«La política exterior de Mohamed VI es burda y huele a podrido. En cada desafío subyace la amenaza implícita a España de lanzar a un sinfín de marroquíes pobres y desesperados a que crucen el Estrecho para pasar a Europa. O, peor, interrumpir la cooperación en materia de «terrorismo». En otras palabras, hacer la vista gorda ante fundamentalistas islámicos que podrían volar en pedazos a más civiles inocentes en Europa. Tal vez ese sea el motivo por el que la reacción del PSOE ha sido tan bochornosamente insulsa. Mohamed VI es un hipócrita». (PÚBLICO)
EL CONFIDENCIAL.- Las consecuencias olíticas de una situación en la que se mezclan el declive económico con el debilitamiento de los lazos sociales y con un resentimiento creciente están todavía por explorar. Es cierto que tenemos experiencias que nos pueden servir de guía, pero también lo es que este contexto tiene componentes nuevos que pueden producir movimientos inesperados. Históricamente, el resentimiento suele traducirse en apatía política, generando así mayores niveles de abstención en las elecciones, y también un declive en la proporción del electorado que se identifica fuertemente con un partido político u otro. El segundo efecto del resentimiento consiste en el apoyo (explícito o implícito) para las fuerzas políticas extremas, de izquierda o – sobre todo, en los últimos años – de derecha. Opinión. Público Historia de dos reyes Ken Loach y Paul Laverty Nos han pedido que firmemos una carta suscrita por numerosos escritores, artistas, políticos y sindicalistas de renombre y dirigida al rey Juan Carlos I, en la que solicitan que interceda ante el rey Mohamed VI de Marruecos para intentar salvar de algún modo la vida de Aminatou Haidar, que se halla en huelga de hambre en el aeropuerto de Lanzarote. Aunque respetamos la buena voluntad de los implicados -y comprendemos que todos ansiamos evitar una tragedia- y en nuestro fuero interno esperamos que surta efecto, creemos que se trata de una estrategia profundamente equivocada. No obstante, reconocemos que esta iniciativa pone de relieve un hecho esencial: el rey Mohamed es la única figura que goza de un poder real en Marruecos. Básicamente, en la carta se pide al rey Juan Carlos I que le ruegue al rey de Marruecos que nos haga el "favor" de resolver este lío. Ha llegado el momento de ser claros y dejar de agachar la cabeza. Mohamed VI posee una fortuna estimada en dos mil millones de dólares por la revista Forbes, que lo sitúa en octavo lugar entre los monarcas más ricos del mundo. Según la Wikipedia, Mohamed y su familia tienen importantes intereses comerciales en el sector minero, la alimentación, la venta al por menor y los servicios financieros. Por otra parte, el presupuesto operativo diario del palacio es astronómico. Al margen de la gran fortuna personal de Mohamed VI y de su enorme influencia en las instituciones políticas del país, Marruecos es un Estado que ha firmado tratados internacionales vinculantes. Al hacer caso omiso de esas normas internacionales, de los derechos humanos y de la Corte Internacional de Justicia, Mohamed VI se comporta como si fuera un déspota medieval. La política exterior de Mohamed VI es burda y huele a podrido. En cada desafío subyace la amenaza implícita a España de lanzar a un sinfín de marroquíes pobres y desesperados a que crucen el Estrecho para pasar a Europa. O, peor, interrumpir la cooperación en materia de "terrorismo". En otras palabras, hacer la vista gorda ante fundamentalistas islámicos que podrían volar en pedazos a más civiles inocentes en Europa. Tal vez ese sea el motivo por el que la reacción del PSOE ha sido tan bochornosamente insulsa. Mohamed VI es un hipócrita. El 22 de junio de 2000, la Universidad George Washington lo nombró doctor honoris causa "por su labor de fomento de la democracia en Marruecos". Deberían despojarlo de ese honor. En un incendiario discurso pronunciado el 4 de noviembre declaró que "o se es patriota o se es traidor", condenando así a todos aquellos que se nieguen a aceptar la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, lo cual, a su vez, llevó a una mayor represión de la resistencia pacífica. Los funcionarios de Mohamed VI ponen como condición para devolverle