No es cierto que no se sepa la verdad sobre el 23-F, ni se pueda saber. Lo que pasa es que no se puede decir, porque eso es «nombrar a la bicha». O como decía Bernarda Alba, «hay cosas que ni se pueden ni se deben pensar». Hay que mantener oculto a cualquier precio la intervención norteamericana en el 23-F porque esa misma intervención sigue actuando ahora.
Puede dispararse contra la monarquía o la clase política. Eso está permitido. Pero no se puede señalar a EEUU. Ese es el gran tabú de la política española.
Os ofrecemos un artículo publicado en De Verdad con motivo del 30 aniversario del 23-F, donde ya se aportaban las claves de la intervención norteamericana en el golpe.
El nuevo aniversario del 23-F ha dado pie a un auténtico «revival» de aquel suceso en los medios de comunicación. Pero, como si nunca hubieran existido los «papeles de Wikileaks «, o ignorando lo que está pasando ante sus narices en el norte de África o Ucrania -es decir, borrando siempre el papel decisivo de EEUU en el diseño de todos los cambios estratégicos mundiales-, los medios españoles siguen contándonos una «película» sin guión y sin director.
«Puede dispararse contra la monarquía o la clase política. Eso está permitido. Pero no se puede señalar a EEUU. Ese es el gran tabú de la política española» El 23 de febrero de 1981 un puñado de guardias civiles armados, encabezados por el teniente coronel Tejero, irrumpía violentamente en el Congreso, obligaba a los diputados a tirarse al suelo y anunciaba la inminente llegada de una “autoridad competente, militar por supuesto”, que diría lo que iba a pasar. Horas después, arguyendo el “vacío de poder” creado por lo sucedido enMadrid –el secuestro de los poderes ejecutivo y legislativo del país–, el general Milans del Bosch sacaba los tanques a la calle en Valencia y emitía un bando proclamando el estado de sitio. A la luz de estos hechos, parece indiscutible concluir que el 23-F fue inequívocamente un intento de golpe fascista, protagonizado por militares ultraderechistas y residuos del franquismo, destinado a enterrar la joven democracia española. El ascenso rampante del terrorismo (que en 1979 y 1980 alcanzó sus picos máximos, con más de cien asesinatos de ETA por año) y las “tensiones separatistas”, serían las razones que justificarían la necesidad de un régimen militar que aplicara mano dura.
Sin embargo, estas clamorosas apariencias dicen más bien poco sobre los verdaderos motivos, los auténticos protagonistas y las profundas consecuencias de una intentona golpista que cambió drásticamente el rumbo del país. De nuevo, como ya ocurrió en el atentado de Carrero (y también el 11-M), los “autores materiales” del 23-F, los que aparecen en todas las fotografías, los que fueron llevados a juicio, no son más que títeres secundarios de una trama mucho más compleja, urdida en los verdaderos centros de poder mundiales, para quienes España era en ese momento (por razones de estrategia global) una pieza crucial en el tablero mundial.
Pero si en el proceso por el asesinato de Carrero apenas hubo cabida a que afloraran los flecos de los verdaderos protagonistas, la preparación, realización e investigación del 23-F sí ha dejado pistas más que sobradas sobre los verdaderos promotores del golpe, pistas que conducen todas al mismo foco de incendio: los EEUU.
El marco internacional
Conforme discurre el año de 1979, la luna de miel entre España y Estados Unidos, entre el Gobierno Suárez y el presidente Carter, que había durado casi tres años, y había permitido y facilitado la “transición”, comienza a agriarse por ambas partes, y a una velocidad de vértigo. La política de Carter (democracia y derechos humanos para contener el expansionismo soviético) está naufragando estrepitosamente, y los centros de poder de Estados Unidos comienzan a emitir señales de alarma y signos de un inminente cambio de rumbo. En 1979, y en una cascada que parece imparable, se produce el desmoronamiento del régimen del Sha y el triunfo de la revolución islámica en Irán, el establecimiento de un régimen prosoviético en Kabul, el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua y un auge desbordante de las guerrillas en El Salvador, Angola, Mozambique,… La sensación de debacle de la hegemonía americana es total, y la convicción de que la política de Carter debe ser sustituida de inmediato por otra de mano dura adquiere una posición dominante en los círculos de poder de EEUU. De modo que, a todo lo largo de 1980, aunque Carter sigue nominalmente como presidente, EEUU está ya poniendo los cimientos de un acelerado cambio de línea, que acabará aupando a Reagan a la presidencia en noviembre.
