El positivo en Covid-19 de Trump -que ha entrado y salido del hospital en apenas tres días, y que nada más llegar a la Casa Blanca ha quitado importancia al virus- añade un plus de incertidumbre a unas elecciones marcadas por un tenso clima político, con un país extremadamente polarizado, y con ambos candidatos enfrentándose agriamente entre sí.
Que suba la temperatura política en la cercanía de unas presidenciales no es ninguna novedad. Fue el jefe de campaña de Reagan, en 1980, el que acuñó la expresión de «October surprise» («sorpresa de octubre») a un hecho recurrente en todas las elecciones norteamericanas: en las semanas anteriores a la cita con las urnas los candidatos siempre publican o filtran información dañina sobre su oponente.
Pero en este caso, la temperatura es volcánica, y el fuego cruzado -con proyectiles de grueso calibre volando en las dos direcciones- lleva meses subiendo de intensidad. No hay dia en el que las elecciones norteamericanas no generen un bombazo informativo de alto impacto electoral.
Desde el positivo en Covid-19 de Trump, al bronco debate entre los dos candidatos, lleno de interrupciones e insultos. De la muerte de la jueza progresista Ginsburg y las maniobras de Trump para forjar una abrumadora mayoría conservadora en el Tribunal Supremo, a las acusaciones del republicano de que los demócratas preparan un fraude con el voto por correo, sembrando dudas sobre si aceptará o no el resultado de las urnas.
Y no olvidemos la granada informativa lanzada hace unos días por el New York Times, que revela que Donald Trump apenas ha pagado impuestos en la última década -unos 750 dólares, menos que un trabajador especializado- y que tiene fuertes deudas.
Todo ello sobre un fondo ya de por sí trágico. La pandemia, con más de 210.000 muertes y 2,5 millones de casos activos, sigue descontrolada; las tensiones a raíz del racismo policial están a flor de piel; los incendios en California y los huracanes en el Sur, magnificados por el cambio climático, no cesan; y la marcha de una economía herida, que ha sufrido una caída sin precedentes (del 31,4%, en el segundo trimestre), ha manchado una legislatura en la que Trump ha podido presumir de su gestión.
Cualquiera de estos factores bastaría por sí solo para ser el centro de la campaña. Pero a los pocos días aparece otra revelación que lo eclipsa. Aún quedan varias semanas y el arsenal de “sorpresas de octubre” no parece tener fondo.
Todos estos factores, interrelacionados y superpuestos entre sí -y en un marco donde el electorado estadounidense está profundamente polarizado- dan una extrema movilidad a la situación e impiden vaticinar el curso más probable de los acontecimientos, cuál será el resultado de estas elecciones. Las encuestas y sondeos, hasta ahora favorables a Biden, no sirven de mucho en un escenario tan convulso.
Dos líneas, dos fracciones
La razón profunda de que estas elecciones -y en general toda la legislatura- se hayan convertido en un violento espectáculo de golpes despiadados entre partidarios y detractores de Trump no se debe a los excesos verbales, ni a las extravagancias de un personaje al que muchos de sus asesores han tachado de veleidoso. En las entrañas de la superpotencia se libra una furiosa batalla.
Las condiciones creadas por el ocaso imperial de la superpotencia han agudizado la histórica división en el seno de la clase dominante norteamericana. Son dos líneas que coinciden en el objetivo común de preservar la hegemonía norteamericana, pero difieren sobre la forma en que la superpotencia debe actuar en el tablero mundial.
Tras cuatro años de Trump a la Casa Blanca esta aguda división entre estas dos fracciones se ha agudizado y ha dado un salto cualitativo, pasando de realizarse entre sus representantes políticos a darse y exhibirse públicamente en los principales aparatos del Estado: el FBI, los servicios secretos, los jueces… Y ha trascendido la tradicional división entre partidos, llegando el rechazo a Trump a importantes sectores del republicanismo -desde John McCain en su momento a Colin Powell ahora- que han pasado a pedir el voto por Biden.
Pero frente a cualquier visión superficial, la línea Trump no está ni mucho menos “quemada”. Muchos y muy poderosos sectores de la clase dominante norteamericana lo apuestan todo por la reelección del magnate neoyorquino. Cuenta con una sólida y fiel base electoral de no menos del 38% de los votantes. Y ha demostrado ser capaz de remontar cualquier encuesta, como ya sucedió en 2016.
Y quedan muchos días de octubre. Y muchas sorpresas.