Tras una carrera de obstáculos, el progresista Bernardo Arévalo, líder del socialdemócrata Movimiento Semilla, ha logrado ser investido como presidente de Guatemala, en una agónica e interminable sesión en la que el llamado «pacto de los corruptos» -el cártel de poderes políticos, empresariales y judiciales que viene dominando el país, siempre en comunión con los centros de poder de Washington- intentó de manera violenta y fraudulenta impedir su nombramiento.
Casi seis meses han pasado desde que Bernardo Arévalo -un sociólogo progresista hijo del expresidente Juan José Arévalo- ganase las elecciones guatemaltecas, con un programa basado en la «justicia social», el impulso de políticas redistributivas y de desarrollo a través del Estado, y sobre todo, el desmantelamiento de las redes clientelares corruptas que han crecido espectacularmente en el país durante los periodos de Jimmy Morales y Alejandro Giammattei, cuyos gobiernos estuvieron marcado por un profundo deterioro democrático.
Por eso, la victoria electoral del Movimiento Semilla en el pasado mes de agosto fue percibida como una amenaza por el llamado “pacto de corruptos”, y la reacción fue inmediata. La Fiscalía del Estado, encabezada por Consuelo Porras, una funcionaria sancionada en 2022 por el Departamento de Estado de EEUU por corrupción, trató de ilegalizar a Semilla e incluso de anular el proceso electoral.
Pero un fuerte movimiento popular -con un especial componente campesino, principales artífices de la victoria de Arévalo- ha luchado a brazo partido desde entonces para impedir que -como tantas otras veces- les robaran la democracia. Y lo han conseguido.
Lo que se vivió en el Congreso guatelmalteco en la jornada de investidura es una muestra clara del grado de impunidad y caciquismo que hasta ahora han disfrutado estas élites políticas, judiciales y empresarios, siempre bien conectados con EEUU y con el gran capital norteamericano. Los tejemanejes legales y triquiñuelas con el reglamento entorpecieron la investidura, hasta el punto de atrasarla nueve horas. Los diputados de la oposición llegaron a encerrar a los del Movimiento Semilla en una sala cerrada para impedirles que votaran por Arévalo.
Pero las zancadillas fueron en vano. El retraso del Congreso enardeció las protestas en los exteriores del recinto, adonde se trasladaron grupos de campesinos que fueron a la capital para acompañar la toma de posesión y defender la democracia. Denunciando un intento de Golpe de Estado, los manifestantes se abrieron paso -a pesar de las cargas policiales y los gases lacrimógenos- hasta el Palacio Legislativo.
Finalmente, después de una gran tensión dentro del Congreso entre los diputados de la izquierda y la oposición, se reanudó la sesión legislativa. Fuera del edificio, ante las pantallas gigantes, miles de manifestantes aplaudieron los nombramientos de los nuevos diputados de Semilla, y abuchearon a los corruptos.
Bernardo Arévalo tomó finalmente la cinta presidencial con la promesa: «‘Vendrá la primavera». Una consigna que evoca a los gobiernos de los ex presidentes Juan José Arévalo, su padre, y Jacobo Árbenz (1945-1954), conocidos como los ‘gobiernos de la revolución o de la primavera‘, que lideraron proyectos para la inclusión de los pueblos indígenas, acceso a la tierra para los campesinos y la creación del Instituto de Seguridad Social. Un periodo de gobiernos democrático-nacionales que se enfrentó al imperialismo del Norte y que acabó abruptamente con el golpe de Estado -con el patrocinio de la United Fruit Company y ejecutado por la CIA- contra Arbenz.