El polvorín que siempre es la Franja de Gaza ha detonado una guerra de proporciones imprevisibles. La chispa esta vez la ha puesto Hamás, cuando tras disparar miles de cohetes y romper la alambrada, grupos de milicianos se adentraban en territorio israelí, asesinando y secuestrando a cientos de civiles. Pero la dinamita la han creado largas décadas de opresión de Israel sobre la Franja, un territorio en ruinas al que periódicamente se somete a bombardeos.
En la madrugada del 7 de octubre, coincidiendo con el final de la festividad judía de Sucot, decenas de milicianos de Hamás cruzaban -por tierra, mar e incluso (con parapentes) por aire- la ultravigilada frontera que envuelve a la Franja, y se enzarzaban en combates con soldados hebreos. Luego asaltaron varias poblaciones israelíes sembrando el terror entre su población , asesinando a cientos y tomando rehenes civiles. El último recuento de víctimas mientras se escribe el artículo es de 600 muertos en el lado israelí y más de 2.000 heridos.
Ante una ofensiva de Hamás que no tiene precedentes desde la guerra del Yom Kipur (1973), el gobierno de Netanyahu ha declarado el «Estado de Guerra», y ha anunciado un castigo devastador contra Gaza. Los misiles isralíes ya han arrasado varios edificios civiles emblemáticos de la Franja, como la torre Al Aklouk, de 11 pisos, y han bombardeado varias zonas residenciales de varias poblaciones gazatíes, así como el campo de refugiados de Nusseirat, causando en las primeras horas de la represalia más de 250 muertos -entre ellos 20 niños- y más de 1.700 heridos entre la población.
Al mismo tiempo, la guerra corre el riesgo de propagarse a otros países de Oriente Medio, especialmente a Líbano, donde Hezbolá está lanzando cohetes sobre el norte de Israel, respondidos por ataques de artillería del ejército israelí.