«Con un gobierno militar y fiel en Ankara, y otro igual en España, la seguridad y el control del Mediterráneo quedarían totalmente garantizados» Este giro radical de la actitud de EEUU dará pie a una rápida sucesión de terremotos políticos, cuyo primer epicentro se sitúa en la orilla oriental del Mediterráneo: en septiembre de 1980 un golpe militar avalado por la OTAN derriba al gobierno civil de Turquía y deja el poder en manos del Ejército. En los meses sucesivos, todo el “vientre blando” de Europa va a sufrir –de una u otra forma– los embates de los movimientos sísmicos provocados por el cambio de línea en EEUU, un cambio que implica, de partida, no aceptar la continuidad de gobiernos que no sean incondicionalmente leales a EEUU y que no estén dispuestos a comprometerse hasta el final con su estrategia antisoviética global.
Vectores opuestos
Este viraje drástico de la política norteamericana va a pillar absolutamente a contrapié a España. Frente a la sumisión y lealtad sin fisuras exigida por EEUU a sus aliados, Adolfo Suárez ha ido poniendo los cimientos de una política exterior relativamente autónoma, de tinte neutralista y próxima y solidaria al tercer mundo. Suárez se reúne en Madrid con Arafat, viaja a La Habana, envía representantes a la Cumbre de países no alineados de Argel, y pretextando la falta de “consenso interno”, se niega a promover el ingreso de España en la OTAN, que es el objetivo prioritario de la política norteamericana. «Cuatro días antes del 23-F, la 16 Fuerza Aérea de EEUU puso en estado de alerta todos sus dispositivos» Los choques entre Suárez y los norteamericanos van a ir increscendo desde finales de 1979, y paralelamente se va a ir produciendo un paulatino enrarecimiento de la vida política interna en España. Suárez va a comenzar a sufrir un acoso sistemático en todos los frentes. Por un lado, el terrorismo etarra (sobre el que Suárez se hará más tarde la célebre reflexión de que no sabía “si cobraba en rublos o en dólares”) alcanza niveles brutales: en dos años, ETA pone encima de la mesa una media de un muerto cada tres días: generales, magistrados, guardias civiles, policías…
Esta sangría incesante alimenta, en el otro extremo, un creciente y bien orquestado “ruido de sables” que traspasa los muros de los cuarteles y emponzoña la situación con pautados rumores de preparativos de un golpe de Estado. Al mismo tiempo, en el seno de la UCD, los barones de la derecha más proyanquis (los Garrigues, Ordóñez, Lavilla, etc.) van socavando el liderazgo de Adolfo Suárez, a quien, por otro lado, acosa inmisericorde un PSOE que amenaza abiertamente con una moción de censura que,con el previsible apoyo de diputados de la UCD, podría tumbar el gobierno. Sin embargo, a lo largo de 1980 Suárez resiste –cada vez más aislado– todas las presiones, se niega a dimitir y dejar el poder –en definitiva, ha ganado las elecciones y es el presidente legítimo– y persiste, contra viento y marea, en las líneas básicas de su política, tanto interior como exterior, desoyendo los reclamos para que promueva una rápida integración de España en la OTA N .
