Italia en el centro de la tormenta

La italiana es una economí­a de gran peso en Europa. Supone más del 17% del PIB comunitario, pertenece al G-7, es la tercera de mayor dimensión del área monetaria y entre 2000 y 2009 acredita un crecimiento acumulado de apenas el 2,5%, un mal precedente para vender deuda. Porque sin crecimiento no se pagan las deudas. El acuerdo parlamentario para reducir gasto público y privatizar empresas por casi 80.000 millones de euros hasta 2014 indica buena voluntad, pero poco más. (EL PAÍS)

LA REPUBLICA.- Resulta utóico creer que la Unión Monetaria puede mantenerse indefinidamente. Es ingenuo pensar que los desequilibrios que se dan entre sus miembros pueden continuar incrementándose sin límite. Alemania y algunos otros países de la Eurozona, como Holanda e incluso Francia, jamás aceptarán que se produzca la transferencia de rentas intracomunitarias capaz de compensar los beneficios que ellos están obteniendo del euro, pero que significan grandes perjuicios para el resto, especialmente para los que se denominan países periféricos. Incluso si estos países estuvieran fuera del euro la perjudicada sería Francia. Alemania quiere mantener el euro, no en balde es la principal beneficiaria. La favorable situación del país germánico no depende de que -como afirman algunos bobalicones- haya hecho sus deberes, sino de los ingentes beneficios que obtiene de la Unión Monetaria. Si esta no existiese, su moneda se apreciaría con la correspondiente pérdida de competitividad y deterioro de sus exportaciones, origen de su actual bonanza económica Editorial. El País La crisis llega hasta Italia Con Italia en el centro de la tormenta financiera, la crisis de la deuda pública de la eurozona ha entrado en una fase muy grave. La capacidad de gestión de las autoridades comunitarias y las de los principales países europeos sigue siendo igual de desastrosa que la evidenciada desde que se inició la crisis, hace año y medio. Comisión, Eurogrupo, BCE y Gobierno alemán se reparten las responsabilidades del mal gobierno comunitario. Cuando más necesarias eran las habilidades de los comisarios europeos y de los políticos, más incapacidad técnica y falta de iniciativa se advierten. El pronunciado repunte en la prima de riesgo de la deuda italiana, el contagio a no pocas de las que con ella comparten moneda y el desplome en la cotización bursátil de la casi totalidad de los bancos de la eurozona ha sido la escenificación de una situación peligrosa para la supervivencia del euro. Lo peor es que la principal consecuencia de esas continuas torpezas de unos y otros las está pagando el bienestar de los ciudadanos de los países de la eurozona. La italiana es una economía de gran peso en Europa. Supone más del 17% del PIB comunitario, pertenece al G-7, es la tercera de mayor dimensión del área monetaria y mantiene el mayor stock de deuda pública viva de Europa. El mercado de bonos públicos italianos es uno de los cuatro mayores del mundo. Esta crisis revela que sirve de poco el que buena parte de esa deuda pública esté en manos de inversores domésticos. En realidad, son esos inversores italianos, mayoritariamente entidades financieras, los que ahora están en el centro de atención, sufriendo las consecuencias de una ampliada e intensificada aversión al riesgo en la eurozona. Como en otras economías afectadas por la crisis, las dudas sobre la solvencia italiana se vinculan cada vez más con las muy reducidas posibilidades de crecimiento y con la inestabilidad política. La economía italiana tiene el mayor volumen de economía sumergida de Europa (en dura competencia con Grecia), y entre 2000 y 2009 acredita un crecimiento acumulado de apenas el 2,5%, un mal precedente para vender deuda. Porque sin crecimiento no se pagan las deudas. El acuerdo parlamentario para reducir gasto público y privatizar empresas por casi 80.000 millones de euros hasta 2014 indica buena voluntad, pero poco más. Los propósitos de austeridad no son suficientes para garantizar la atención del servicio de una deuda pública tan elevada. Es necesario que se generen ingresos públicos suficientes. No es el caso con una economía anémica. Italia tiene otro rasgo preocupante: un Gobierno, el de Silvio Berlusconi, que está en franca retirada después de haber sembrado el caos político y económico. El primer ministro añade a su perfil grotesco el de haberse enfrentado al ministro de Finanzas que él mismo designó. Ni el conflicto interno ni la falta de iniciativa (Berlusconi, más preocupado por sus finanzas que por las públicas, desapareció de la escena política durante los peores momentos de los ataques a la deuda italiana) cotizan bien en unos mercados de bonos que llevan meses buscando refugios ultraseguros, aunque sea a costa de magros rendimientos, como los que están ofreciendo los títulos de deuda pública alemana. Para que Italia no agrave aún más la situación, la eurozona necesita hoy más y mejor gobierno. EL PAÍS. 17-7-2011 Deuda USA. El País Rayando la locura Paul Krugman La