El valiente libro que de María Palau y Marta García, ‘Indignas hijas de su patria’, cuenta la historia de una de las instituciones más antiguas del franquismo. Creada para ejercer un férreo control sobre las ideas, comportamientos y sobre todo los cuerpos de millares de mujeres y niñas que cuestionaban las rígidas normas de moralidad de la época fascista. El patronato fue creado en 1941.
El 20 de noviembre de 1975, Carlos Arias Navarro proclamó, “españoles, Franco ha muerto”. Pero la realidad para algunas fue diferente. El patronato sobrevivió 10 años más. Se disolvió en 1985. Una institución dirigida por órdenes religiosas femeninas, que hacían posible la violencia patriarcal del Estado.
Fue dinero público el que financió actos brutales de violencia física, aislamiento, robo de bebés, y violencia psicológica. Hay que avanzar en poner luz y saber la verdad. Especialmente en este momento en el que se ataca la memoria democrática.
María Palau y Marta García son graduadas en Periodismo de la Universidad de Valencia con másteres especializados en Derechos Humanos y Estudios de Género. Han colaborado en medios como La Vanguardia, eldiario.es o El Salto, así como en las organizaciones Pueblo de Valencia y Acción Ciudadana contra la impunidad del franquismo.
Ambas han dedicado parte de su carrera a la recuperación de la memoria democrática con un enfoque feminista, investigando la posibilidad de reparar a las mujeres víctimas de la represión franquista a través de novelas escritas por autoras pertenecientes a la generación de la posmemoria. Y a través de su trabajo nos han ofrecido una mirada crítica y necesaria sobre las raíces históricas de las desigualdades y también una herramienta fundamental para comprender el feminismo actual.
Lo que reproducimos a continuación es un resumen de su intervención durante la conferencia celebrada en el marco de las Jornadas de Verano de Unificación Comunista de España.
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Niñas contaminadas
La primera vez que escuchamos hablar sobre el Patronato de Protección a la Mujer, hace ya cinco años, haciendo un reportaje sobre una cárcel de mujeres ubicada en el convento de Santa Clara de Valencia, dos historiadoras, María Luisa y Vicenta de Rubo, nos nombran la existencia de esta institución que se encargaba de controlar los cuerpos, los comportamientos y las actitudes de las mujeres. En ese momento nos quedamos totalmente alucinadas porque no entendíamos cómo era posible que nunca nadie nos hubiera contado que esto existía. Estamos hablando de una institución que estuvo activa hasta 1985.
Esto quiere decir que nuestras madres, nuestras tías y nuestras abuelas, en otra versión cronológica y espacial, podían haber estado allí encerradas. Eso fue lo que nos hizo empezar a investigar. Iba a ser un simple reportaje, como lo era el de la prisión de Santa Clara. Empezamos a entrevistar a gente, empezamos a leer, y era tan grande que al final tuvo que salir un libro.
Este libro es el resultado de la beca de José Torres, de la Unión de Periodistas y la institución de José Hernández. Lo que intentamos hacer fue una radiografía del Patronato a nivel estatal, pero con ejemplos del País Valenciano, Valencia, Castellón y Alicante. Después hemos conocido a muchísimas más supervivientes, hemos investigado muchísimas cosas más sobre la institución.
La Iglesia Católica tenía un papel fundamental a través de toda una serie de fundamentos de la buena mujer y de la mala mujer que se sustentan la religión católica. Y luego cedieron sus espacios y a sus monjas encargadas del proceso de reeducación de las niñas.
“Hubo un consenso sobre que estas niñas eran elementos contaminados”
La sociedad se puso de acuerdo en que estas niñas tenían que ser encerradas y castigadas por sus actitudes y por sus comportamientos. Hablamos de que las niñas podían llegar al Patronato desde la calle, denunciadas por sus familiares y también denunciadas por un vecino, por un médico, por un profesor, por una monja… hubo un consenso sobre que estas niñas eran elementos contaminados o contaminantes que tienen que estar encerradas y separadas de la sociedad.
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Una red de centros desconocida
Nunca vamos a saber cuántos centros colaboraron con la institución ni cuántas internas estuvieron encerradas, porque nos falta muchísima documentación. Se ha perdido. Yo no sé cuántos incendios en archivos ha habido o cuántas cajas se han extraviado por diversos motivos.