Todos los diferentes vectores contradictorios de esta situación –el cambio de línea en EEUU, la resistencia de Suárez a las exigencias de los americanos y el acoso creciente a su gobierno– van a colisionar de forma brutal a partir de noviembre de 1980, cuando se produce el triunfo electoral de Reagan en EEUU. Fernando Reinlein nos ha dejado el relato de una significativa anécdota que se produjo la misma noche del 8 de noviembre en que se conoció la victoria de Reagan: un grupo de oficiales de la División Acorazada Brunete (la mayor y más importante del país), de maniobras en Chinchilla, brindan con champán esa noche. Entre los mandos presentes están el coronel San Martín (ex jefe del CESID en la época de Carrero y verdadero cerebro del 23-F) y Pardo Zancada, otro de los muñidores y participantes del golpe. Ese brindis celebra y anticipa lo que, desde hacía meses, se venía cocinando secretamente en España entre el embajador norteamericano, Terence Todman, el jefe de la Estación de la CIA en Madrid, Ronald Edwards Estes, y los agentes, contactos y simpatizantes de éstos en el Ejército, los servicios secretos y las fuerzas de seguridad, y que ahora, con el triunfo de Reagan, cobra visos de urgencia y necesidad. Y que no es otra cosa que eliminar a Suárez y establecer un “gobierno fuerte”, presidido por un militar, cuya tarea esencial sería poner a España a la nueva hora que marca Washington. Con un gobierno militar y fiel en Ankara, y otro igual en España, la seguridad y el control del Mediterráneo quedarían totalmente garantizados. Esa es la idea central de la nueva estrategia que Reagan traía en cartera. Estrategia que tenía esos dos puntos nodulares, pero que afectaba a todos los países de la franja mediterránea.
Tras el golpe turco y mientras se cocinan los preparativos del 23-F en España, se encadenan una serie de hechos de indudable relieve y de evidente conexión : el 4 de diciembre de 1980 fallece en un extraño accidente aéreo el primer ministro portugués, Francisco Sá Carneiro, mientras crecen los rumores sobre un golpe de Estado en Portugal; en enero de 1981, Hassan II empieza una campaña de rearme en Marruecos, que se mantendrá, pese a su participación en un golpe de Estado fallido en Mauritania dos meses después; en Italia se pone al descubierto una trama golpista en torno a la logia masónica P-2, en la que está implicada la “red Gladio”,una organización secreta creada por la CIA e n la posguerra; también tienen lugar provocativas maniobras navales de la VI Flota norteamericana en el golfo de Sirte, en aguas territoriales de Libia, durante las cuales varios aparatos estadounidenses derriban dos aviones libios. El clima de tensión en todo el Mediterráneo es máximo.
Los preparativos del golpe
A finales de 1979 ya existía entre amplios sectores del Ejército (heredado intacto del franquismo) un enorme descontento por la marcha del país, por la incapacidad del gobierno para enfrentar la espiral terrorista y por la amplitud y profundidad que había alcanzado el hecho autonómico (con la aprobación de los estatutos vasco y catalán,el restablecimiento de la Generalitat de Catalunya y la constitución del gobierno vasco). Los sectores más ultra-derechistas clamaban desde hacía tiempo por un golpe de Estado, pero sus reuniones conspirativas –de escaso vuelo, como se puso de relieve con la famosa “operación Galaxia”– estaban perfectamente controladas por el CESID y los servicios de información del Ejército. Más allá de ellos, existían discrepancias, descontento, malestar y cierta inquina contra Suárez (propiciada incluso por el rey Juan Carlos), pero nada más.
Esta situación, sin embargo, va a dar un vuelco con el cambio de línea de Estados Unidos y, aún más, con la llegada de Reagan al poder. Durante varios meses, el embajador de EEUU en España y el jefe de la CIA (dos expertos en operaciones golpistas) van a estar reuniéndose constantemente con generales, coroneles y altos mandos del Ejército español (con los que tienen múltiples conexiones, tejidas a lo largo de treinta años), pulsando su estado de ánimo y su disposición ante la “posibilidad” de que haya un golpe de Estado, qué modalidad tendría éste y, sobre todo, acerca de la necesidad de que los intereses norteamericanos en España quedaran totalmente salvaguardados en la “nueva situación”. El gobierno Suárez conoce estos contactos y llega a protestar abiertamente de ellos ante el embajador Todman, pero éste no hace el menor caso y sigue a lo suyo. Incluso el 14 de febrero de 1981 –nueve días antes del golpe y con Suárez ya dimitido– Todman se reúne en una finca de Logroño con el general Armada, que parece el militar definitivamente elegido para encabezar la intentona golpista, ya que reúne las características más adecuadas: sus conexiones van desde la Zarzuela –había sido jefe de la Casa Militar del Rey– hasta Tejero, pasando por personalidades muy destacadas de todos los partidos –desde Fraga en AP a Tamames en el PCE–, y parece el único capaz de aglutinar a todos en un gobierno de “salvación nacional”, de tinte autoritario y pro-americano, que podría mantener una cierta apariencia de “legalidad”.
