Cuando los alemanes se dieron cuenta de que la llave de la dominación estaba en la Economía y no en los obuses, dejó de haber guerras mundiales y Europa se convirtió en un protectorado de Berlín.
La paz impuesta a Grecia el pasado viernes es el enésimo triunfo de una larga campaña por la supremacía germana que comenzó con el mismo nacimiento de la UE y continúa en nuestros días como un paseo militar, una sucesión de victorias que para sí habrían querido los generales Hindenburg y Ludendorff.
El pacto alcanzado supone también una bofetada para Alexis Tsipras y su ‘sidekick’ Varoufakis, las fierecillas domadas. Ahora les tocará explicar en casa por qué fueron a Europa como leones y vuelven como el borreguito de Norit, habiendo retirado casi todas las líneas rojas.
Dos lecciones deberían haber aprendido los bienintencionados pero inexpertos políticos helenos: que cuando las fuerzas no están equilibradas no es aconsejable ponerse gamba (so pena de tragarte tus bravatas) y que vender castillos en el aire, aunque rentable electoralmente, es contraproducente a medio plazo.
No obstante, hay que reconocerle al presidente heleno y su ministro de finanzas su cuajo a la hora de enfrentarse a una filosofía de la austeridad que está haciendo estragos en el país. Hasta el último minuto resistieron la presión, exigiendo soluciones alternativas que aliviasen el sufrimiento del pueblo griego.
Durante las negociaciones, han sido Asterix y Obelix contra Roma, caminando siempre por el filo, sin apartar la mirada de los ojos del coloso.
Pero, en el fondo, sabían que su lucha era la de un pez que da coletazos entre las garras de un oso. Grecia debe dinero a todo el mundo, lo que le ha hecho imposible tejer alianzas, ni siquiera con naciones como España y Portugal, sometidas también a los rigores de la austeridad alemana. Así que finalmente han tenido que hincar la rodilla y aceptar las órdenes, a cambio tan sólo de un ligero margen presupuestario y unos pocos eufemismos, como llamar a la Troika de otra manera.
La única victoria a la que podían aspirar era moral: que, como Espartaco y su ejército de esclavos, su tenacidad sirva para inspirar a otros. Otros con ideas más desarrolladas y un discurso menos populista, pero que compartan la idea de romper el cepo alemán. Entonces, todos nos levantaremos y gritaremos ‘yo soy Tsipras’. Pero sin Tsipras.