inquietante posibilidad de un impago de la deuda estadounidense tiene pocos aspectos positivos. Pero tengo que reconocer que el espectáculo de tantísima gente que lo ha estado negando y que de repente se ha despertado y ha olido la locura ha tenido su lado cómico, con un toque de humor negro. Varios analistas políticos parecen asombrados ante lo poco razonables que están siendo los republicanos. "¿Se ha vuelto loco el Viejo y Gran Partido?", se preguntan. Pues ahora que lo dicen, sí. Pero esto no es algo que acabe de suceder; es la culminación de un proceso que dura desde hace décadas. Cualquiera que se sorprenda por el extremismo y la irresponsabilidad de la que ahora hace gala, o bien no ha estado prestando atención, o bien ha estado haciendo la vista gorda. Y a los que de repente dudan de la salud mental de uno de nuestros dos partidos principales me permito decirles lo siguiente: la gente como ustedes son en parte responsables de la situación actual de ese partido. Hablemos un momento de lo que los líderes republicanos están negando. El presidente Obama ha dejado claro que está dispuesto a firmar un acuerdo sobre la reducción del déficit que consiste principalmente en recortes del gasto y que incluye recortes draconianos en programas sociales clave, incluido un aumento de la edad requerida para acogerse al programa de Medicare. Son unas concesiones extraordinarias. Como señala Nate Silver, de The Times, el presidente ha ofrecido unos acuerdos que están muy a la derecha de lo que el votante estadounidense medio prefiere y, de hecho, en el mejor de los casos, un poco a la derecha de lo que el votante republicano medio prefiere. Sin embargo, los republicanos están diciendo que no. Es más, están amenazando con forzar un impago estadounidense y con crear una crisis económica, a no ser que consigan un acuerdo completamente sesgado. Y esto era totalmente predecible. En primer lugar, el Partido Republicano moderno básicamente no acepta la legitimidad de una presidencia demócrata (cualquier presidencia demócrata). Lo vimos durante el mandato de Bill Clinton y lo vimos otra vez en cuanto Obama asumió el cargo. Como consecuencia de ello, los republicanos están automáticamente en contra de cualquier cosa que quiera el presidente, aunque hayan apoyado propuestas parecidas en el pasado. El plan de asistencia sanitaria de Mitt Romney se convirtió en un ataque tiránico contra la libertad estadounidense cuando lo puso en práctica el hombre que ocupa en la Casa Blanca. E idéntica lógica resulta válida para los acuerdos sobre la deuda que se han propuesto. Pongámoslo de esta forma: si un presidente republicano hubiera logrado obtener la clase de concesiones sobre Medicare y la Seguridad Social que Obama propone, lo habrían considerado un triunfo conservador. Pero cuando esas concesiones llevan aparejados unos leves incrementos de los ingresos, y, lo que es más importante, cuando provienen de un presidente demócrata, las propuestas se convierten en unos planes inaceptables para hipotecar la economía estadounidense. Más allá de eso, la economía vudú se ha apoderado del Partido Republicano. El vudú de la teoría de la oferta -que afirma que los recortes fiscales se amortizan y/o que cualquier incremento de los impuestos conduciría a un hundimiento económico- ha sido una fuerza poderosa dentro del Partido Republicano desde que Ronald Reagan adoptó el concepto de la curva de Laffer. Pero el vudú solía reprimirse. El propio Reagan promulgó unos aumentos fiscales significativos, contrarrestando en gran parte sus recortes iniciales. Y hasta el Gobierno del expresidente George W. Bush se abstuvo de realizar afirmaciones extravagantes sobre la magia de los recortes fiscales, al menos en parte porque temía que al hacer semejantes afirmaciones crecerían las dudas respecto a la seriedad del Gobierno. Sin embargo, últimamente ha desaparecido cualquier rastro de contención y, de hecho, la han expulsado del partido. El año pasado, Mitch McConnell, el líder de la minoría en el Senado, aseveró que los recortes fiscales de Bush aumentaron en la práctica los ingresos -una afirmación que va en contra de toda evidencia- y también declaró que era "la opinión de prácticamente todos los republicanos sobre ese tema". Y es verdad: incluso Romney, al que la mayoría considera el aspirante más lógico a ser el candidato a presidente en 2012, ha suscrito la opinión de que los recortes fiscales pueden reducir realmente el déficit. Y eso me lleva a la culpabilidad de los que solo ahora reconocen la locura del Partido Republicano. Esta es la cuestión: aquellos que dentro del Partido Republicano dudaron en adherirse al fanatismo de los recortes fiscales podrían haberse opuesto con más fuerza si hubiese habido cualquier indicio de que ese fanatismo pasaría factura y si las personas ajenas al partido hubiesen estado dispuestas a condenar a los que adoptaban posturas irresponsables. Pero no ha habido ninguna factura. Bush despilfarró el superávit de los últimos años de Clinton, aunque