Lo que parecía una crisis habitual (Italia lleva treinta gobiernos desde 1945), ha acabado revelándose como una jugada mucho más trascendental. Por saber queda si la “solución Dragui” ha sido una respuesta obligada a la inestabilidad provocada por las rencillas partidistas en un momento crítico para el país, o si esas rencillas han sido instigadas deliberadamente para culminar una operación de recambio que ya estaba negociada, y tras la que no es difícil ver la conjunción entre los intereses de Roma, Bruselas, el Vaticano y el nuevo Washington de Biden.
En todo caso, a priori, y a la espera de lo que pueda ocurrir en un tablero tan inestable como el italiano, la elección de Draghi supone algo más que un cambio de primer ministro. Su discurso de investidura apunta a un cambio mucho más profundo. Casi a una “refundación” de Italia.
Italia lleva veinte años de estancamiento económico y expulsando del país a cientos de miles de jóvenes que no tienen un lugar ni un futuro en su país. Mientras tanto, mantiene en pie una administración avejentada y parasitaria, y uno de los sistemas políticos más caro, desvergonzado y corrupto del mundo. Una de las consecuencias más destacadas de todo ello es que el país acumula una deuda externa que supera ya el 125% del PIB, un dogal que cada vez más apunta al colapso, al suicidio. Sobre esos frágiles cimientos, Italia se convirtió hace justo un año en el símbolo y el corazón de la llegada y expansión del coronavirus a Europa. La virulenta explosión de la pandemia en Italia obligó al país a tomar medidas de excepción, sanitarias y económicas, que duran hasta hoy, y que han supuesto un duro quebranto, para un país, que sin llegar a las cifras de España, tiene también una gran dependencia del turismo (13% del PIB), la hostelería, la restauración, etc.
Pero junto a todo esto, no se debe olvidar que Italia es la tercera economía de la UE (no tan lejos de Francia), que el norte alberga uno de los núcleos industriales más potentes de Europa, que tras el Brexit la presencia, estabilidad y solidez de Italia son imprescindibles para la subsistencia de a UE (“sin Italia no hay Europa”, dijo Draghi en su discurso) y que, por todo ello, la UE está dispuesta a desembolsar más de 200.000 millones de ayudas para reflotar al país.
Precisamente la utilización y el destino de esos fondos fue una de las causas principales que desencadenaron la crisis política que acabó con Giuseppe Conti, el “abogado del pueblo”, un hombre popular y querido, pero sin los suficientes anclajes de clase e internacionales como para liderar los cambios sustanciales que Italia debe afrontar. Por ello, en una operación rápida e indolora, le mostraron la puerta de salida mientras se preparaba la recepción clamorosa y casi unánime de Mario Draghi, el exgobernador del BCE, al que en Italia se le conoce como “Súper Mario”, por su capacidad y poder para solventar dificultades, como hace el celebre personaje del videojuego de Nintendo.
A diferencia de Conte, Dragui sí tiene esos anclajes de clase e internacionales que lo avalan, aunque sea un neófito en política. Draghi estudió en los jesuitas, a los que se mantiene muy próximo, y es un hombre en perfecta sintonía con el Papa Francisco, también jesuita, por lo que contará con el respaldo del Vaticano, algo que sigue siendo clave en Italia. Europeísta convencido, artífice de la salvación del euro tras la gravísima crisis de 2008 que colocó a la moneda europea al borde del colapso, Dragui es un hombre que no despertará ningún recelo en Bruselas ni fomentará ningún tipo de euroescepticismo, aunque Francia y, sobre todo, Alemania no olvidarán que Dragui se negó una y otra vez a seguir el camino que querían trazarle como máxima autoridad monetaria de Europa. Banquero de profesión, Dragui cuenta además con un respaldo muy destacado de la burguesía monopolista italiana, que espera de su firmeza y determinación que encare los problemas crónicos de Italia y los salve del desastre que amenaza al país. Y por último, y quizá lo más importante, Dragui es un hombre que guarda estrechas e intensas relaciones con Washington y con algunos de los nódulos esenciales de la burguesía monopolista americana, empezando por Wall Street. Dragui fue, antes de llegar al BCE, un destacado ejecutivo de Goldman Sachs, el corazón de las finanzas imperiales de EEUU.
Con esos cuatro respaldos no es tan extraño que Dragui haya conseguido en un plazo récord el milagro de tener el apoyo simultáneo de la izquierda, el centro y la derecha, y hasta la de Matteo Salvini, cuando una semana antes de su nominación se estaban tirando al degüello. Pero ha sonado la corneta, una corneta con cuatro tonos diferentes pero una misma melodía, y como corderos todos se han puesto, unos con más agrado que otros, detrás del nuevo “capo” de Italia.
La excepcionalidad del momento y la excepcionalidad del hombre elegido para “salvar”a Italia hacen que sin duda haya que prestar atención al camino que sigue el país a partir de hoy. Por el momento, Dragui ya ha dado algunas pinceladas de su línea de actuación.
La primera y principal: que Italia vuelve plenamente al carril de Occidente y dice adiós a toda veleidad soberana: ni vacunas rusas, ni médicos cubanos, ni rutas chinas de la seda. Alineamiento total y sin fisuras con Europa, con EEUU y con la OTAN.
La segunda es preparar al país para una reforma económica profunda en la línea de lo diseñado por Europa: una economía verde, sostenible, digitalizada, etc. Aprovechando los fondos europeos para dicha reconversión.
Y tercera y sustancial: reformar la administración, modernizarla, aligerarla, reducir sus costes…
Y, si el tiempo y la situación lo permiten, reformar la educación, la justicia, la sanidad… de un país que lleva veinte años estancado.
Huelga decir que hacer todo eso en los dos años que quedan hasta las próximas elecciones es imposible. ¿O tendremos a Mario Dragui para rato?