Las elecciones portuguesas las ha ganado el iberismo. No la Iberia idealizada por personajes tan diversos como Fernando Pessoa y Agustí Calvet Gaziel, Henriques Moreira y Francesc Pi i Margall, Oliveira Martins y Francesc Macií , sino el moderno iberismo comercial, el poderoso entramado de intereses que España y Portugal han ido tejiendo desde su ingreso simultáneo en la Comunidad Económica Europea en 1986.
EL MUNDO.- Estamos aturdidos entre dos ofertas olíticas: todo por la patria y por las clases medias, y todo por el gasto social. Los dos partidos gastan más de lo que ingresan, burlan al Tribunal de Cuentas, tienen cajas B y dinero negro, reciben regalos impresionantes en crudo de cinco o seis bancos y corporaciones. Como advirtieron los economistas liberales, si el Gobierno administra un desierto, a los cinco años, le faltará arena. Los impuestos se burlan de las legislaciones, los aprueban minorías casi extraparlamentarias y sindicatos subvencionados. SUR.- No parece que prometer grandes rebajas fiscales, como han hecho Merkel y los socialdemócratas alemanes, sea el mejor sistema para recaudar más dinero, pero quitárselo a quienes tienen alguno quizá tampoco sea el procedimiento más adecuado. No se deben considerar ricos a todos los pobres que guardan unas monedas por si tienen que ir al dentista Opinión. La Vanguardia Gana el iberismo (comercial) Enric Juliana Las elecciones portuguesas las ha ganado el iberismo. No la Iberia idealizada por personajes tan diversos como Fernando Pessoa y Agustí Calvet Gaziel, Henriques Moreira y Francesc Pi i Margall, Oliveira Martins y Francesc Macià, sino el moderno iberismo comercial, el poderoso entramado de intereses que España y Portugal han ido tejiendo desde su ingreso simultáneo en la Comunidad Económica Europea en 1986. El dinero ha apostado por José Sócrates como garante de una integración económica peninsular que ya no tiene marcha atrás. Y los portugueses cansados de la plastificada mercadotecnia del líder socialista (escuela Zapatero), no han encontrado una alternativa sugerente en la candidata del centroderecha, pilotada a distancia por el presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva. La señora Manuela Ferreira Leite quiso ganar las elecciones con tres mensajes de ligero sabor salazarista: regreso a la austeridad de una república contable, renuncia al tren de alta velocidad entre Lisboa y Madrid, y reactivación de los prejuicios antiespañoles, todo ello empaquetado en una valiente campaña antimediática. Ferreira Leite, 68 años, sin apenas maquillaje en los carteles electorales y siempre distante de micrófonos y cámaras de televisión, evocaba de alguna manera la legendaria figura de A Senhora María Jesús Caetano, eterna gobernanta de Antonio de Oliveira Salazar y singular poder fáctico de un Portugal autárquico e introspectivo. Demasiada tristeza para un país que comienza a salir de la recesión. El antiespañolismo ha sido un grave error. Los portugueses no quieren darle la espalda a España (aunque tampoco desean echarse incondicionalmente en sus brazos). Para los más jóvenes, ir contra España es un auténtico anacronismo. Los jóvenes portugueses desean tener oportunidades: en Lisboa, en Oporto, en Madrid, en Barcelona, en Río de Janeiro o en Luanda. Sócrates ha ganado porque no tenía alternativa y porque ha sabido mantenerse en el centro. Atención zapateristas comecuras: los socialistas portugueses han triunfado teniendo a su izquierda dos partidos (el Bloco de Esquerda y el viejo Partido Comunista) que casi suman el 18% de los votos. LA VANGUARDIA. 