El más grande de los genocidas, el más acreditado de los criminales de guerra que caminaba por el mundo ha dejado de respirar.
Henry Kissinger, secretario de Estado y «cerebro estratégico» de la administraciónes de Nixon y Ford, artífice de golpes de Estado y dictaduras sangrientas de toda América Latina, impulsor de la escalada bélica en Vietnam y arquitecto de incontables intervenciones y reconducciones hegemonistas por todo el globo -incluyendo la transición española- ha muerto a los 100 años.
Ha querido la suerte -otros dirían que el karma o una especie de justicia poética- que Kissinger tenga una larguísima vida para ser testigo, en la plenitud de sus facultades mentales, de cómo la lucha creciente de los países y los pueblos del mundo ha golpeado y erosionado de tal manera el poder de la superpotencia norteamericana, que ha conducido a Washington a un irreversible ocaso imperial.
Hoy el mundo parece ir tristemente sobrado de genocidios y criminales de guerra. Pero ni siquiera Putin o Netanyahu podrían arrebatar el primer puesto en el podio, la medalla de oro de la ignominia, al abultadísimo y sangriento historial de Henry Kissinger, que sin embargo fue premiado con el Premio Nobel de la Paz en 1973.
Si hay un arquitecto supremo de la política exterior de la superpotencia norteamericana en la segunda mitad del siglo XX -es decir, en una Guerra Fría en la que EEUU, junto a la URSS, se lanzó a una criminal política de guerra, expansión, intervención y extorsión por los cinco continentes- ese no es otro que Henry Kissinger.
Una extensa y sangrienta hoja de servicios
Nacido en 1923, el seno de una familia judía en la ciudad bávara de Fürth, en plena república alemana de Weimar, los Kissinger pronto tuvieron que exiliarse a Nueva York por el ascenso del nazismo. Años después, y tras participar en la II Guerra Mundial, un brillante, arrogante y arribista Henry Kissinger se graduó summa cum laude en la Universidad de Harvard.
Pero el destino de Kissinger no estaría limitado al mundo académico, y pronto fue fichado como asesor por la Corporación RAND, uno de los núcleos del llamado complejo militar industrial, ligada estrechamente al Pentágono. Este cable, unido al de los cuerpos de Inteligencia en los que trabajó en la guerra -de donde luego nacería la CIA- y al hecho de ser asesor de Nelson Rockefeller, gobernador de Nueva York y con vínculos tanto con el Partido Repùblicano como con el sancta sanctorum de la oligarquía financiera norteamericana, posicionarían a Henry Kissinger para estar en los máximos puestos de decisiones políticas de EEUU.
Fichado como consejero de Seguridad Nacional primero y luego como secretario de Estado de Richard Nixon, Kissinguer se convierte en el estratega jefe de la superpotencia norteamericana, quedando a cargo de referente a orden interno, seguridad y demás cuestiones referentes al ámbito de la defensa y la alta política internacional.
La dirección de Kissinger es esencial para entender todos los movimientos estratégicos de EEUU contra la URSS a finales de los 60 y durante toda la década de los 70, incluyendo las guerras de Vietnam, Camboya y Laos, el decidido apoyo a Israel en la Guerra del Yom Kippur (1973), o el apoyo a Pakistán contra India en la guerra de 1971.
Pero si hay algo que brilla con el rojo vivo de la sangre en el historial de Kissinger es su decisiva promoción de la Operación Cóndor, de la academia de militares golpistas, torturadores y genocidas conocida como Escuela de las Américas, y en general de toda la ola de golpes y dictaduras militares de América Latina, especialmente en Chile, Argentina, Brasil, Uruguay o Paraguay, que dejaron decenas de miles de muertos, torturados y detenidos/desaparecidos. El director de orquesta del golpe de Pinochet -como ya revelan con todo lujo de detalles los papeles desclasificados- no es otro que Henry Kissinger.
Intervenciones militares en Cuba, Angola o Rhodesia; la promoción de la tortura y el asesinato de izquierdistas en Colombia; la dirección de la Marcha Verde de Marruecos para apoderarse del Sáhara Occidental en 1975; el genocidio de un millón de comunistas y la invasión de Timor Oriental por parte de la Indonesia de Suharto… todos estos sangrientos episodios no se pueden entender sin el diseño y la mano de Henry Kissinger.
Pero tampoco la Transición española, cuyas etapas decisivas transcurrieron bajo los mandatos de Nixon y Ford, con Kissinger como secretario de Estado.
EEUU y sus necesidades de reforzar el «vientre blando de Europa», reconvirtiendo las dictaduras de Grecia, Portugal y España -crecientemente detestadas y contestadas por la lucha de masas y susceptibles de ser focos de inestabilidad por donde se colara la intervención soviética- en «democracias» homologables por Washington, que se pudieran integrar en la OTAN y la CEE, fueron las más ocultas fuerzas motrices de la Transición española.
Cabe recordar que el magnicidio del almirante Carrero Blanco, a manos de ETA, con un túnel lleno de explosivos en una calle -Claudio Coello-, situada a apenas 100 metros de la embajada norteamericana… tuvo lugar apenas unas horas después de la tormentosa reunión del delfín franquista con Kissinger, en la que Carrero se negó a seguir los planes del norteamericano, asegurándole que el régimen franquista continuaría por mucho tiempo más.
Con las botas puestas
A pesar de su avanzada edad, Henry Kissinger nunca dejó de estar en activo, como asesor de casi todos los últimos presidentes de EEUU. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, el entones presidente George W. Bush le eligió para encabezar un comité investigador. Hace apenas unos meses había testificado ante un comité del Senado sobre la amenaza nuclear de Corea del Norte y en julio pasado se había desplazado por sorpresa a Pekín para una reunión con el presidente chino, Xi Jinping.
Con más de medio siglo en los más altos niveles de decisión de Washington, en Henry Kissinger muere uno de los máximos responsables de la interminable lista de guerras, dictaduras, e intervenciones «duras» y «blandas» de la superpotencia.
Pero Henry Kissinger ha podido vivir para ver cómo la hegemonía estadounidense, a la que consagró su alma y su vida, está en un momento de irreversible decadencia. Ha podido vivir para ver que la superpotencia norteamericana, con toda su incomparable superioridad militar, ha sido derrotada en Irak y en Afganistán. Ha podido vivir para ver el poder de Washington golpeado sin cesar por la lucha de los países y pueblos del mundo. Ha podido ver como el orden mundial unipolar salido de la Guerra Fría se agosta sin remedio, al mismo tiempo que surge un nuevo orden mundial multipolar donde la hegemonía de EEUU va hacia su ocaso.
Kissinger ha podido vivir para ver que hoy en América Latina no mandan los Pinochet que él creó, sino los Allende que mandó asesinar. Es reconfortante que haya tenido tan longeva existencia.
Decía Mao Tse Tung que «hay muertes que pesan más que una montaña y otras -las de los que explotan y oprimen al pueblo- que pesan menos que una pluma».
Pero eso es porque no sabía que hay partículas subatómicas que no tienen masa, que no pesan nada, que ni tan siquiera interactúan con el campo de Higgs.
Hay muertes que pesan lo mismo que un fotón.