La pugna entre Washington y Moscú desgarra Ucrania y amenaza la estabilidad europea

¿Hacia una nueva guerra?

Este, la intervención de las grandes potencias, es el problema principal, que vuelve a traer, como hace dos décadas en los Balcanes, tambores de guerra a Europa.

Así­ «»¿Hacia una nueva guerra?»- titulaba un renombrado periodista español su último artí­culo sobre Ucrania. Moscú ha enseñado los dientes, ocupando de facto la pení­nsula de Crimea, y anunciando que está dispuesta a descuartizar el paí­s antes de perder su tradicional influencia sobre Ucrania. Hoy todos los ojos se dirigen hacia la sorprendente ofensiva rusa. Pero detrás de lo que nos han presentado como «una revuelta espontánea contra el totalitarismo», estaba el aliento norteamericano. Esta es la clave que casi todos callan. La disputa entre Washington y Moscú por el control de un enclave estratégico está colocando a Europa al borde de una catástrofe. Es muy poco probable que desemboque en un conflicto abierto, pero ya está minando la estabilidad europea. Lo que necesitamos es que Ucrania «como el resto de paí­ses europeos- se libere de la intervención extranjera, venga esta desde Moscú o desde Washington, y conquiste su plena independencia. Esta será la única garantí­a de paz y democracia.

La destitución del presidente ucraniano, entronizando a un gobierno pro-occidental, convirtió en papel mojado el acuerdo alcanzado entre una troika europea –representada por Alemania, Francia y Polonia- con el enviado especial de Putin.» Mientras Ucrania siga siendo una pieza en la disputa entre Washington y Moscú no podrá existir paz ni democracia»

La respuesta rusa ha sido algo más que contundente. El gobierno de Crimea “solicitaba” la ayuda rusa. E inmediatamente, la Duma “autorizaba” a Putin a intervenir militarmente en el extranjero. El parlamento de Crimea y los dos aeropuertos eran tomados por tropas militares, y la Armada rusa bloqueaba a la Guardia Costera de Ucrania.

En 2008, Putin ya envió fuerzas rusas a la vecina Georgia, con el pretexto de proteger a los rusos del enclave georgiano separatista de Osetia del Sur, pero con el verdadero objetivo de debilitar al gobierno pro-occidental de Tiflis.

Ahora, parece haber redoblado la apuesta.

Todos los medios denuncian la intervención rusa contra un Estado soberano. Y tienen razón. Pero han callado ante la intervención norteamericana.

La Secretaria de Estado adjunta norteamericano, Victoria Nuland, admitió en el encuentro del Nacional Press Club, patrocinado por Chevron, que los EEUU han invertido 5.000 millones de dólares para fomentar la agitación en Ucrania, con el objetivo de provocar un cambio de régimen.

Los manifestantes que exigían democracia en Ucrania estaban cargados de razones. Pero participaban de un juego donde EEUU había repartido las cartas.

No es casual que sea en Ucrania donde estallen las hostilidades. Estamos ante uno de los pivotes geoestratégicos más importantes de Eurasia. Estados que nunca serán jugadores activos en el tablero mundial, pero que tienen una importancia decisiva para las grandes potencias.

Depende de hacia dónde se oriente –estrechando sus lazos con Rusia o mirando hacia la UE y la OTAN-, Ucrania determina si Rusia puede ser una potencia euroasiática o si su influencia queda reducida al continente asiático.

Por eso ha centrado el interés norteamericano, y provocado una reacción tan airada de Moscú.

La disputa entre ambas potencias ha depuesto y encumbrado varios gobiernos en los últimos años. Y se ha agudizado al ritmo que Moscú manifestaba su intención de ampliar su influencia global y EEUU agudizaba su declive estratégico.

EEUU amenaza con sanciones económicas y con la expulsión de Rusia del G-8. Pero tras el caso Snowden, o la intervención en las crisis de Siria e Irán, Moscú hace ahora una nueva demostración de poderío.

Utilizando además sus redes de intervención en Ucrania -hasta el jefe supremo de la armada ucraniana se ha pasado al bando ruso-, amenazando con la segregación de la pro-rusa Crimea –donde se aloja la estratégica flota del Mar Negro-.

Este, la intervención de las grandes potencias, es el problema principal, que vuelve a traer, como hace dos décadas en los Balcanes, tambores de guerra a Europa. Mientras la UE aparece como un mero instrumento al servicio de EEUU, aunque eso suponga tirar piedras contra su propio tejado.

El nuevo ministro de Asuntos Exteriores ha pedido ayuda a la OTAN ante las agresiones rusas, pero mientras Ucrania siga siendo una pieza en la disputa entre Washington y Moscú no podrá existir paz ni democracia.