unos prominentes expertos pretendan que los dos partidos son culpables a partes iguales de nuestros problemas de endeudamiento. Paul Ryan, el presidente del Comité Presupuestario del Congreso, propuso un supuesto plan de reducción del déficit que incluía unas enormes rebajas fiscales para las empresas y los ricos, y luego recibió un premio a la responsabilidad fiscal. Por eso el Partido Republicano no se ha visto presionado para mostrar ningún tipo de responsabilidad, o siquiera racionalidad, y efectivamente ha perdido los papeles. Si a alguien le sorprende, eso quiere decir que ese alguien fue parte del problema. EL PAÍS. 17-7-2011 Opinión. La República Tercer vértice: la unión monetaria J. F. Martín Seco Tras los artículos de las dos semanas pasadas habrá que abordar ahora el tercer vértice.Más que de vértice se podría hablar del centro, porque el euro se encuentra en el núcleo de nuestros problemas, hasta el punto de que obstaculiza la salida para cualquier solución económica. Por una parte, el euro ha sido la condición necesaria para que la economía española llegase al punto crítico en el que hoy se encuentra. Sin pertenecer a la Unión Monetaria, la banca española jamás hubiera podido alcanzar el elevado nivel de endeudamiento que ha adquirido en el exterior, ni se hubiera podido generar la burbuja inmobiliaria, ni jamás nuestro déficit por cuenta corriente habría llegado a situarse en el 10 por ciento del PIB. Pero, por otra parte, la pertenencia a la Unión Monetaria está impidiendo la recuperación de la crisis. Impide que España devalúe y pueda por esa vía recobrar la competitividad perdida. Mantener el mismo tipo de cambio que Alemania sitúa al comercio exterior español en inferioridad de condiciones, no solo frente a un gran número de países de la Unión Europea, sino también frente a naciones extracomunitarias, desde Estados Unidos hasta China, ya que la rígida política del BCE mantiene el tipo de cambio del euro sobrevalorado. Al mismo tiempo, la carencia de una moneda y un banco central propios nos condena a una enorme debilidad frente a los mercados financieros y a las agencias de calificación, sin que las instituciones comunitarias puedan o quieran asumir las funciones a las que España y el resto de países han renunciado. El BCE no tiene las competencias de un verdadero banco central y mantiene un comportamiento radicalmente distinto, por ejemplo, del desarrollado por el banco de la Reserva Federal de Estados Unidos. A su vez, Alemania, con un dominio absoluto del Consejo, está demostrando una actitud radicalmente cicatera imponiendo a todos los países una política económica contraproducente que, lejos de reactivar sus economías, les empuja de forma permanente al estancamiento y dificulta su financiación. No es creíble la supervivencia de una Unidad Monetaria en la que sus miembros presentan diferenciales tan elevados en los tipos de interés como los que se dan en la Eurozona. La situación no puede ser más explosiva. Toda unión monetaria precisa de los mecanismos compensatorios de los que precisamente Europa en estos momentos carece. El mercado crea unos desequilibrios que deben ser compensados también en el ámbito interterritorial. Una unión monetaria presupone la unión fiscal, pero esta no puede quedar reducida, como algunos pretenden, a la homogeneidad de las políticas fiscales o a la creación de un ministerio de finanzas, sino a una verdadera unidad presupuestaria con integración de impuestos y de gastos, es decir, una hacienda pública común, con financiación también única y que propicie los necesarios flujos redistributivos. Resulta evidente que todo esto suena hoy a utópico en la Eurozona, pero precisamente por ello resulta también utópico creer que la Unión Monetaria puede mantenerse indefinidamente. Es ingenuo pensar que los desequilibrios que se dan entre sus miembros pueden continuar incrementándose sin límite. Alemania y algunos otros países de la Eurozona, como Holanda e incluso Francia, jamás aceptarán que se produzca la transferencia de rentas intracomunitarias capaz de compensar los beneficios que ellos están obteniendo del euro, pero que significan grandes perjuicios para el resto, especialmente para los que se denominan países periféricos: Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia. Incluso si estos países estuvieran fuera del euro la perjudicada sería Francia. Alemania quiere mantener el euro, no en balde es la principal beneficiaria. La favorable situación del país germánico no depende de que -como afirman algunos bobalicones- haya hecho sus deberes, sino de los ingentes beneficios que obtiene de la Unión Monetaria. Si esta no existiese, su moneda se apreciaría con la correspondiente pérdida de competitividad y deterioro de sus exportaciones, origen de su actual bonanza económica. Pero Alemania, al mismo tiempo, no está dispuesta a pagar el precio que le correspondería al constituir una verdadera unión fiscal que complete y haga posible la unión monetaria. LA REPÚBLICA. 16-7-2011