la tercera economía de la UE y uno de sus países clave. Históricamente, además, Italia ha sido un laboratorio político en el que se han anticipado formas políticas que luego se han generalizado en toda Europa y en el mundo (desde el fascio de Mussolini al “compromiso histórico” o la presidencia de Berlusconi, que ya anticipó la llegada de magnates a la jefatura del gobierno, mucho antes de que lo hiciera Trump). Un gobierno de las tres derechas extremas italianas, encabezadas por Meloni, sería un puñetazo en la cara de la UE, una amenaza latente para otros países, en los que la extrema derecha llama a la puerta, un vuelco en las políticas inmigratorias y de derechos humanos en toda la UE, el fin del consenso en muchos campos y la amenaza de discordias constantes (en unos momentos críticos), amén de un respaldo indirecto al regreso de Trump en EEUU y un balón de oxígeno para Putin, que podría ganar en en el interior de Europa lo que está perdiendo en el campo de batalla de Ucrania.
Conforme pasaban los días y se acerca la votación, Meloni, simpatizante de Musolini, ha ido rebajando el tono extremista de su discurso y mostrando una mejor disposición hacia Bruselas, e incluso hacia Ucrania. Pero nada de esto garantizará mucho si se ve con el poder en las manos.
Aunque, no hay que olvidar que Italia es Italia. Ha tenido 70 gobiernos distintos en los últimos 75 años. Y en los últimos años, muchos primeros ministros ni siquiera pasaron por las urnas, como el propio Dragui. Habrá que esperar a que se cuente el último voto y se adjudique el último escaño para saber qué puede ocurrir. Y las presiones externas, de EEUU, de la UE, del Vaticano, de los grandes grupos empresariales italianos, y hasta de Rusia, jugarán un papel a la hora de configurar el gobierno que tiene que hacerse cargo de un país que enfrenta una gravísima crisis energética, una inflación galopante, un nuevo recrudecimiento de la presión migratoria (que ha sido uno de los grandes temas de la campaña) y que sufre un estancamiento que ya dura décadas, obligando a cientos de miles de jóvenes a tener que emigrar año tras año. Y con la guerra de Ucrania a las puertas.
Veremos qué dicen las urnas, qué decide el pueblo italiano.