el pasaporte a Aminatou Haidar que esta le pida disculpas al rey por haber cometido la temeridad de escribir en la tarjeta de embarque que su país de origen era el Sáhara Occidental y no Marruecos. Y esto se le exige a una mujer que pasó cuatro años desaparecida en un campo de detención secreto donde sufrió todo tipo de torturas. Le vendaron los ojos, la amordazaron, la golpearon, la sometieron a electroshock y la amenazaron con violarla. Si Mohamed VI tuviese un ápice de humanidad, sería él quien le suplicaría perdón de rodillas. La gran tragedia es que, mientras el continente africano sangra por los cuatro costados y gran parte del mundo musulmán está sumida en la violencia y la desesperación, en medio de todo ello se encuentra Aminatou Haidar, una figura frágil comprometida con la resistencia pacífica. Confiamos en que, antes de que muera, se escriba otra carta, dirigida a Mohamed VI y firmada por ciudadanos de todo el mundo (incluido el presidente Rodríguez Zapatero), en la que se les exija a Mohamed VI y a su Gobierno que respeten el derecho internacional y pasen a formar parte del mundo civilizado. Cuando pensamos en ese hombrecillo sentado junto al teléfono en su enorme palacio -bastaría con una llamada para devolverle el pasaporte a Haidar y permitirle así reunirse con sus dos hijos, que están destrozados-, nos acordamos de los antiguos emperadores romanos, que subiendo o bajando el pulgar decidían la vida o la muerte de sus cautivos. Aunque Mohamed VI tal vez se sienta todopoderoso en su opulento palacio, de tener una pizca de imaginación y visión histórica se daría cuenta de que, si permite la muerte de Haidar, el cristalino espíritu de resistencia pacífica de esta mujer revelará la insignificancia de su crueldad, siempre corta de miras, allá donde vaya durante el resto de su vida. Si acaso hay justicia, se le dará el mismo trato que recibió Bush cuando le lanzaron un zapato en Bagdad y se convertirá en real persona non grata para el mundo civilizado. No pedimos favores que tengan que tramar en privado dos reyes. Exigimos justicia, como seres humanos. PÚBLICO. 12-12-2009 Opinión. El Confidencial La movilidad social ya no es ascendente sino descendente Estebán Hernández La conclusión de expertos de toda Europa es clara: vivimos peor que nuestros padres y nuestros hijos vivirán peor que nosotros. El descenso social está amenazando a unas clases medias airadas y desorientadas que no saben cómo afrontar su futuro. Como subraya José Félix Tezanos, catedrático de sociología de la UNED y director de la Fundación Sistema, nos hallamos ante un cambio de consecuencias imprevisibles. El declive de las clases medias tiene que ver con la crisis (“quien posee mayores recursos siempre tiene reservas para los malos momentos, mientras que las capas medias se caracterizan por vivir al límite de sus posibilidades”), pero también forma parte de un panorama más amplio, el de una movilidad social descendente que resulta novedosa en las sociedades occidentales. Según Tezanos, hemos entrado en una época en la que los hijos tienen menos oportunidades que sus padres y donde las situaciones de necesidad actuales son paliadas gracias a los recursos familiares, “pero cuando éstos se agoten (porque los padres se jubilen, por ejemplo) vamos a encontrarnos con un fenómeno de gran complejidad y de imprevisibles consecuencias”. Reyes Calderón, vicedecana de la facultad de Económicas de la Universidad de Navarra, coincide en el diagnóstico sobre el declive que está viviendo el estrato social intermedio en la Vieja Europa. “La consultora Mckinsey publicó un informe intitulado Alemania en el año 2020, en el que aseguraba que la clase media alemana (el 53% de la población) estaba amenazada y caería en la pobreza si no se alcanzaban sostenidamente tasas de crecimiento del PIB superiores al 3%. El ejemplo de Alemania se puede extender a otros países”. Esa sensación de inseguridad, junto con el deterioro del nivel de vida en el que crecieron, está provocando sentimientos contradictorios en las capas medias. El más frecuente, el del resentimiento: en tanto las promesas en las que se criaron (en esencia, la conservación de un nivel económico a cambio de un esfuerzo formativo) ya