En el año 2000, con la entrada en vigor del euro como moneda única, España cedió su soberanía monetaria y muchas de las capacidades del centenario Banco de España al Banco Central Europeo (BCE). Doce años después, ese mismo ente al que le hemos transferido nuestra soberanía monetaria es uno de los principales artífices del hundimiento de nuestra economía y de la intervención del país.
Entonces nos dijeron que tal pérdida de soberanía y competencias no era relevante, por cuanto pasábamos a ser socios de una unión monetaria mayor y más fuerte, que nos blindaría mucho mejor frente a futuras crisis y sacudidas financieras. Ahora resulta patético observar cómo destacados miembros del gobierno y altos dirigentes de PP y PSOE imploran, sin ningún resultado, al BCE para que compre deuda publica española.
Sólo una actuación decidida del BCE podría rebajar la insostenible presión de una prima de riesgo por encima de los 600 puntos y un interés del bono a 10 años que sitúa ya en el 7,5%. «Es la gran banca alemana, a través del BCE, la que ha adquirido la capacidad de imponer el conjunto de medidas de austeridad y los recortes necesarios»
De hecho, aunque sea desconocido por la mayoría, no son los mercados, ni tampoco las agencias de calificación, las que deciden la prima de riesgo y los intereses que cada país debe pagar por su deuda pública. Son los bancos centrales de cada país los que, con su política monetaria, marcan esos niveles. En nuestro caso, es el BCE, y no ningún otro ente o institución, el principal responsable de la asfixia que sufrimos.
Por ejemplo, sería inconcebible que una deuda pública como la norteamericana –que supera realmente el 700% de su PIB– pudiera mantenerse con unos intereses ínfimos si no fuera por la activa y permanente intervención de la Reserva Federal (FED), su banco central, imprimiendo e inyectando dólares (o, al contrario, retirándolos de la circulación) según sea la situación del mercado de deuda y sus propios intereses.
Cada vez que, por la razón que sea, la deuda pública yanqui corre el riesgo de ser más cara, la FED sale en masa al mercado a comprar ingentes montañas de deuda, bien directamente, bien inyectando dólares a su sistema bancario para que sea éste el que las compre. Disparando en breve tiempo una oferta colosal de órdenes de compra, el interés que se paga por ellos en el mercado desciende automática y abruptamente.
Hace ya bastante más de tres meses que el BCE ni compra deuda española o italiana ni inyecta liquidez a medio plazo en el sistema bancario europeo. La consecuencia inmediata ha sido una erosión constante de nuestra deuda.
Las peticiones al BCE han sido múltiples, y han ido desde los gobiernos español e italiano al presidente francés Hollande, pasando por la mismísima Casa Banca y hasta el FMI. Sin embargo, la respuesta de su gobernador, el italiano Mario Draghi, ha sido inflexible: “el BCE no está para asistir financieramente a los países”. Pero, por qué, se preguntan muchos, un órgano al que 17 países han cedido soberanía supuestamente para defender mejor sus intereses, no sólo no los protege, sino que actúa con auténtica saña contra ellos.
La respuesta es sencilla. España ha cedido soberanía al BCE, pero a cambio no ha ganado poder de decisión en él. El BCE diseñado en los tratados europeos nace en realidad como una prolongación del Bundesbank, el banco central alemán. Sus estatutos, teóricamente, le otorgan independencia respecto al gobierno de cualquiera de los 17 países que forman la zona euro, pero en los hechos es el Bundesbank el que impone su criterio y fija sus directrices.
Como consecuencia de este diseño, es la gran banca alemana, a través del BCE, la que ha adquirido la capacidad de imponer el conjunto de medidas de austeridad y los recortes necesarios para que la banca española, a la que los gobiernos de Zapatero y de Rajoy han estado subvencionando e inyectando dinero público, pague ahora lo que debe a la banca europea.
No es en absoluto casual que fuera precisamente una carta secreta del BCE la que provocara la caída de Berlusconi. Ni que Zapatero recibiera otra en las mismas fechas, conminándole a tomar un conjunto de medidas de ajuste, recorte y reforma constitucional que cavaron su tumba política en las elecciones generales del 20-N.