En un Golpe de Estado que ha triunfado sin resistencia ni derramamiento de sangre, el 18 de agosto un grupo de militares tomó el poder en Mali, uno de los países más pobres e inestables de África. El presidente Keïta, fuertemente impopular en un país en crisis y tras unas elecciones fraudulentas, ha dimitido. Las principales potencias occidentales -EEUU y sobre todo Francia, que tiene 5.000 militares en Mali- han condenado la asonada y permanecen expectantes. ¿Qué implicaciones tiene este Golpe para el Sahel, el Norte de África y Europa?
En pocas horas, un levantamiento militar con blindados procedentes de la base militar de Kati, tomó -entre vítores y aplausos de numerosos habitantes de la capital- los lugares estratégicos de Bamako: el Ministerio de Defensa, la Jefatura de las Fuerzas Armadas o la televisión pública. Los golpistas apresaron al presidente Ibrahim Boubacar Keïta, al primer ministro Boubou Cisse, al jefe del estado mayor del ejército y otros miembros del gobierno. Keïta dimitió horas después, dando el poder de facto a una Junta Militar autodenominada «Comité Nacional para la Salvación del Pueblo».
Además de poseer yacimientos de uranio, oro, petróleo y minerales estratégicos muy codiciados por París, el país es clave para el control del yihadismo y los flujos migratorios en el Sahel. Francia tiene desplegados 5.100 militares en Mali (Operación Barkhane), España 200 soldados en misión de adiestramiento, y también hay misiones de la ONU.
Mali, dos golpes de Estado en una década
¿Cómo puede ser que un Golpe de Estado triunfe de forma incruenta y con el apoyo entusiasta de miles de personas en las calles? Lo cierto es que el ahora depuesto presidente Ibrahim Boubacar Keïta, en el poder desde 2013, ya era muy impopular, y el hartazgo de gran parte de las masas malienses ya llevaba meses expresándose explosivamente en las calles.
El malestar ya viene de años atrás. La inestabilidad de Mali -y de todo el Sahel- deriva en gran medida del vacío de poder que causó la caída de Gadafi en Libia por los bombardeos de la OTAN en 2011. Para financiarse, las distintas facciones libias en guerra vendieron el arsenal de Trípoli a todo tipo de grupos extremistas, incluidos los separatistas tuareg del norte de Mali, que aspiran a crear la república de Azawad, pero también a Al Qaeda en el Magreb Islámico o Ansar Dine, que se hicieron con el control de varias ciudades malienses -entre ellas Tombuctú- y amenazaron con marchar sobre Bamako. Francia intervino militarmente y les cerró el paso, y poco después un golpe de Estado (2012) acabó con el mandato del entonces presidente Touré.
En ese contexto ascendió Keïta a la presidencia en 2013, con la promesa de enderezar y reunificar Mali. Pero ha defraudado en todo. Una incesante sarta de escándalos de corrupción y muestras de despilfarro de la familia del presidente, junto al paro, la pobreza y una cada vez más grave degradación de la sanidad y la educación han soliviantado a los malienses. Y en el norte, la guerra contra los yihadistas también va a peor. Han extendido su dominio en zonas rurales y su radio de acción a dos países vecinos: Burkina Faso y Níger.
Las protestas comenzaron poco antes de las elecciones legislativas de abril, en un ambiente de enfado general y miedo al Covid-19. El líder opositor Soumaila Cissé fue secuestrado durante la campaña en una acción atribuida a los yihadistas, pero que generó muchas sospechas. Luego el gobierno fue pillado haciendo trampa, y para más inri la Corte Constitucional revocó el resultado de 30 distritos electorales para dar más escaños a los partidarios de Keïta.
La oposición se unió en una coalición heterogénea denominada Movimiento del 5 de junio (M5-RPF) cuyo liderazgo fue asumido por el imán Mahmoud Dicko. En junio, una ola de protestas degeneró en disturbios y las fuerzas represivas mataron a una veintena de personas, causando un centenar de heridos. La ira de los malienses se hizo atronadora: esto es lo que explica el apoyo popular a los golpistas.
Occidente, expectante
No hay indicios de que -al contrario de lo que suele ocurrir en los golpes de Estado en África- los militares sublevados hayan contado con el patrocinio, beneplácito o plácet de ninguna potencia imperialista. El gobierno francés ha condenado el golpe y ha mostrado su inquietud ante los sucesos de su ex-colonia, y también el Departamento de Estado norteamericano. La Unión Africana y la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) han suspendido a Mali como Estado miembro.
En un tono conciliante con Occidente, la Junta Militar se ha comprometido a no perpetuarse en el poder, a celebrar elecciones «en un plazo razonable», restaurar la estabilidad y respetar todos los acuerdos que Mali tiene con la comunidad internacional, incluidos los militares. Pero entre los malienses, el sentimiento antiimperialista -especialmente anti-francés, su antigua metrópoli- está a flor de piel.
Sin embargo, las grandes potencias no pueden permanecer impasibles ante los acontecimientos en un país clave para el control del Sahel. Macron “sigue atentamente la evolución de la situación y condena la sublevación” militar, dice un comunicado del Elíseo. «Es probable que la inestabilidad en el país se extienda por África occidental y más allá de la región. EEUU también tiene asesores militares en Mali, y Washington tiene un gran interés en un gobierno maliense estable cuyas tendencias se alineen con las de Occidente”, dice el New York Times.