no están operativas, y en tanto cumplieron su parte obteniendo los diplomas que se les exigían, buena parte de la clase media vive con una sensación de haber sido estafada. Y se trata de una clase de actitudes que irán en aumento, en parte por la ausencia de mecanismos sociales que las contengan. Como asegura Tezanos, “vivíamos en un mundo con grandes agarraderas vitales, como eran el trabajo y la familia, y con un sistema de identidades fuertes (patria, religión, clase social). Hoy, por el contrario, las tasas de nupcialidad han caído enormemente, mucha gente no tiene familia a la que recurrir, la mitad de las parroquias en España ya no tienen ni siquiera cura y se descree profundamente de las ideas políticas”. Ese mundo de convicciones firmes ha sido sustituido, afirma Tezanos, por sistemas microscópicos de identidad, “donde imperan pareceres, impresiones y tendencias que proporcionan las tres g: generación, gusto y género. La gente se relaciona con personas de su misma edad, con aficiones similares y de su mismo sexo”. Todos estos factores, pues, hacen que estemos a las puertas de “un cambio de una hondura espectacular”. Pérdida de valores Esa debilidad de las grandes ideas se manifiesta, asegura Calderón, en dos terrenos. La pérdida de valores es uno de ellos. “La clase media ha sido tradicionalmente identificada con el esfuerzo, la austeridad, la palabra dada, los lazos familiares. Esos valores no han caído en desuso con la crisis económica sino con la larga etapa de prosperidad artificial que hemos vivido. La riqueza, las metas, el éxito parecían estar siempre al alcance de la mano, se lograban sin esfuerzo y producían altos rendimientos”. La consecuencia de este nuevo contexto fue que la clase media cambió su patrón de consumo, su comportamiento económico y su educación en valores, con consecuencias muy negativas: “Enseña ahora a tus hijos, que han vivido accediendo a todos los bienes al instante, que tienen que ser felices con muy poco y, ese poco, obtenido con mucho trabajo”. El segundo aspecto que explicaría la debilidad de las capas medias, según Calderón, son las deficientes acciones institucionales: “si bien los Estados sabían que eran su principal fuente de ingresos fiscales, no han ajustado sus instituciones para fomentar un desarrollo sostenido de sus clases medias. Ser tendero, autónomo, tener una pequeña empresa o un despacho profesional está tan mal tratado en España que más pareciera que fueran enemigos y no amigos”. Y ese entorno de pérdida de poder adquisitivo, “el mal tratamiento fiscal y la dura competencia global (muchas veces sin las mismas reglas de juego) están haciendo que se desplome un sector de la clase media, lo que puede ser una amenaza política, económica y social. Si no alcanzan unos mínimos, nuestra forma de vivir peligrará”. Las consecuencias políticas de una situación en la que se mezclan el declive económico con el debilitamiento de los lazos sociales y con un resentimiento creciente están todavía por explorar. Es cierto que tenemos experiencias que nos pueden servir de guía, pero también lo es que este contexto tiene componentes nuevos que pueden producir movimientos inesperados. Históricamente, el resentimiento suele traducirse, según Andrew Richards, profesor de ciencia política en el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales de la Fundación Juan March, “en apatía política; es decir, en la tendencia de rechazar los partidos políticos con el argumento que ninguno de ellos representa o defiende sus intereses, que todos los políticos son iguales, etc. El resultado de este tipo de sentimiento es la decisión de no votar, generando así mayores niveles de abstención en las elecciones, y también un declive en la proporción del electorado que se identifica fuertemente con un partido político u otro”. El segundo efecto del resentimiento consiste “en el apoyo (explícito o implícito) para las fuerzas políticas extremas, de izquierda o – sobre todo, en los últimos años – de derecha, y actitudes cada vez más intolerantes y menos liberales sobre temas como la inmigración, el estado de bienestar y la delincuencia. Y quizás menos confianza (por parte de la clase media) en los sistemas públicos de educación