Dos exposiciones de Agustín Ibarrola

Ibarrola: Política y naturaleza. Naturaleza y política

El Ibarrola que pone su obra al servicio de la lucha contra el fascismo, primero de Franco luego de ETA, y el que convierte la naturaleza, venerada como un tótem, en soporte y motivo de su obra es el mismo artista libre y total.

Dos exposiciones nos permiten acercarnos a la obra de un artista imprescindible, Agustín Ibarrola. Presentándonos dos caras que no es excluyen sino que se refuerzan una a la otra. Por un lado un compromiso político activo, que le llevará a enfrentarse al fascismo. Al de Franco y al de ETA. Por otro, el artista que se funde con la naturaleza, elevada a una altura totémica.

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El grito de Ibarrola. Compromiso, lucha y libertad

Galería José de la Mano, Madrid. Hasta el 27 de julio.

Cartel de Ibarrola para la Feria del Toro de Pamplona de 1974.

Dos obras poco conocidas, o directamente desconocidas, nos conducen a la médula del compromiso que Ibarrola ejerció en su vida y en su obra.

La primera se presenta por primera vez en la exposición que la galería José de la Mano dedica en Madrid al artista vasco.

Corría 1974. Pleno franquismo. Oteiza cede a Ibarrola el encargo del cartel para la Feria del Toro de Pamplona.

Lo que Ibarrola creó es una extraordinaria mezcla de lo ancestral y lo inmediato, de la abstracción y el realismo, de política y arte.

Arriba, la cabeza del toro del Guernica picassiano. Una versión de los Nuevos Guernicas que Ibarrola visitó una y otra vez en la década de los setenta.

Debajo una multitud de manifestantes con el puño en alto, esquematizados, sin caras visibles, pero reconocibles en las muchas movilizaciones obreras y populares que precipitaron el final del fascismo.

Separando ambas imágenes una franja roja, simbolizando a la vez la revolución y la sangre derramada.

La obra fue rechazada. Estábamos en pleno franquismo. Pero su valor pervive y nos sigue golpeando.

Compromiso y fuerza expresiva se unen en la obra de Ibarrola

La segunda de las obras de Ibarrola fue presentada una reciente edición de ARCO. Están hechas de migas de pan. Era el único material escultórico disponible en el penal de Burgos, donde Ibarrola fue encarcelado por su militancia comunista.

Le enclaustraron pero no le privaron de su libertad creativa. Y esas migas de pan, transformadas en arte, son hoy más valiosas, nos dicen muchas más cosas, que un lujoso diamante.

En la exposición dedicada al compromiso político de Ibarrola hay manifestaciones obreras, huelgas, asambleas, masas de cabezas cubiertas con txapelas e ikurriñas al viento… A través de imágenes radicales en su contenido y presentadas bajo formas con una arrolladora fuerza expresiva.

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La vida y la obra de Agustín Ibarrola

Una memoria imprescindible

En 1975 grupos de extrema derecha incendiaron el caserío-estudio de Ibarrola en Gametxo. En 2002 y 2003 camisas pardas de ETA destrozaron el Bosque de Oma, una de las obras emblemáticas del artista vasco.

El fascismo, el de Franco y el de ETA, no soporta el arte, no admite la cultura. Siempre gritan muera la inteligencia.

Pero no le callaron. Ibarrola denunció: “El terrorismo ha mordido fuerte sobre mí. Llevo dos guerras a cuestas, dos dictaduras: la franquista y la terrorista”.

Y jamás doblegaron al artista. Sus obras fueron más libres cuantos más ataques de los fascistas recibía. Hoy son admiradas, mientras que quienes lo amenazaban, los de camisa azul y los de hacha y serpiente, están en el basurero de la historia.

Volver a Ibarrola es un ejercicio imprescindible de memoria. De memoria política y de memoria artística.

Nació en una familia obrera. Y trabajó en la mina, codo con codo con el poeta Blas de Otero.

Y se hizo comunista. Sufrió tortura bajo el franquismo y dos condenas que sumaron nueve años de cárcel.

Ibarrola luchó contra el fascismo, el de Franco y el de ETA

Pero no se detuvo ahí. Siguió luchando contra el fascismo. Fundando el Foro de Ermua para luchar contra el fascismo étnico que imponía ETA y alentaba el sector más aranista del PNV.

Ibarrola es la memoria de piedra, verdadera y poderosa como la naturaleza. Que se levanta para pulverizar la desmemoria, ese virus que aniquila las conciencias de la forma más peligrosa, indolora y sin casi darnos cuenta.

Y también memoria del arte. De quienes, en los momentos más difíciles, abrieron nuevos caminos de expresión.

Ibarrola, que abandonó la escuela a los 11 años, se convirtió en maestro, abordando el hecho artístico en casi todas sus versiones: pinturas, esculturas, dibujos, collages, fotografías…

Viajando junto a otros jóvenes a París para fundar en 1957 el Equipo 57, fundamental en el desarrollo de las vanguardias en España. Y tras salir de la cárcel franquista fundando los grupos artísticos de la Escuela Vasca, Gaur, Emen, Orain y Danok.

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Agustín Ibarrola. El pintor en el bosque

Galería Lucía Mendoza, Madrid. Hasta finales de julio.

El Bosque de Oma, una de las obras emblemáticas de Ibarrola

El Bosque de Oma es una de las obras más poderosas y conocidas de Ibarrola. En 1982 el artista vasco empezó a pintar los pinos del bosque cercano a su caserío. La naturaleza era el lienzo.

Más de 700 pinos se convirtieron en soporte del arte, y en arte en sí mismos. Porque una simple línea blanca adquiere otro sentido cuando une a un conjunto de árboles.

Tal y como nos plantea Ibarrola “al incorporar la pintura, la naturaleza adquiere otras atmósferas y el paisaje se transforma”.

Pero también se transforma lo pintado. Los motivos geométricos y los vivos colores también se resignifican cuando se funden con la naturaleza, nos dicen muchas más cosas, nos impactan en mayor grado.

“Al incorporar la pintura, la naturaleza se transforma” (Ibarrola)

Todo en la naturaleza es objeto del arte. También las piedras. Ibarrola las pinta para dialogar con ellas, dibujándoles bocas para que ellas hablen y nosotros podamos escuchar lo que dicen. Nos lo desvela el artista vasco: “A veces en las grietas les pongo labios para demostrar que tienen boca. No pinto piedras, las veo como un volumen total, como esculturas”.

Esculturas moldeadas por la naturaleza. Vista a través de una mirada totémica, como el del primer ser humano que se veía pequeño ante el poder de la naturaleza y la adoraba como un dios. De hecho Ibarrola se inspiró, como Picasso, como todas las vanguardias, en esa mirada primitiva, empapándose de las pinturas paleolíticas de las cuevas de Santimamiñe, en el valle de Oma, o en elementos de culturas ancestrales como los dólmenes o las construcciones célticas.

Todo es arte. En todo hay vida. Ese animismo pagano que escondemos tras capas de civilización. Dios está en los pucheros, decía Santa Teresa. Y el arte está en piedras o en traviesas de ferrocarril, también pintadas por Ibarrola.