El discurso ultra se instala en el debate político francés

Francia normaliza a la extrema derecha

La ultraderecha es siempre un instrumento de las clases dominantes para enfrentar y dividir -y en última instancia, explotar- a las clases populares. Pero el cordón sanitario -el "pacto republicano"- en Francia se ha resquebrajado, y Le Pen ha coseguido ser percibida como "normal" y presidenciable por más de una cuarta parte de la sociedad francesa

Más allá del resultado de la segunda vuelta de las elecciones francesas, en estos comicios ya se ha producido un hecho que tiene profundas consecuencias. El discurso de la extrema derecha de Marine Le Pen -con toda su carga racista, xenófoba, islamófoba y ultrareaccionaria- se ha normalizado, ha roto (en los hechos) con el cordón sanitario y su condición de apestado político y ha entrado en las casas de los franceses como una opción de gobierno posible, plausible. Y no en cualquier país, sino en la segunda potencia europea, y en una de las grandes naciones industrializadas del mundo. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

«Los campos de concentración [nazis] son un detalle de la historia. En Auschwitz estaba la fábrica de IG Farben, en la que había 80.000 obreros. Que yo sepa, no fueron gaseados ni quemados»; «Los problemas de inmigración de Francia se resolverán en tres meses debido a la acción letal del ébola»; «Los enfermos de sida son como los leprosos. Al respirar el virus por todos los poros, son un peligro para el equilibrio de la nación»; «La homosexualidad no será un delito, pero es una anomalía biológica y social». Todas estas son frases explícitas de Jean-Marie Le Pen, fundador del Front National (FN), hoy Rassemblement National (RN) y padre de la actual líder ultraderechista, Marine Le Pen.

Este es el útero político del que procede la presidenciable candidata de la extrema derecha en Francia. Una ultraderecha que, más allá del enorme rechazo que lógicamente suscita entre millones de franceses, se ha convertido en una opción más, en un color y un discurso habitual.

No es una percepción, es un hecho. Cuando la periodista de El Intermedio, Andrea Ropero, preguntaba a Pilar Martínez-Vasseur, doctora en ciencias políticas por la Universidad de París y catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Nantes sobre su valoración del debate electoral entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen, la politóloga respondía contundente. «Este debate ha normalizado en Francia definitivamente a la extrema derecha como un interlocutor válido en la política de este país. Estoy hablando de la extrema derecha, en Francia, hoy contemplada como una opción real de gobierno. Esto yo nunca lo había visto»

Hassan Bleibel (Líbano)

La extrema derecha francesa ha hecho grandes esfuerzos por blanquearse, porque su discurso consiga normalizarse y ser visto como algo razonable y moderado. Por ejemplo, Rassemblement National (RN), a diferencias de otras fuerzas ultras como Vox o Viktor Orbán, hace guiños al colectivo LGTBI o a las mujeres, denunciando la violencia de género. «En Francia la extrema derecha de Le Pen lo focaliza todo muchísimo más sobre la cuestión migratoria, están verdaderamente obsesionados por la cuestión del Islam», afirma Martínez-Vasseur. Y el vocabulario de Le Pen se ha normalizado, se ha esforzado por quitarse las formas agresivas e histriónicas. Ese tono trumpista lo ha adoptado, en cambio, el otro candidato de ultraderecha, Eric Zemmour, cuya aparición ha ayudado a Le Pen a ser percibida como más moderada.

Aunque no gane a Macron, el discurso de Le Pen ya se ha colado como un quintacolumnista entre las filas de la izquierda. «Hay una gran parte del electorado que detesta a Macron, y su tono arrogante, de profesor permanente, de perdonavidas, y que desconfía de una clase política elitista, de los tecnócratas que gobiernan para los más ricos. Y entre estos descontentos están los votantes de la izquierda, de Jean-Luc Mélenchon. Entre los jóvenes hay un frente anti-Macron muy potente. A mí me ha chocado mucho escuchar a gente votante de Mélenchon, se supone que progresistas, decir que para sorprender, para dar un susto, para que las cosas cambien, igual hay que votar a Marine Le Pen», dice Martínez-Vasseur.

Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. A pesar de esta imagen más moderada, Le Pen mantienen el mismo programa ultra y xenófobo de toda la vida.

