«¡Traedlos a casa YA!», «¡Alto el fuego ahora!», «Las vidas palestinas importan», «Acuerdo inmediato», “Tú eres el líder, tú eres culpable”, «Líbranos ya de Netanyahu”, “Bibi, asesino”. Con carteles y consignas como éstas, más de 300.000 personas -una amalgama de familiares de rehenes, junto a pacifistas, sindicatos y la izquierda- se manifestaban en Tel Aviv exigiendo al gobierno de Netanyahu el fin de la operación militar sobre Gaza, junto a un acuerdo con Hamás que permita devolver a sus hogares a los más de 100 rehenes que aún permanecen prisioneros.
Se trata de unas protestas que se vienen produciendo en mayores o menores oleadas -decenas de miles, o casi cien mil personas en los momentos álgidos- cada sábado, desde que comenzó la guerra genocida hace casi un año, en Tel Aviv. En ellas confluyen diferentes posiciones, desde la izquierda pacifista y partidos árabe-israelíes que claman «no en nuestro nombre» y que se oponen al baño de sangre en Gaza y Cisjordania, a familiares de secuestrados que exigen un acuerdo que les devuelva a sus seres queridos. Son movilizaciones siempre hostigadas por la policía, que suelen acabar con cargas y detenciones.
Pero la convocatoria de primeros de septiembre congregó a muchos más manifestantes de los habituales, incrementando notablemente la presión interna contra Netanyahu. El motivo de este revulsivo era la conmoción israelí ante el hallazgo, en un túnel de Gaza, de otros seis cadáveres de secuestrados.
Los familiares de las víctimas, sin dejar de señalar a sus verdugos de Hamás, denuncian que habrían regresado con vida a sus casas si Netanyahu no llevara desde diciembre poniendo palos entre las ruedas a un acuerdo de alto el fuego.
Incluso la gran central sindical israelí -la Histadrut-, tras reunirse con los familiares de los secuestrados, lanzaron la convocatoria de una huelga general para exigir a Netanyahu un acuerdo que permitiera un alto el fuego y la liberación de los rehenes. Aunque el paro tuvo un seguimiento desigual, una duración de sólo ocho horas, y no logró paralizar por completo el país, la huelga se dejó notar en puertos y aeropuertos, factorías, centros públicos y universidades, además de registrar numerosas protestas y cortes de carretera.