Pero para imponer la “solución Armada” como algo aceptable para el país y, a ser posible, incluso “con el respaldo del Parlamento”, era necesario crear una “situación extrema”: esa “situación extrema” es la que se va a producir con la aparatosa irrupción de Tejero, pistola en mano, en el Congreso, el secuestro del gobierno y el Parlamento, la salida de Milans del Bosch a las calles de Valencia y su famoso bando. Ante la amenaza –sin duda real– de un verdadero golpe de Estado fascista (y el consiguiente baño de sangre), era razonable pensar que los diputados –secuestrados en el Congreso– y, después–colocado en la trágica disyuntiva de la sartén o el fuego– el país entero, acabarían asumiendo como un “mal menor” la instauración de un gobierno encabezado por un militar, pero con la presencia de figuras destacadas de todos los partidos.
Para desencadenar el “golpe fascista” (la intervención de los Tejero y Milans) sin duda fue clave el trabajo de hombres como el coronel San Martín, el comandante Cortina (jefe del grupo operativo del CESID) o el coronel Quintero, personajes que ya venían trabajando en los servicios secretos españoles desde los tiempos de Carrero Blanco y cuya imbricación con los servicios secretos norteamericanos e influencia en el Ejército era notable. San Martín coordinó de hecho los “dos golpes”, el de Tejero-Milans y el de Armada, cuyo desenlace final debía ser la formación de un gobierno de “salvación nacional”, presidido por Armada .
La versión más probable del “golpe”, minuciosamente preparado por la Embajada americana, la CIA y sus hombres en los servicios secretos y el Ejército español, consistía en lograr imponer un gabinete presidido por un militar de confianza, que tuviera en cierta forma la aquiescencia de la Monarquía y a ser posible contara con ministros de diversos partidos con presencia en el Parlamento.
Incluso –parece ser– se barajó la idea de que el Congreso–secuestrado y bajo amenaza– diera su apoyo inicial a semejante gabinete. De hecho, Armada llevaba al llegar al Congreso una lista de ese presunto gabinete, en el que figuraban conocidos dirigentes de la UCD, Alianza Popular (Fraga era, al parecer, el ministro de Defensa), el PSOE…¡y hasta el PCE! Esa lista no era una mera especulación azarosa: Armada ya había mantenido contactos previos con distintos partidos y sondeado a algunos de sus líderes sobre la necesidad de constituir ese “gobierno fuerte” o gobierno de “salvación nacional”. Como era de esperar, en el juicio del 23-F no se indagó nada relacionado con todo esto. Otro aspecto crucial para preparar el clima golpista en los cuarteles y entre los oficiales corrió a cargo del coronel Quintero y su “informe sobre el golpe turco”, un documento que circuló profusamente por las salas de mando en los meses anteriores al 23-F. Quintero, otro militar duro y muy relacionado con los americanos, que ya fue indagado con motivo del asesinato de Carrero Blanco (era, entonces, el jefe de la policía de Madrid) se encontraba –¿casualmente?– en Ankara, como agregado militar, en los días del golpe turco. Por “propia iniciativa”, Quintero elaboró un “informe” sobre el golpe militar en Turquía que calcaba la problemática turca con la española (terrorismo, separatismo…) y elogiaba la salida adoptada por los militares turcos. El informe pretendía crear un clima de opinión y marcar una salida, inspirada evidentemente por la CIA. El coronel Quintero estaba en Madrid el 23 de febrero de 1981.
