SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Hacia un nuevo desorden mundial

En su nuevo libro, el exsecretario de Estado Henry Kissinger afirma que “el caos amenaza” el orden mundial “junto a una interdependencia sin precedentes” entre países. Tiene toda la razón. La globalización de la economía mundial ha ido acompañada de amenazas que traspasan las fronteras: “La propagación de las armas de destrucción masiva, la desintegración de Estados, las consecuencias de la destrucción medioambiental, la persistencia de conductas genocidas y la difusión de las nuevas tecnologías”. Sin embargo, al tiempo que la prosperidad y los problemas mundiales están cada vez más entrelazados, aumentan también los conflictos geopolíticos entre naciones-estado tradicionales.

El principal motor de toda esa volatilidad es el deterioro del orden mundial encabezado por Estados Unidos, lo que llamo el G-cero, la idea de que vivimos un vacío de poder creciente en el mundo, sin que ningún país ni grupo de países pueda llenarlo a corto plazo. Estados Unidos tiene cada vez menos voluntad y menos poder de influencia, precisamente cuando más importante es un liderazgo internacional. Ya no tiene la excepcional capacidad para organizar la agenda y las instituciones mundiales que tenía, y no existe ninguna estrategia eficaz para intentar recuperarlo. Esa circunstancia refuerza y conecta los conflictos geopolíticos que parecen surgir hoy en todas partes, como en el Mar del Sur de China, Ucrania, Irak y Siria.

Si no abordamos esos problemas, ¿qué ocurrirá en este mundo desordenado? Kissinger imagina algo que en definitiva es realpolitik, pero a escala regional, en vez de mundial. Vivimos en un mundo de regiones, en el que distintos países tienen distintas esferas de influencia, a veces contrapuestas y a veces no. Es una perspectiva completamente verosímil y, a juzgar por los hechos recientes, parece que nos encaminamos en esa dirección. Será un mundo de vencedores y vencidos, en el que unas regiones mantendrán el orden y la estabilidad mejor que otras. Al hemisferio occidental no le iría mal, dado su aislamiento de las zonas geopolíticas más calientes. Para Eurasia y Oriente Próximo, el futuro está más lleno de conflictos, en un mundo sin normas ni árbitros comunes. La zona de más incertidumbre es Asia, con el máximo potencial pero con la posibilidad de sufrir los conflictos más graves.

Ahora bien, debemos poner en duda una hipótesis fundamental en la que se basa la predicción de Kissinger: ¿tiene sentido olvidarse de la dimensión global? Es razonable pensar que el orden mundial va a dividirse en esferas regionales de influencia. Si tuviera que definirme, seguramente estaría de acuerdo, pero sin poner la mano en el fuego. Sobre todo, por la enorme incertidumbre que envuelve el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y China.

Independientemente de lo que ocurra en los próximos años, está claro que Estados Unidos y China seguirán siendo durante bastante tiempo las dos potencias de mayor tamaño e influencia. Son los dos países que más peso económico tienen en el mundo; en el futuro tendrán también seguramente el mayor peso cultural, político y ciberbélico (para no hablar del poder militar convencional). El libro anterior de Kissinger, On China, demuestra que es muy consciente de la enorme y creciente influencia del país asiático. En mi opinión, hay dos posibles situaciones que impedirían la existencia de un mundo de regiones: que las relaciones entre Estados Unidos y China mejoren de manera radical, o que se estropeen del todo.

Si los dos gigantes logran empezar a coordinarse ante muchas de las crisis internacionales, la fragmentación del mundo en regiones de influencia que predice Kissinger no se produciría. La entente EE UU-China podría alimentar una estructura organizativa de carácter global. En el caso opuesto, el antagonismo entre los dos podría agudizarse tanto que las diversas esferas de influencia en el mundo acabaran por repartirse entre dos opciones radicalmente contrarias que obligarían a muchos países a elegir. Esa situación sería mucho más conflictiva y tendría ramificaciones geopolíticas de guerra fría.

China no está preparada aún para inclinarse hacia un lado u otro: sigue considerándose un país pobre y está emprendiendo una transformación económica histórica. Pero esa transformación, tenga éxito o no, cambiará el papel de China en el mundo, y, si bien tendrá profundas repercusiones en el ámbito geopolítico de China, que es Asia, serán más amplios los interrogantes, aún sin respuesta, sobre si el resultado podría ser un verdadero Nuevo Orden Mundial.

¿Qué lugar le corresponde a India en ese futuro? En muchos sentidos, a India le interesa que las predicciones de Kissinger, aunque pesimistas, resulten ciertas. India es el típico elemento de equilibrio regional; le beneficia un mundo que no tenga un marco global restrictivo. En un mundo de regiones, India puede diversificar y proteger sus intereses estableciendo múltiples pactos y fomentando unas sólidas relaciones de trabajo entre los países occidentales, los grandes mercados emergentes y otros países de la zona. En una situación de posible conflicto entre Estados Unidos y China, a India le sería difícil elegir entre la proximidad y la importancia económica de China y los valores y el sistema de gobierno de Estados Unidos. Incluso en un orden de colaboración entre los dos, India podría salir perjudicada, porque China tendría una influencia desproporcionada en Asia. A medida que los dos países más poblados del planeta sigan creciendo, aumentarán las disputas por los recursos naturales, el agua y los alimentos. India podría ser víctima de acuerdos entre Estados Unidos y China que implicaran concesiones norteamericanas a cambio del apoyo chino en las cuestiones mundiales más acuciantes.

Hay otros dos ámbitos en los que tampoco estoy totalmente de acuerdo con las afirmaciones de Kissinger.

He explicado cómo podríamos ver un orden global en vez de regional. Por otro lado, podría ocurrir que las instituciones de gobierno se descompusieran en estructuras incluso por debajo del nivel regional. Con peligros todavía presentes y sin una coordinación mundial para afrontarlos, los atentados terroristas, la guerra cibernética, las epidemias y las consecuencias del rápido cambio climático —con unos Gobiernos sin la capacidad ni la coordinación necesarias para reaccionar— podrían minar las estructuras regionales e incluso nacionales. Es lo que ya está sucediendo en Irak, Libia, Yemen y Afganistán (para no hablar de los países de África occidental asolados por el ébola). ¿Se extenderá esa tendencia durante los próximos decenios? Es posible, sobre todo si aumentan el vacío de liderazgo global y las desigualdades entre ricos y pobres.

En segundo lugar, Kissinger se muestra resignado ante la idea de que Europa no es capaz de cambiar de verdad. Cree que se ha propuesto “sobrepasar el Estado” con un proyecto supranacional y que eso “provoca un vacío interno de autoridad y un desequilibrio de poder en sus fronteras”. Kissinger insiste todavía en su famosa afirmación de que Europa “no tiene una dirección” ni un número de teléfono al que llamar. Aunque sigue siendo verdad, la Alemania de Merkel ofrece muchos argumentos para ser la que atienda la llamada. En un orden mundial más disfuncional y volátil, las peticiones de que Alemania asuma el liderazgo se multiplicarán. De aquí a un tiempo, una UE encabezada por Alemania podría cambiar por completo la orientación de Europa, quizá para reforzar la relación transatlántica o quizá para debilitarla y acercarse mucho más a China.

Kissinger acierta al describir la evolución del orden mundial y cómo está hoy descomponiéndose. Sus predicciones indican lo que es más probable que suceda. Pero, con la tremenda volatilidad geopolítica que se cierne en el horizonte, sospecho que no vamos a tener la certeza que a él le gustaría.