Javier Tolcachier es investigador del Centro de Estudios Humanistas de Córdoba, Argentina y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.
La cronología dirá que un 10 de noviembre de 2019, Evo Morales Ayma, presidente constitucional de Bolivia, renunció a su cargo.
La historia contada por los aparatos de fabricación de sentidos comunes de la derecha, los medios privados dominantes, no insistirá en el hecho que Evo debió abandonar la presidencia para intentar parar la masacre que hordas fascistas estaban ejecutando contra funcionarios de gobierno y sus parientes, militantes de su partido y mujeres con atuendo andino.
El falso relato omitirá que, en verdad, el primer presidente indígena de Bolivia fue derrocado por un golpe de Estado. Un presidente que logró avances sociales imponentes, que permitió que los oprimidos de Bolivia, por primera vez en su larga historia, tuvieran dignidad de ciudadanos con igualdad de derechos. Golpe que no solamente se dirige a un dirigente sino a todo un movimiento social, al mejor estilo represivo de las dictaduras del siglo pasado.
La historia distorsionada no dirá que Evo es un genuino representante de las organizaciones del campo, un hombre que todos los días desde tempranas horas de la mañana trabajó sin descanso, un dirigente a quien no pudieron endilgarle corrupción ni enriquecimiento personal. Los periodistas mercenarios contarán, por el contrario, que quería “eternizarse en el poder”.
Estos tiranos de la comunicación darán voz a quienes denominan “fin de la tiranía” a un golpe de Estado consumado contra un gobierno institucional. En sus relatos emponzoñados glorificarán a los vándalos que quemaron urnas, tribunales, sedes partidarias, que atacaron a mujeres indefensas por su apariencia e identidad.
Llamarán “valientes” a quienes por dinero o confusión hicieron de fuerza de choque en los episodios iniciales del golpe, cuando el recuento de votos aún no estaba terminado. Aunque luego, para cuidar las formas, al desatarse la caza de brujas posterior al golpe, denominarán “exceso” a lo que es planificada estrategia.
Los medios golpistas alabarán la postura “conciliadora” de Mesa –quien será un débil títere de los Estados Unidos, si es que finalmente le otorgan el sitial presidencial– y la “firmeza”, el “valor” y la “integridad moral” de la versión santacruceña del Ku Klux Klan, Luis Fernando Camacho. Convocarán a la “unidad” y a la “pacificación”, para lo cual habrá que segregar a los actuales gobernantes de futuras contiendas electorales. Evitarán cuidadosamente hablar de “proscripción”, aunque éste sea el término adecuado a sus intenciones.
Toda declaración anterior de tinte fascista y racista será borrada o matizada para ocultar el carácter manifiesto del golpe. Los lobos vestirán piel de cordero, para agradar a los ojos del señor. O de los señores de las multinacionales, siempre prestos a desguazar las empresas de recursos naturales nacionalizadas para provecho de ignotos accionistas.
La manipulación informativa puntualizará el enorme “aporte” de la Organización de Estados Americanos (OEA) por “denunciar el fraude electoral”. Nadie osará valorar que el informe emitido por esta institución –financiada en un 60% por los Estados Unidos– ni siquiera habla de fraude, pero que ciertamente y según era previsible, tiende un manto de sospecha señalando “irregularidades”.
Nadie opinará en estos medios que fue un descuido (quizás forzado) del gobierno poner a esta organización conspirativa como garante de la democracia. Una organización que si gana quien no es funcional a los designios geopolíticos del mal vecino del Norte, coopera públicamente para derrocar al justo vencedor y encumbrar al perdedor.
Ningún editorialista de los medios concentrados criticará el silencio de los gobiernos de derecha habitualmente “preocupados” por los derechos humanos y la democracia. A lo sumo, alguna cancillería exhortará a retomar las buenas costumbres republicanas, es decir, aquellas que favorecen al poder establecido.
La prensa canalla endiosará a policías y militares por ponerse del lado de la “justa causa del pueblo oprimido”. Prensa que acallará cualquier intento de investigación sobre los móviles de los altos mandos de las fuerzas de seguridad para faltar a su deber de protección ciudadana y de salvaguardar a un gobierno elegido por la voluntad popular. Abundarán en su defecto las crónicas que eliminarán toda referencia al espíritu golpista de su accionar.
Sin duda que ninguno de estos medios osará colocar entre sus textos alguna referencia a posibles planes e intrigas con injerencia externa anteriores a la elección, que colocaron al derrocamiento de Evo Morales como su objetivo preciso.
Nadie relacionará la guerra por las redes sociales, el incendio intencional en sectores de la Chiquitanía, el recorte informativo sesgado de los mismos medios sobre las políticas del gobierno.
Lejos de contextualizar el golpe como una movida geopolítica para socavar la soberanía y la posibilidad de integración de los pueblos de América Latina y el Caribe, algún cronista exaltado, –con deseos de ascenso y aumento en su salario– hablará de haber dado un paso importante para quebrar la “nefasta influencia” de Cuba y Venezuela en la región.
Como es usual, la historia verdadera develará, muy poco tiempo después, como han sido las cosas en realidad.
Lo cierto es que hoy los poderosos, las derechas, los fascistas, los retrógrados y los violentos se frotan las manos y celebran la caída de un gobierno popular.
Los pobres de la tierra lloran de angustia y de rabia. Y nosotros con ellos.