Mediante una movilización desconocida en la Iglesia vasca ante el terrorismo u otra causa grave y en todo el transcurrir democrático de España, 85 párrocos de los 110 existentes en la diócesis de Guipúzcoa, han sacado a la luz un manifiesto en contra del recién nombrado obispo José Ignacio Munilla, en el que llegan a afirmar que «que el nuevo obispo no es en modo alguno la persona idónea para desempeñar el cargo asignado». Se ha desalojado al nacionalismo étnico del poder autonómico pero una parte de su entramado, nada celestial, una estructura terrenalmente importante del régimen obligatorio y excluyente, lleva a cabo todas las maniobras posibles para mantener sus intereses espurios. Por ello no hay que bajar la guardia incluso cuando sus ataques parece que vienen del cielo.
El Vaticano siemre atento, con su experiencia milenaria, a los cambios de dirección del viento, ha decidido dejar de nombrar obispos étnicos. Ha dejado de soplar el viento a su favor. Por ello el relevo del obispo de San Sebastián, el primero y más significativo de los que estaban pendientes de realizarse, es una demostración del cambio de línea del Vaticano que ha pasado a apoyar a la de Rouco Varela. Pero eso supone que el nacionalismo étnico perdería la posibilidad de utilizar uno de los aparatos del entramado del régimen. Se ha desalojado al PNV de Ajuria Enea pero siguen existiendo estructuras activas remanentes y resistentes a la democracia. Joseba Egibar, el presidente del PNV en Guipúzcoa, se ha unido inmediatamente al ataque contra el obispo Munilla, afirmando que “no hay nada más a la derecha” que Munilla, cuyo nombramiento pretende “so pretexto de universalizar, desarraigar y desafectar la Iglesia vasca, porque tiene excesiva personalidad”. Y ha hecho gala del cinismo habitual para ensalzar a Juan María Uriarte y José María Setién, anteriores obispos afirmando que “Uriarte es un hombre muy comprometido con este país desde hace mucho tiempo, y nadie le podrá decir, ni a Setién, el que haya hecho apología de ningún planteamiento nacionalista”. Setién, íntimo de Arzalluz, defendió durante años a los terroristas calificándolos como “luchadores del pueblo vasco”. Su sustituto Uriarte disimuló y arteramente puso al mismo nivel a los terroristas y a sus víctimas, llegando a criticar la Ley de Partidos. Es decir, han sido puntales del régimen étnico y de sus políticas obligatorias y excluyentes. ¿Y hay algo más a la derecha, más conservador y reaccionario que un nacionalismo étnico que recoge sus frutos del árbol que los terroristas arrean? Según informaciones de prensa, Gorka Maneiro, parlamentario de UPyD, se ha mostrado en desacuerdo sobre la labor pastoral ejercida por Uriarte y Setién, porque “han empleado un lenguaje no lo suficientemente claro” en sus referencias a la situación vasca, algo que espera que desaparezca con el nuevo prelado, a pesar de su “pensamiento reaccionario” que “va a provocar un alejamiento todavía mayor de la sociedad hacia la Iglesia”. Estamos totalmente de acuerdo. Sólo señalar que son contradicciones de índole distinta. La primera es una contradicción de primer orden entre el régimen étnico y la libertad constitucionalista, que nos importa políticamente a todos los ciudadanos. La segunda es una contradicción de segundo orden entre la orientación social de la jerarquía católica y la mentalidad mayoritaria de la población vasca, lo que debería importar a la Iglesia.