El presidente de Irán, Ebrahim Raisí, y su ministro de Exteriores, Hossein Amir Abdollahian, han fallecido en un accidente de helicóptero en una zona montañosa y de difícil acceso al noroeste del país.
Un suceso así, tratándose de una potencia regional como Irán y de un régimen hermético, siempre levantaría preocupación, dudas y sospechas. Son muchas más las que surgen en un momento extremadamente tenso y explosivo para Oriente Medio, con Israel -con el apoyo de centros de poder en Washington- perpetrando un brutal genocidio en Gaza, y lanzando ataques contra Líbano y Siria que apuntan siempre hacia Teherán tienen un indisimulado objetivo: arrastrar a la República Islámica a una guerra abierta contra Israel, una conflagración que obligue a la superpotencia norteamericana a intervenir con fuerza en Oriente Medio y que tendría dramáticas e incalculables consecuencias en la región… y para la Paz Mundial.
Aún no se conocen las circunstancias concretas del accidente, pero el planeta entero contiene la respiración.
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Irán da por muerto al presidente Ebrahim Raisí y a su canciller tras estrellarse el helicóptero en el que viajaban. El siniestro -del cual se desconocen las causas concretas- ocurrió mientras el aparato, escoltado por otros dos helicópteros, sobrevolaba una zona montañosa y de difícil acceso cerca de Varzeqan, en el noroeste del país. La nota del gobierno de Teherán habla de condiciones meteorológicas adversas, de lluvia y niebla y un terreno abrupto y boscoso, y de un helicóptero completamente calcinado.
¿Quién era Ebrahim Raisí? Elegido presidente de la República Islámica -una figura sólo por debajo del Guía Supremo Alí Jamenei- en 2021, cuando sucedió al ‘moderado’ Hasan Rohaní con el 62% de los sufragios, Raisi era un ultraconservador y representante de los sectores más duros e inmovilistas del régimen de los ayatolás.
Defensor de los más estrictos códigos morales y del control político y religioso de la población, tras el asesinato policial de la joven Mahsa Amini en septiembre de 2022 tras haber sido detenida por llevar mal puesto el hiyab, el gobierno de Raisi reprimió con extrema dureza las masivas movilizaciones populares que recorrieron Irán en lo que se conoce como la «Revolución del Velo», y que demostraron cómo el régimen de los ayatolás estaba agrietado y tocado de muerte.
La Constitución iraní estipula que en el caso de la muerte del presidente, el vicepresidente, en este caso Mohammad Mojber, ocupe su puesto, con la aprobación del líder supremo. Después, el país debería celebrar elecciones para elegir un nuevo presidente en los siguientes 50 días.
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Un contexto que no se puede ignorar
En un régimen como el iraní, donde las intrigas están a la orden del día, y en un momento tan socialmente convulso para Irán como el actual -donde las tensiones de la Revolución del Velo y el rechazo de amplias capas de la población a la teocracia fascista han pasado a un segundo plano por la situación prebélica, pero en modo alguno se han sublimado- un accidente presidencial «en extrañas circunstancias» ya sería motivo de preguntas y sospechas.
Pero es que este siniestro tiene lugar en un contexto internacional que no se puede ignorar. Desde el 7 de octubre, el gobierno de Netanyahu -con el aval y el aliento de los halcones de Washington- ha tratado de transformar la genocida guerra en Gaza en una conflagración regional a gran escala, siempre apuntando -de forma abierta, sin esconderse- hacia el gran enemigo de Israel: la República Islámica de Irán.
A pesar de sus rasgos extremadamente feroces en la represión hacia su propio pueblo, la forma de conducirse del régimen de los ayatolás en su política exterior -conscientes de las intenciones de Tel Aviv- siempre ha sido contenida.
Y no es porque las provocaciones de Israel no hayan ido escalando hasta lo intolerable. Tras haber lanzado cientos de ataques contra Líbano, el pasado 1 de abril Israel bombardeó la embajada iraní en Damasco, asesinando a 15 personas, entre ellos a Reza Zahedi, destacado general de la Guardia Revolucionaria, uno de los centros del ejército y el Estado iraní. Un ataque que Teherán no podía ignorar.
La respuesta iraní fue contundente, pero contenida y «medida con tiralíneas». El 13 de abril, Irán lanzó 350 proyectiles contra territorio israelí. Divididos en 170 drones, 120 misiles balísticos y 30 misiles de crucero.
Un ataque masivo… pero que fue previa y convenientemente filtrado (con 72 horas de antelación) a Irak, Jordania y Turquía, sabiendo que se lo comunicarían a EEUU e Israel. Facilitando que casi todos sus drones y proyectiles fueran interceptados por el poderoso sistema de defensa hebreo, la «Cúpula de Hierro».
Tras esta respuesta -significativamente simbólica, pero que no causó apenas daños materiales ni personales en Israel- Irán afirmó estar satisfecha con la respuesta al ataque a su embajada.
Pero es evidente que las intenciones pirómanas de los halcones de la guerra en Tel Aviv y en Washington siguen más que activas.
Poco después de que Israel está lanzando una brutal ofensiva sobre Rafah, un salto cualitativo en el genocidio en Gaza, y de que el aislamiento internacional de Tel Aviv no deje de crecer, ha tenido lugar un accidente que va a tener consecuencias en el régimen de los ayatolás, y cuyas circunstancias no han sido aclaradas.
Pueden ser hechos inconexos, pero no debemos perder de vista el contexto en el que ha tenido lugar este siniestro que ha acabado con la vida de Ebrahim Raisí