Es cierto que, cuando logramos acceder a algunos datos sobre internas y centros, encontramos documentos reveladores. Por ejemplo, la memoria de 1975 señala que, entre instituciones propias, colaboradoras, auxiliares y casas de familia, el Patronato tenía registrados 2.365 centros. Esto no quiere decir que todos pertenecieran al Patronato: en realidad, contaba con muy pocas instituciones construidas por él mismo; lo habitual era que otros centros colaboraran en determinados momentos y luego dejaran de hacerlo.
Hay una nota especialmente impactante que dice: “todos los colegios y centros de asistencia de España”. Es decir, cualquier centro podía colaborar en esta labor. Creo que esto es muy significativo.
Cuando hicimos el libro, para nosotras era fundamental ubicar los reformatorios que pudiéramos identificar como parte del Patronato. Conseguimos constatar la existencia de 10 reformatorios al uso y 3 maternidades o centros maternales, repartidos por todo el país, aunque principalmente en la ciudad de Valencia.
Esto era muy importante para nosotras por dos motivos. Primero, porque queríamos dotar de memoria a los espacios de nuestras ciudades. No sé si aquí hay mucha gente de Valencia, pero en la calle Hernán Cortés existe un centro, muy reconocible porque tiene un avión que ocupa toda la fachada. En muchas charlas la gente nos ha dicho: “cada vez que paso por ahí, recuerdo que fue un centro del Patronato”. Darle ese significado a nuestras calles y edificios, y saber realmente lo que pasó allí, nos parece esencial.
“Saben que pasaron por un centro, pero desconocen todo lo que había detrás”
Segundo, porque muchas supervivientes realmente no saben que estuvieron en un Patronato. Saben que pasaron por un centro de adoratrices o de oblatas, pero desconocen todo lo que había detrás. Que puedan saberlo y verlo nos parecía fundamental.
De hecho, al final del libro incluimos mapas: colocamos el plano de la ciudad y una fotografía de cómo era el centro.
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Testimonios y pruebas vivientes
El Patronato, en más de 40 años de existencia, solo tuvo una única reforma legislativa, en 1952. Esta reforma endureció y amplió los motivos de internamiento, pero sobre todo estableció algo decisivo: poner por escrito lo que ya se venía aplicando, especialmente la pérdida de la patria potestad.
Eso significaba que, cuando una niña ingresaba en el Patronato, en muchos casos sus padres perdían la patria potestad. De hecho, dejaban de ser hijas de sus padres para pasar a ser hijas del Estado, del Patronato y, en última instancia, de la orden religiosa que gestionaba el centro donde estaban encerradas.
En nuestro libro recogemos ejemplos de cartas de padres que pedían, por favor, que liberaran a sus hijas. Pero la última decisión estaba en manos de las monjas. La carta más significativa, quizá, es la de un padre que reconoce que discutió con su hija, se enfadó, la denunció y la internaron. Luego pide que la liberen porque le preocupa qué pensarán los vecinos al enterarse de que su hija estaba encerrada.
Cuando hablamos del Patronato, siempre decimos que representa una oportunidad única para lograr verdad, justicia y reparación en vida. Nuestro trabajo, como periodistas, ha sido escribir unas cuantas páginas, pero lo fundamental, el verdadero privilegio, es haber podido escucharlas a ellas, a las víctimas, que son pruebas vivientes.
Cuando escuchas a dos supervivientes que estuvieron en un mismo centro, o a dos que pasaron por centros distintos gestionados por la misma orden religiosa, y relatan castigos idénticos, te das cuenta de que no puede tratarse de invenciones. O bien estamos ante 60 mujeres con una capacidad de imaginación extraordinaria, o realmente eso ocurrió.
“El verdadero privilegio, es haber podido escucharlas a ellas”
¿Cómo negarle la voz a mujeres como Loli, a quien obligaban a firmar los papeles de adopción de sus hijos bajo la amenaza de que, si no lo hacía, la echarían a la calle sola o junto a ellos? Eso pasó, y lo que no puede pasar es que se niegue su derecho a contarlo.
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No acepto tu perdón
El tema del Patronato saltó a la agenda mediática con un acto celebrado el 9 de junio en Madrid, cuando la CONFE (entidad que reúne a todas las órdenes religiosas de España) supuestamente pidió perdón. Durante un tiempo lo llamamos “el acto del perdón”, hasta que una investigadora de la Universidad Rey Juan Carlos I dijo que deberíamos empezar a llamarlo el acto del no. Y tenía razón. Porque sí, es histórico que en este país la Iglesia pida perdón, y es histórico lo que hemos conseguido como grupo, pero aún es más histórico que las represaliadas se planten y digan: “tu perdón no me vale, porque no es suficiente, me estás pidiendo perdón desde la religión, cuando todo el daño me lo hiciste en nombre de esa religión y una supuesta guía moral superior, por eso no lo acepto”.
