La Justicia condena a 20 años a su exmarido y violador, junto a sus 50 cómplices

Gisèle Pelicot, madame courage

Sentencia histórica para Francia y para la lucha de las mujeres en el mundo entero. La vergüenza ha cambiado de bando gracias a la valentía y la generosidad de una mujer que decidió exponer su caso a la opinión pública, para que toda la sociedad se vacunara contra los horrores del machismo y la cultura de la violación.

Dominique Pelicot, el que durante 50 años fue marido de Gisele, ha sido condenado a 20 años de prisión por sedar a su esposa y violarla durante años mientras se encontraba sedada con tranquilizantes que le suministraba escondidos en la comida o en la bebida. El marido además ha sido condenado por otros crímenes sexuales, como fotografiar desnuda a su propia hija y a sus dos nueras.

Pero el monstruo no estuvo sólo en este horror, sino que decidió compartir con otros hombres el cuerpo drogado e inerme de su esposa. Junto a él han sido condenados -por penas que van de los 3 a los 15 de cárcel- otros 50 hombres que contactaron con Dominique y que, sin ningún tipo de escrúpulo, violaron a una mujer inconsciente.

Los acusados fueron grabados por Dominique Pelicot. Sobre todos ellos hay pruebas irrefutables. No son todos, la investigación contabilizó en total 71, aunque solo medio centenar pudieron ser identificados.

Boceto de Dominique Pelicot durante el juicio

La sentencia ha dejado sensaciones agridulces a la familia de Gisele, que exigían la máxima pena -20 años- para todos y cada uno de los violadores y no sólo para el director de los crímenes. Pero no cabe duda: es una victoria. Una victoria no sólo para Gisele Pelicot, sino para todas las mujeres del mundo.

Y lo ha sido no sólo por las condenas, sino por la decisión -inmensamente valerosa y generosa- de Gisele, en septiembre, de que el juicio fuera abierto, con los nombres y las caras de los violadores al descubierto, que el público y periodistas pudieran entrar, tomar notas y contarlo. Algo extremadamente inusual en un caso de agresión sexual, donde las víctimas suelen sentirse injustamente avergonzadas de lo sucedido y prefieren el anonimato.

Giséle Pelicot

La decisión de madame Pelicot no sólo pasará a los anales de la Historia y a los de la lucha feminista, sino a los del coraje, a los del altruísmo. “Es la hora de que la vergüenza cambie de bando”, proclamó ella el primer día en el tribunal ante las cámaras, una de las pocas veces que ha hablado para los medios.

Lo es más porque no ha sido un proceso fácil. Gisele ha tenido que enfrentarse a las repugnantes preguntas de la defensa de su marido, que la revictimizaban. Pero lo ha hecho con una dignidad y entereza que pasman, con la cabeza bien alta, mirando a los ojos a sus violadores, elevándose a una altura moral alpina y granítica.

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La dignidad de Gisele

Portada de The New European

Pongámonos en la piel de Gisele. Durante medio siglo de matrimonio, esta señora que ahora tiene 74 años convivió con un ser abyecto sin sospechar nada, opinando que su marido «un tipo genial», achacando los dolores que sentía su cuerpo, sus desmayos y periodos inconscientes o incluso las enfermedades de transmisión sexual a otras causas.

Tras ser detenido Dominique Pelicot en un centro comercial por filmar por debajo de la falda a varias mujeres con su teléfono, la policía descubrió al registrar su casa más de 20.000 vídeos y fotografías en las que, principalmente, aparecían violaciones sobre una Gisèle Pelicot visiblemente inconsciente. Los agentes llamaron a Gisele. «Tiene que ver unas imágenes en comisaria». Y allí los últimos 50 años de su vida dejaron de tener sentido.

Cualquiera en su pellejo se habría hundido, sepultada por un trauma que no tiene remedio posible ni consuelo alguno. Cualquiera en su lugar hubiera deseado proteger el juicio a su agresión sexual con pantallas de intimidad.

Portada de L’Humanité

Pero Gisele no quiso. No le dio la gana. Decidió que la vergüenza debía de cambiar de acera.

Gisele decidió que su horror, el juicio a su infierno personal, sirviera para remover las conciencias de Francia y del mundo entero. Quiso que el caso fuera colectivo, que sirviera a todas las mujeres. «Nunca me he arrepentido de hacer partícipe a toda la sociedad de lo que ha ocurrido», dijo tras el juicio.

Es difícil concebir un acto de mayor entrega, de mayor generosidad, de mayor sororidad.

«En estos momentos pienso en las víctimas no reconocidas cuyas historias quedan en la sombra, quiero que sepan que compartimos la misma lucha», ha dicho, agradeciendo a sus abogados, los periodistas, las asociaciones de ayuda a las víctimas pero, sobre todo, para su familia, sus tres hijos y sus cuatro nietos: «Ellos son el futuro y por ellos he querido llevar adelante este combate».

El apellido Pelicot ya no es el de un ignominioso violador, sino el de una mujer que encarna la dignidad y el coraje.

Solo podemos decir: grácias. Mercí, madame.