Para Gabriel García Márquez una de las mejores canciones jamás escritas era “Aquellas pequeñas cosas”, de Joan Manuel Serrat. En esta breve y sencilla canción está encerrado todo el “universo Serrat”. Da igual las veces que la hayamos escuchado o que nos sepamos de memoria su letra. Siempre nos emociona, siempre es capaz de cogernos el alma por la solapa y zarandearla.
Su letra, su melodía, la inconfundible voz de Serrat… Gabo supo reconocer la inmensidad de esas pequeñas cosas en las que está concentrado lo mejor de nuestras vidas.
Tras 56 años de carrera musical, Serrat ha anunciado que se retira de los escenarios. El próximo año se despedirá del público con una gira, “El vicio de cantar” -no podía llevar otro título- que agotó sus entradas nada más ponerse a la venta.
Es casi imposible encontrar a otro cantante cuyo impacto cruce y una generaciones, lenguas y territorios. Formando lo que alguien ha llamado “la patria de Serrat”, los millones que hemos vivido, en España y en todo el mundo hispano, acompañados de sus canciones.
Ya en 1976, Vázquez Montalbán anunciaba que “Serrat es inmenso”, gracias a su “capacidad de identificación con la gente”, y a saber conectar “con los sentimientos más íntimos del hombre de la calle”.
En un solo disco, “Mediterráneo”, del que se cumple este año su 50º aniversario, está la sangre que nutre toda la obra de Serrat.
Cada una de sus canciones es una joya que el tiempo ha aquilatado. Desde ese himno, “Mediterráneo”, que da nombre al disco, hasta sacudidas sentimentales como “Aquellas pequeñas cosas” o “Lucía”. Desde la fuerza impactante de “Pueblo blanco” al huracán de libertad de “Qué va a ser de ti”, o la identificación, de la mano de León Felipe, del pueblo español con un Quijote vencido pero jamás quebrado.
Serrat es capaz de conectar con los sentimientos más íntimos y los deseos más arraigados que todos tenemos
Y, recorriendo cada una de ellas, un ramalazo de vida y de libertad, primigenio y revolucionario.
Pero Serrat no puede limitarse a un solo disco. Tiene muchas más caras.
La fusión de dos lenguas, magistralmente unidas en “Cançó de bressol”, abierta con la jota aragonesa que le cantaba su madre. Con Serrat, Cataluña ha vibrado con los castellanos versos de Machado, y Madrid ha cantado “Paraules d´amor” en catalán.
Su capacidad para convertir canciones en historias que te atrapan y acaban desarmándote, como “Penélope” o “De cartón piedra”, de expresar en “Fiesta” -censurada por el franquismo- la médula del carnaval, desde su sensualidad al anhelado deseo de volver del revés todo el orden social…
Definitivamente, Serrat es inmenso. Y es imposible abarcar en este artículo todos los Serrats que nos han impactado a lo largo de más de cinco décadas.
De Belchite a Viña de Mar
Cuando Serrat participó en 2010 en la inauguración del monumento a las víctimas del franquismo en el cementerio zaragozano de Torrero, rememoró a su madre: “fusilan a su padre y a su madre; 30 miembros de su familia son ejecutados, asesinados en el pueblo; ella se dedica durante la guerra a recoger niños y a viajar con ellos por toda España, de arriba abajo; vuelve a Barcelona; se casa con mi padre”.
Hasta 30 miembros de su familia materna fueron asesinados por los fascistas en Belchite, acusados de “pertenecer a las filas marxistas”.
Serrat se dirigió a su madre, y “al meu avi que dorm en el fons d´un barranc” en “Cançó de bressol”, hoy quizá más impactante que cuando fue compuesta en 1974.
En su madre, Ángeles, en su padre, un lampista de la CNT, en su barrio, el Poble Sec, obrero y popular, está el hilo que une a Serrat con la lucha y anhelos de todo el pueblo español. Al que “el noi de Poble Sec” será siempre fiel. Enfrentándose a un fascismo que en su moribunda desesperación lo señaló como enemigo y le obligó a exiliarse en México.
Y allí, al otro lado del Atlántico, en el corazón del mundo hispano, Serrat se hizo todavía más grande. Cuando en 1970 actuó en Viña del Mar para respaldar a la Unidad Popular de Salvador Allende. Cuando en Argentina sus obras fueron prohibidas por la dictadura. Cuando estuvo, en los peores momentos de la oleada de fascismos sembrada desde Washington, firmemente al lado de la lucha de todos los pueblos hispanos.
En todo el mundo hispano, Serrat es un símbolo de vida, de lucha, de libertad
Serrat se convirtió en algo más que un cantante, alcanzando para los pueblos y la izquierda del mundo hispano la categoría de símbolo de vida, de lucha, de libertad.
Sellando en esos momentos un vínculo irrompible entre el aragonés pueblo de Belchite del 36, el barcelonés barrio del Poble Sec y la inmensidad de toda la Patria Grande, desde Río Grande a Tierra de Fuego.
Y Serrat reafirmó esa unidad con un disco enorme, “El sur también existe”, creado a cuatro manos por el “Noi de Poble Sec” y el poeta uruguayo Mario Benedetti. Era 1985, algunos pensaban que el espinazo de los pueblos hispanos había sido quebrado por la oleada de fascismos y su brutal represión. Pero Serrat sabía que, aunque con un poder apabullante “el Norte es el que ordena”, “aquí abajo, abajo, cerca de las raíces, hay hombres y mujeres que saben a qué asirse (…) aprovechando el sol y también los eclipses”. Para gritarnos que “con su fe veterana (…) con su esperanza dura (…) el sur también existe”.
Esa confianza en la gente, en su lucha, que los pueblos hispanos han ratificado con avances y victorias, resurgiendo como una fuerza imparable, forma también parte del “universo Serrat”, de su capacidad para conectar con los sentimientos más íntimos y los deseos más arraigados que todos tenemos.