Junto a estos preparativos, que podríamos llamar “internos”, los norteamericanos adoptaron y llevaron acabo numerosas medidas, sobre todo de carácter militar, con vistas a dar cobertura al golpe en ciernes. Desde algunas semanas antes, y por petición expresa del embajador Todman, EEUU había desplegado en Lisboa un avión AWACS a fin de interceptar y controlar todas las comunicaciones en España. Empezando por ahí y acabando por el despliegue de la VI Flota frente a las costas de Valencia, EEUU puso en marcha un dispositivo militar completo para dar cobertura al golpe.
Cobertura militar, y también diplomática. No de otra manera pueden interpretarse las palabras del secretario de Estado de EEUU, el general Alexander Haig, cuando a las 10 de la noche del día 23 (y con todo aún por decidir), en vez de condenarlo, definió el golpe como “una cuestión interna”. Haig (que había sido comandante en jefe dela OTAN desde 1974 hasta 1979) adoptaba así la actitud que Todman había garantizado a los golpistas españoles: EEUU no condenaría diplomáticamente el golpe y esperaría un desenlace favorable.
¿Qué fracasó?
Es ya una obviedad y un lugar común señalar, lógicamente, que el golpe del 23-F “fracasó”. Pero, ¿qué es exactamente lo que fracasó? Lo sustancial del “programa” que inspiró y motivó su preparación se cumplió a rajatabla: Suárez presentó su dimisión una semana justo después de la toma de posesión de Reagan (dando una explicación enigmática de sus razones, que sin embargo apuntaban a un acto necesario para impedir una nueva dictadura) y le sustituyó en el cargo Calvo Sotelo, un hombre que proclamó desde el principio que el objetivo prioritario de su gobierno era el ingreso de España en la OTAN, lo que llevó a cabo en agosto de 1981. Por otro lado, el país se puso plenamente en la órbita atlántica y “reaganiana” y una profunda “derechización” se adueñó de toda la vida política española. Así pues, el “programa nuclear” del golpe, no sólo no fracasó sino que triunfó plenamente.
Lo que fracasó fue la “solución Armada”, o la mucho más drástica –e improbable– “solución Milans-Tejero”, que habían tejido Todman, Estes y la CIA, con la complacencia de Haig y Reagan. Estas “soluciones” hubieran supuesto destrozar probablemente toda la arquitectura política laboriosamente puesta en pie en un larguísimo proceso de casi 30 años (pues desde finales de los 60 los americanos ya estaban programando la transición en España). A medio plazo, hubiera significado la muerte de la Monarquía y el suicidio de la mayoría de los partidos. Un precio demasiado alto, sobre todo cuando ya no era “imprescindible” para alcanzar unos objetivos que, en gran medida, se podían lograr sin echar abajo todo. Eso lo entendió perfectamente el Rey y muchos de los capitanes generales en cuyas manos estuvo la noche del 23-F la posibilidad de inclinar la balanza del lado de la solución golpista. El posterior juicio del 23-F se cebó con Tejero y Milans, condenó levemente a Armada y exculpó a Cortina. Conforme la responsabilidad se acercaba más a la Embajada americana y a la CIA, hubo más impunidad. Por supuesto, no se investigó la participación de EEUU en el diseño, la preparación y la realización de un golpe que tenía inscrito en el rostro las huellas de su absoluta paternidad.
23-F: el Ejército americano en estado de alerta
– Semanas antes del 23-F, el embajador Todman solicitó a Washington el envío de un avión AWACS para controlar las comunicaciones en España, que operó desde su base en Lisboa.
– Cuatro días antes del 23-F, la 16 Fuerza Aérea de EEUU puso en estado de alerta todos sus dispositivos.
– A primeras horas del 23-F, el Strategic Air Command –sistema de control aéreo norteamericano –, a través de su estación central en Torrejón de Ardoz, anuló el Control de Emisión Radioeléctrica Española.
– Los pilotos y las tropas americanas en las bases de Torrejón, Morón y Zaragoza permanecieron en estado de máxima alerta, preparados para cualquier emergencia.
– Frente a las costas de Valencia, un significativo contingente de la VI Flota americana permaneció en situación de vigilancia.