y salud que ofrecen, aparentemente, menos beneficios, y funcionan peor que antes”. En ese sentido, y dado que la irritación con la política y con sus actores principales está creciendo, bien puede sentenciarse, y así lo significa Richards, que “quienes mejor canalicen ese descontento serán los triunfadores electorales”. El tema clave es cómo dirigir, y hacia dónde, ese caudal de emociones negativas. “En muchos países europeos la izquierda ha adoptado posiciones cada vez más derechistas para mantener la lealtad de sus bases tradicionales, disminuyendo así la amenaza electoral de la derecha. Pero eso significa, a largo plazo por lo menos, la derrota de cualquier agenda política progresista e inclusiva”. En este orden, el contexto español es pertinente, según Richards, en la medida en que en él pelean dos discursos opuestos: mientras el PSOE intenta resaltar los aspectos positivos, el PP hace lo mismo con los negativos. Y, en ese combate, las perspectivas negativas están ganando terreno. “Es verdad que el gobierno consiguió la reelección, pero llama la atención el colapso del apoyo para los socialistas en sus baluartes tradicionales de Madrid, por ejemplo”. Para Calderón, sin embargo, la debilidad de las formaciones políticas no es más que el reflejo “de una clase media atocinada, que produce partidos sin garra, sin programa, casi sin ideología. Eso tendrá que cambiar. Estimo que la secuencia será, más o menos, la siguiente: las clases medias dejarán de votar y la socialdemocracia pagará las consecuencias de su aburguesamiento estéril. Entonces surgirán nuevos partidos con ideología y bandera”. Pero, asegura Tezanos, el problema va mucho más allá de lo meramente político, puesto que avanzamos hacia un mundo lleno de incertidumbres laborales, económicas y vitales. “Estamos entrando en una nueva era. Se acabó lo conocido”. Opinión. La Vanguardia Sobre todo, no hacer el ridículo Enric Juliana En su discurso sobre la cuestión catalana en las Cortes Constituyentes de 1931, José Ortega y Gasset le dijo a Manuel Azaña que la cosa no tiene remedio, que el señerismo catalán no admite solución, puesto que el sentirse incomprendido constituye su principal razón de ser. El filósofo de la España invertebrada sostenía que el catalán alimentará siempre, con mayor o menor intensidad, el deseo de separarse de España y que ninguna ortopedia autonomista será capaz de extinguir esa fantasía. De este discurso, contrapuesto al voluntarioso racionalismo de un Azaña que veía en el estatuto la posibilidad de acomodo de los catalanes en una España regenerada, surgió la célebre apelación a la conllevancia. (Señero: pueblo con facultad de levantar el pendón en la proclamación de los reyes). No es que estos días se observe en el metro de Madrid una masiva lectura del interesante volumen editado hace cuatro años por José María Ridao con los discursos de Azaña y Ortega (Dos visiones de España), pero el fantasma de 1931 se pasea desde hace un par de semanas por los despachos que justifican el mito de Madrit. Se aprecian dos escuelas de pensamiento. Por un lado tenemos la reencarnación de los Trastámara, una corriente de recia tradición castellana convencida de que "el catalán amaga, pero no da". Creen los Trastámara, al mando de la prensa de combate y con gran influencia intelectual, que el catalanismo es una habilidosa superestructura (estamento político+medios de comunicación+ jerarquía católica+una red social en la que siempre están los mismos), incapaz de ir más allá de la protesta virtual, puesto que la Catalunya real no desea dinámicas fuertes, aunque aplauda o consienta el señerismo. Luego tenemos al partido de los prudentes, en el que se entrecruzan azañistas y orteguianos con comunes intereses tácticos. En ese partido militan hoy Zapatero, Rajoy, altos magistrados (a estas horas, quizá un esbozo de mayoría en el Tribunal Constitucional) y muy probablemente la plana mayor de la economía. Su actual lema: "Vayamos con cuidado". De la relación de fuerzas entre ambas facciones depende el futuro de la conllevancia. Por lo tanto, desde Madrid y con conocimiento de causa, un encarecido consejo a los señeristas del 13-D: sobre todo, no hacer el ridículo. LA VANGUARDIA. 12-12-2009