28-9-2009 Opinión. El Mundo Clases medias Raúl del Pozo Una vez don Manuel Fraga Iribarne me invitó a una semana en Estrasbugo para que conociera el Parlamento Europeo. Íbamos siempre juntos, como novios, hacíamos auto-stop a un diputado tory, que Fraga conocía desde que estuvo de embajador en Londres. Ni yo ni don Manuel teníamos coche. Nos llevamos muy bien hasta que una noche, en un restaurante cercano a la catedral, estalló la bronca. Fraga había sido un magnifico anfitrión, me hablaba de Goethe, que estudió en la universidad de la ciudad, del reloj de la catedral que daba las fases de la luna, de Güttemberg y sus primeras imprentas en la ciudad; pero como digo, una noche se armó el follón porque me metí con un obispo, llamé a la clase media pequeña burguesía y me atreví a decir, ayudado por el vino francés, que España había perdido las grandes batallas por el mar, citando Lepanto y Trafalgar. En ese instante Fraga tiró la servilleta, saltó la escarola, la gente enmudeció. Dijo a voz en grito que no me consentía que injuriase al obispo, citó 100 almirantes gallegos que habían vencido en la mar y remachó la bronca gritando que yo era un ignorante al menospreciar a la clase media, base de la democracia. Desde entonces tengo una idea diferente de la gentry liberal que se ducha, el colchón social que vota y constituye una de las bases del consenso democrático. Y ahora me entero de que la van a saquear. El saqueo siempre estuvo permitido, sobre todo en la modalidad de pillaje; los romanos se arrojaban sobre los bienes ajenos y las mujeres del prójimo cuando se alzaba un estandarte con una lanza enrojecida. El Gran Capitán, el que inventó las trincheras, autorizaba a sus soldados a que entraran en las ciudades con el cuchillo en los dientes en busca del botín. Pero la derecha, que ahora se llama Mariano, explica que con el saqueo habrá más pobres. Esto no lo entiendo: los impuestos se suben para auxiliar a parados, a apátridas sin techo, para darles sopa boba posmoderna a los náufragos y la derecha insiste en el mandamiento que dejaron escrito sus santos padres: no hay un almuerzo gratis. Estamos aturdidos entre dos ofertas políticas: todo por la patria y por las clases medias, y todo por el gasto social. Los dos partidos gastan más de lo que ingresan, burlan al Tribunal de Cuentas, tienen cajas B y dinero negro, reciben regalos impresionantes en crudo de cinco o seis bancos y corporaciones. Como advirtieron los economistas liberales, si el Gobierno administra un desierto, a los cinco años, le faltará arena. Los impuestos se burlan de las legislaciones, los aprueban minorías casi extraparlamentarias y sindicatos subvencionados. Dadme un izquierdista o un derechista y yo a la larga te los transformaré en un recaudador del dinero de las clases medias de don Manuel. Por cierto, el obispo llegó a cardenal. EL MUNDO. 28-9-2009 Opinión. Sur de Málaga Los pobres ricos M. Alcántara La subida de impuestos que traman nuestros benefactores correrá de cuenta de los que menos dinero tienen en su cuenta corriente. A las rentas medias las van a partir por la mitad y a las bajas las van a ayudar a que se hundan un poco más. Les sucede siempre a todos los náufragos: lo último que se les ve son las manos, por si se salvan y pueden utilizarlas para pedir limosna. No parece que prometer grandes rebajas fiscales, como han hecho Merkel y los socialdemócratas alemanes, sea el mejor sistema para recaudar más dinero, pero quitárselo a quienes tienen alguno quizá tampoco sea el procedimiento más adecuado. No se deben considerar ricos a todos los pobres que guardan unas monedas por si tienen que ir al dentista. Es curioso nuestro entendimiento del socialismo. Como me explicaba Haro Tecglen, hubo un momento en el que la izquierda más extrema le acusaba de haber realizado «el trabajo sucio de la derecha», entre otros la reducción de salarios, las leyes restrictivas de huelga y la domesticación de los sindicatos. Si Beltrand Russell levantara la privilegiada cabeza la escondería bajo las alas. Nuestro presidente, el impávido Zapatero, se atreve con todo, menos con las ganancias del Sicav y la renovación del Concordato. Ahora, después de adquirir el calzado de sus encantadoras hijas, nos quiere aplicar la ‘bota malaya’ de los nuevos impuestos. Qué más quisiéramos que poder salir por pies de la crisis. Los que saben de economía, que ya no trabajan con él, dicen que España tardará varias generaciones en librarse del empobrecimiento general. El egoísta lema es «sálvese quien pueda», pero la mayoría de la gente no va a tener la menor opción para aplicarlo. SUR. 28-9-2009