Israel ha convertido la entrega de «ayuda humanitaria» -por llamarla de alguna manera- en su nueva forma predilecta de asesinar a la población civil de la Franja de Gaza. Ya son casi 800 los palestinos asesinados al tratar de conseguir algo de agua y comida.
Primer paso: desplegar una guerra genocida de veinte meses sobre 2 millones de personas, y un asedio medieval sobre una estrecha franja de terreno. Bombardear a diario, descargando más de 100.000 toneladas de explosivos.
Segundo paso: bloquear, desde marzo, de forma casi total, cualquier acceso a alimentos a la población civil, sometiendo a los gazatíes a la más extrema de las hambrunas.
Tercer paso: después de previamente haber expulsado a la agencia de la ONU (UNRWA) de Gaza, montar una pseudo-ONG -Fundación Humanitaria para Gaza (GHF, por sus siglas en inglés)- que distribuye «ayuda humanitaria» en embudos rodeados por un fuerte dispositivo armado.
Cuarto paso: cuando la muchedumbre hambrienta se agolpa, obligada por la acuciante necesidad de recibir algo para calmar el vacío de estómagos, aprovechar para acribillarla. O para disparar desde los tanques.
No es una distopía. No es una tétrica novela de ficción. Está ocurriendo.
Es lo que desde hace dos meses viene haciendo Israel en los puntos de distribución de «ayuda humanitaria» en Gaza. Perpetrando varias masacres cada semana contra una población civil desarmada, indefensa y hambrienta.
El 13 de junio, Israel mató a 37 personas en Gaza, diez de ellas en un punto de distribución de agua. El día anterior un tiroteo de las IDF había acribillado al menos a 31 palestinos cerca de otro punto de distribución de ayuda humanitaria.
Israel ha transformado las colas del hambre en una trampa mortal, en su nuevo escenario favorito para cometer crímenes de guerra. Es la «nueva normalidad» del genocidio en Gaza.
No sólo son disparos, o ráfagas de ametralladora. El 17 de junio se reportaba cómo los tanques israelíes abrieron fuego contra cientos de palestinos que esperaban para recibir alimentos de los camiones de ayuda en la principal carretera oriental de la ciudad.
Las trampas mortales de la pseudo-ONG israelo-norteamericana GHF comenzaron a funcionar el 27 de mayo. Desde entonces, fuentes de Gaza denuncian que al menos 773 palestinos han sido asesinados cerca de los puntos de distribución de ayuda, 5.101 han resultado heridos y 41 están desaparecidos.
Israel ha transformado las colas del hambre en una trampa mortal, en su nuevo escenario favorito para cometer crímenes de guerra. Es la «nueva normalidad» del genocidio en Gaza.
No son accidentes, ni hechos puntuales, sino -como todos los que vienen perpetrándose en la Franja en los últimos veinte meses- crímenes de guerra conscientes, planificados y deliberados. Una investigación reciente del diario progresista israelí Haaretz, ha revelado que los soldados de las IDF tienen luz verde para disparar contra las colas de personas que llegan antes del horario de apertura de los centros y de nuevo de abrir fuego después del cierre para dispersarlas.
Evidentemente la muchedumbre hambrienta no llega de forma ordenada. Los pocos puntos de la GHF se concentran en el sur de la Franja y miles de personas -a veces decenas de miles- caminan varios kilómetros durante la noche para poder recibir algo de agua y comida.
No es el único crimen de guerra que comete Israel en forma de «ayuda humanitaria». Además de lo ridículamente escasa del volumen de alimentos que el gobierno de Netanyahu deja entrar en la Franja, la comida llega a menudo en inhumanas condiciones de salubridad y conservación, con sacos de harina enmohecida, o llena de gusanos y gorgojos. Hay testimonios que aseguran haber encontrado oxicodona -un analgésico opioide de alto riesgo, conocido por su fuerte capacidad adictiva y efectos graves sobre el sistema nervioso- mezclada en los sacos de alimentos.
Y mientras tanto, y no sólo en las colas del hambre, Israel prosigue con sus bombardeos. Sólo en la última semana: una masacre en una clínica, y un nuevo ataque aéreo contra tiendas de campaña.
No hay crimen de guerra que Israel no esté dispuesto a cometer en el genocidio gazatí.
.
Y mientras tanto, en Cisjordania, más de 1.000 palestinos asesinados
Esas camisas pardas llamadas colonos
«Con la anexión de Cisjordania en el aire, los colonos se deleitan en su impunidad«, escriben los periodistas israelíes y activistas por la paz Oren Ziv y Shatha Yaish para el periódico progresista +972 Magazine. «En las últimas semanas, los colonos israelíes han arrasado ciudades palestinas y se han amotinado en una base militar, sabiendo que cuentan con el apoyo de los funcionarios del gobierno».
Reproducimos algunos extractos de su crónica.
En el lapso de dos días, una de las últimas comunidades palestinas que quedaban entre Ramallah y Jericó fue desarraigada de su tierra. En la tarde del 2 de julio, decenas de colonos israelíes irrumpieron en la aldea de pastores de Al-Muarrajat, en Cisjordania. Irrumpieron en casas, robaron unas 60 ovejas y erigieron un pequeño puesto de avanzada dentro de la aldea. A la mañana siguiente, se vio a colonos sentados junto a soldados israelíes en el nuevo puesto, ahora trasladado a pocos metros de la escuela de la aldea.
Temiendo más robos, los residentes comenzaron a evacuar su ganado. Para el viernes, las familias empacaban sus pertenencias y se marchaban en masa. Treinta familias —177 personas en total— se vieron obligadas a irse, lo que prácticamente destruyó la comunidad.»
Desde que Israel comenzó las operaciones militares sobre la Franja de Gaza, el nivel de violencia en Cisjordania -tanto por parte del ejército como desde unos colonos borrachos de odio e impunidad- se ha disparado.
“Los residentes se vieron obligados a irse a punta de pistola”, dijo Aaliyah Malihat, activista local de 28 años, mientras su familia recogía sus pertenencias. “La gente no tiene adónde ir. Se están dispersando a las aldeas cercanas”.
Antes de 1948, los residentes de Al-Muarrajat vivían en el desierto de Naqab/Néguev. Desde entonces, han sido desplazados en múltiples ocasiones, primero por órdenes militares israelíes y luego por la expansión de los colonos. Para muchos, esta fue la tercera o cuarta vez que fueron desarraigados
El tío de Alia, Jabar Malihat, describió cómo se había deteriorado la situación desde que comenzó la guerra en Gaza en 2023. «Los ataques de los colonos se volvieron implacables», dijo. «Quizás se pregunten por qué no nos marchamos antes, sabiendo que se avecinaba la destrucción. La verdad es que no teníamos alternativa. Si el gobierno israelí nos hubiera ofrecido un lugar seguro, nos habríamos marchado pacíficamente. Pero no negociaron. Simplemente enviaron a los colonos».
Desde que Israel comenzó las operaciones militares sobre la Franja de Gaza, y amparándose en que el foco de atención está puesto en el genocidio gazatí, el nivel de violencia en Cisjordania -tanto por parte del ejército como desde unos colonos borrachos de odio fanático e impunidad- se ha disparado.
Desde el 7 de octubre de 2023, las redadas y ataques del ejército israelí y de colonos extremistas han causado la muerte de al menos 1.004 palestinos, incluidos 213 niños, y más de 16.104 heridos, de los cuales 2,503 son niños.
