Ha estallado una nueva y mortífera guerra sobre la Franja de Gaza, un incendio que amenaza con propagarse por Oriente Medio y desatar un conflicto de imprevisibles proporciones.
Hay que parar esta guerra. Hay que instar por todos los medios políticos y diplomáticos a que cesen las armas, a que se detenga la matanza.
Las guerras las provocan los Estados, pero las pagan los pueblos. Es igual de valiosa la vida de los civiles israelíes inocentes asesinados por Hamás que la vida de los civiles inocentes palestinos que están muriendo bajo la lluvia de misiles y fuego desatada por Israel sobre la Franja de Gaza. Tan execrables, lamentables y condenables son unas muertes como las otras.
Condenamos sin paliativos los actos terroristas que ha perpetrado Hamás. El terrorismo, venga de donde venga, es siempre fascismo. No hay nada, absolutamente nada, que justifique el asesinato y el secuestro de cientos de civiles israelíes inocentes.
El criminal y necio terrorismo de Hamás -que ha causado ya al menos 700 muertos y más de 2.000 heridos en Israel- es además un tiro en el pié a la causa del pueblo palestino: solo va a servir al gobierno de Netanyahu -el más ultraderechista y fanáticamente sionista de la historia de Israel-, que se enfrentaba a una masiva oposición interna por parte de amplios sectores de la sociedad, para cerrar filas en torno a él, y para justificar un nuevo salto en la aniquilación militar de la Franja de Gaza y en la brutal opresión contra Cisjordania.
Es igual de valiosa la vida de los civiles israelíes inocentes asesinados por Hamás que la vida de los civiles inocentes palestinos que están muriendo bajo la lluvia de misiles y fuego desatada por Israel sobre la Franja de Gaza.
Pero dicho esto, en esta guerra -como en cualquier otra- hay oprimidos y opresores, una potencia militar que perpetra una y otra vez un castigo colectivo contra la población civil, y un pueblo que sufre -con sangre y vidas- bajo el fuego y los cascotes.
El responsable de estos 70 años de «conflicto» no es otro que el Estado de Israel, siempre bajo el amparo político, diplomático, y militar de la superpotencia norteamericana, para la que Tel Aviv es su principal gendarme en Oriente Medio. No hay lugar para la equidistancia. Ante siete décadas de guerra, genocidio y apartheid sionista no se puede ser neutral. Nuestro lugar está con la justa causa del pueblo palestino.
Debemos parar esta guerra.
Debemos parar esta carnicería en la que los que más tienen que perder son los palestinos de la Franja de Gaza, sobre los que ahora se va a descargar un diluvio de muerte, pero también los de Cisjordania, que van a sufrir una recrudecida opresión.
Debemos parar una escalada en las que los únicos que tienen algo que ganar son Netanyahu y los sectores más sanguinarios del sionismo, y tras ellos la línea más aventurera y belicista del hegemonismo norteamericano, interesada en incendiar Oriente Medio en pos de sus imperativos geopolítícos.
No hay lugar para la equidistancia. Ante siete décadas de guerra, genocidio y apartheid sionista no se puede ser neutral. Nuestro lugar está con la justa causa del pueblo palestino.
Debemos condenar el terrorismo, los bombardeos y la muerte de inocentes.
Debemos apoyar a Palestina y su legítimo derecho a la autodeterminación, a tener su propio Estado, a vivir en paz, prosperidad e independencia.
Debemos ayudar a Palestina a detener la matanza presente y el holocausto cotidiano -tantas veces silencioso y huidizo a la atención mediática- y a encontrar la senda de una paz justa y duradera, donde ambos pueblos, el palestino y el israelí, puedan por fin convivir y reconciliarse.
Y debemos parar esta guerra e impedir que se extienda por Oriente Medio, convirtiéndose en una nueva amenaza a la Paz Mundial.