Aquí no hablamos de un proceso de perdón religioso, sino de un proceso de justicia restaurativa. Hablamos de verdad, justicia y reparación.
Los centros del Patronato estaban gestionados por órdenes religiosas femeninas, sí, pero quien creó y gestionaba el Patronato era el Ministerio de Justicia: el franquista primero, y después el democrático. Hubo un breve lapso, a finales de los años 80, en el que pasó a depender de las comunidades autónomas. En el País Valencià, por ejemplo, el traspaso de funciones se firmó en 1983. ¿Y quién firmó ese documento? Mucha gente cree que fue Fraga, pero no: fue Mariano Rajoy. Ahí queda la pregunta de dónde están todas las responsabilidades que deberían asumir las instituciones, los herederos de esas instituciones franquistas.
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Las herederas
Se está trabajando también para lograr un reconocimiento del Gobierno hacia las supervivientes. Recuerdo especialmente el día en que Consuelo, una superviviente, nos dijo: “tú tienes que ser mi heredera”. La entrevistamos por primera vez el 4 de mayo de 2021 y, desde entonces, hablamos con ella casi todas las semanas. Porque, como decimos siempre, esto no es un trabajo periodístico más; no se trata de hacer una entrevista y ya está. Si entre ellas se llaman hermanas, nosotras las llamamos tías, porque realmente hemos creado un vínculo muy fuerte.
Una vez nos preguntaron: “¿sentís que tenéis una deuda con estas mujeres?”. Marta y yo siempre respondemos lo mismo: más que una deuda, sentimos un deber autoimpuesto. Porque quienes sí deberían estar cumpliendo con esa obligación no lo están haciendo. Quizá, por ser valencianas, sabemos bien lo que significa sentirse abandonadas por las instituciones, y por eso asumimos ese deber, conscientes de que no éramos nosotras quienes debíamos cumplirlo.
“¿Imagináis hasta dónde podemos llegar 100 personas unidas?”
Desde entonces no hemos dejado de intentar estar a la altura de ese compromiso. Y si alguien se pregunta: “¿qué puedo hacer yo?”, la respuesta es sencilla. No hace falta ir a los archivos ni hacer una investigación de Pulitzer. Lo primero es preguntar. Y después, escuchar, aunque lo que cuenten duela.
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No estás sola
Muchas mujeres aún no han podido narrar su historia, porque siguen cargando con el miedo, la culpa y la vergüenza que les inyectaron casi en vena durante su encierro. Quizá la vecina, la tía o la abuela que tenéis al lado no sepa que estuvo en el Patronato, pero sí recuerda haber estado en un colegio, un reformatorio o un convento, por “portarse mal” o por “cometer un pecado”. Porque nunca hablamos de delitos, sino de excusas para encerrar.
Por eso insistimos tanto en el valor de lo colectivo: en cuántas supervivientes hay en el grupo, en cuántas investigadoras trabajamos juntas. Consuelo siempre nos decía: “yo he estado sola mucho tiempo”. Y se me cayó el mundo a los pies cuando reconoció: “me doy cuenta de que ahora ya no estoy sola”.
Ella sola llegó muy lejos. ¿Imagináis hasta dónde podemos llegar 100 personas unidas por este deber autoimpuesto?
Nuestro empeño es recordar a la Iglesia, al Estado y también a las empresas que se beneficiaron del trabajo forzado en los talleres que tienen que asumir responsabilidades. No aspiramos a abrir un procedimiento judicial, pero sí a que nadie más tenga miedo de contar su historia.
Hablamos de que les robaron meses, años de su vida. Y muchas veces ni siquiera se atreven a narrarlo por miedo a que las vuelvan a llamar locas. Lo que podemos hacer es sencillo: seguir preguntando, seguir hablando, seguir riéndonos también, porque incluso en medio de la represión siempre hay espacio para la resistencia.
Cuando hablamos de supervivientes, no olvidemos nunca que lo son. Víctimas, sí, pero también sobrevivientes. Y como dice Pilar Rasí, para una mujer no es lo mismo decir “a mí me pasó esto” que decir “a mí también me pasó esto”. En ese “también” está absolutamente todo.
