Se cumplen cien días de la más brutal de las campañas militares de lo que llevamos de siglo XXI. Una ofensiva contra la Franja de Gaza que ha pulverizado todos los récords de la larga lista de crímenes de guerra y violaciones de los derechos humanos y la legalidad internacional que ha perpetrado el Estado de Israel durante 75 años de guerra, limpieza étnica y apartheid contra Palestina.
Y sin embargo, los valedores de Israel niegan la mayor y se oponen furibundamente a cualquier expresión de condena de este holocausto brutal y premeditado. La palabra «genocidio» les rechina en los oídos. Pero si esto no es un genocidio, ¿entonces qué es?
Cuando le preguntaron al portavoz de la Casa Blanca sobre la demanda de Sudáfrica contra Israel, John Kirby, visiblemente nervioso, dijo que era “infundada, contraproducente y sin base alguna”. Más o menos lo mismo que han declarado otros gobiernos que también están en el «lado correcto de la historia».
El gobierno alemán del socialdemócrata Olaf Scholz -ya cubierto de gloria tras prohibir las manifestaciones propalestinas- ha dicho que «rechaza con firmeza y explícitamente la acusación de genocidio presentada ahora contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia. Esta acusación carece de fundamento alguno”. Lo mismo ha venido a asegurar el liberal primer ministro canadiense, Justin Trudeau, y cómo no el británico Rishi Sunak, mientras bombardeaba Yemen. Esto es lo que aseguran los premieres de países que tanto saben de holocaustos, genocidios, colonialismo y limpieza étnica.
Cada vez que se acusa a Israel de «holocausto» y «genocidio», estos líderes del mundo libre hacen rechinar sus dientes. Pero ni todo el ruido de sus colmillos puede ahogar el estruendo de las bombas, ni el gemido de los heridos, ni mucho menos el desgarrador lamento de las madres gazatíes sosteniendo el cadáver de sus hijos.
Pero sobre todo, nada puede acallar los números que cantan sangre. Nada puede ocultar los hechos ni la abrumadora avalancha de evidencias.
Ya son más de 23.000 las víctimas mortales desde el inicio de la ofensiva israelí, un número a la baja, porque si consideramos los cuerpos no recuperados bajo los escombros, la cifra se eleva a casi 31.500 muertos.
La ONG Save the Children asegura que las víctimas menores de edad superan los 10.000 niños, el 1% de la población infantil de Gaza. El 70% de las víctimas mortales son mujeres y niños.
Los heridos superan los 61.000, y ya no hay suministros médicos con los que atenderles, ni analgésicos ni antibióticos. Muchos morirán de infecciones. Otros lo harán de hambre.
La ofensiva israelí ha provocado 1,9 millones de desplazados. Primero se les obligó, mediante intensos bombardeos, a huir desde el norte de Gaza hacia el Sur. Y ahora se repite el mismo proceso homicida en el sur de la Franja, buscando indisimuladamente un éxodo masivo de gazatíes hacia Egipto. Una limpieza étnica total. Una nueva ‘Naqba’.
Las bombas de Israel han destruido más de 69.000 edificios, y arruinado más de 187.000. Han realizado 183 ataques deliberados sobre instalaciones sanitarias -bombardeando todos los hospitales, ambulatorios y clínicas- y otros 320 ataques sobre escuelas y refugios de la UNRWA. Han matado a 300 sanitarios y a más de 100 periodistas, muchas veces con sus familias. Han bombardeado mercados, torres de viviendas, mezquitas e iglesias. Sus francotiradores han tiroteado a madres con sus hijos en brazos, y a muchedumbres de civiles desarmados con bandera blanca. Han hecho estallar convoyes de refugiados.
No es retórica. Son hechos. Todo ello está ricamente documentado por miles y miles de imágenes, subidas a las redes sociales al instante. Es el primer genocidio que sus víctimas retransmiten en directo, clamando al mundo para que haga algo. Pero también es el primero en el que sus verdugos se graban a sí mismos y se jactan, seguros de su impunidad, mientras cometen sus tropelías.
La RAE define la palabra genocidio como el «exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad». Y sin embargo, los líderes de las potencias imperialistas se han instalado en el negacionismo del holocausto, descendiendo un peldaño tras otro en la hedionda fosa moral de la que nunca jamás podrán salir. Demostrando su complicidad, su cooperación necesaria con el agresor.
Si esto no es un genocidio, como afirma de manera exacta la valiente acusación de Sudáfrica, ¿entonces qué es?.