Durante la segunda vuelta, tanto Macron como Le Pen se han lanzado a conquistar a los votantes de Mélenchon. No tanto para persuadirles de que representan lo que a ellos les gustaría, lo cual es imposible, sino para para convencerles de que su rival es mucho peor. Las críticas de Macron a Le Pen sobre su dependencia económica de Putin, su posición sobre Europa y su “climatoescepticismo” habrán podido convencer a los sectores más ilustrados de la pequeña burguesía urbana, pero Le Pen se ha dirigido a «un votante de corte más popular, obrero y anti-establishment, votante de Mélenchon para movilizarlo en su favor. Ha concentrado su discurso en identificarse con el sufrimiento de los franceses y en el balance social de Macron, al que ha culpado, por ejemplo, del incremento de la pobreza», afirma Javier Carbonell, profesor asociado en el Instituto de Estudios Políticos de París.

«Le Pen se ha beneficiado de la “desdemonización” que desde el exterior le ha ofrecido el hecho de que todos estos dirigentes de la derecha y el centroderecha adoptaran, y por lo tanto banalizaran, el marco ideológico de la RN sobre el islam y la inmigración», dice Cécile Alduy, una prestigiosa analista de los discursos de la ultraderecha francesa. «Su estrategia mediática y de comunicación política ha consistido en modelarse a partir de lo mainstream, lo políticamente correcto. Utiliza un vocabulario uniforme, sin asperezas, a menudo aburrido. En su discurso resultan preponderantes los argumentos económicos, incluso sobre la inmigración. Intenta darse una imagen de buena jefa de Estado»

«No tengo nada en contra del Islam», dice Marine Le Pen. «Por el contrario, lo tengo todo», piensa para sus adentros

Pero aunque la mona se vista de seda, mona se queda. A pesar de esta imagen más moderada, Le Pen mantienen el mismo programa electoral del FN de toda la vida, claramente anclado en el ultranacionalismo y la xenofobia. La aplicación del programa de Le Pen implicaría una degradación inmediata de amplias capas de la clase obrera francesa a ciudadanos de segunda categoría, en la que el origen étnico o la nacionalidad define y limita tus derechos políticos. «Una religión (la musulmana) se vería reprimida o controlada, al ser tratada como una ideología en lugar de una creencia. Así se instalaría un clima general de estigmatización de los extranjeros», subraya Alduy.

No estamos ante una extrema derecha “outsider”. Por más que el grueso de la clase dominante francesa y de los centros de poder occidentales apuesten claramente por Macron, Le Pen nunca habría llegado tan lejos y forma tan persistente si no contara con el respaldo de minoritarios, pero significativos, sectores de la oligarquía financiera gala.

No estamos ante una extrema derecha “outsider”. Le Pen nunca habría llegado tan lejos y forma tan persistente si no contara con el respaldo de minoritarios, pero significativos, sectores de la oligarquía financiera gala.

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La “desdemonización” de Le Pen

La ultraderecha es siempre un instrumento de las clases dominantes para enfrentar y dividir -y en última instancia, explotar- a las clases populares.

Pero más allá de su auténtico carácter de clase, el hecho es que la ultraderecha ha sido “normalizada” en Francia. Es una fuerza “votable” y “presidenciable”, y más de una cuarta parte de los franceses apuestan por ella

La «desdiabolización» de la extrema derecha ha avanzado entre sectores nada despreciables de la población francesa, incluso entre los que antes estaban en la órbita de la izquierda. Quizá nada lo resuma mejor que esta cita de una novela ha tenido una importante repercusión en Francia, se llama ‘Lo que falta de la noche’, y su autor, Laurent Petitmangin, relata cómo un padre, socialista de toda la vida, descubre que su hijo veinteañero se ha hecho seguidor de Marine Le Pen.

 “Le pregunté si no le molestaba andar con racistas”, pregunta el padre, a lo que el joven responde: “No son racistas, eso era antes. En todo caso, mis colegas no son racistas, no más que tú o que yo. Contra la emigración, no contra los emigrantes. No están en contra de los que ya están aquí, con tal de que no jodan. Créeme, esos tíos están del lado de los obreros, hace 20 años habríais estado en el mismo bando. Mueven el culo. Están hartos de todas esas gilipolleces de Europa. Reciben dinero de París y lo redistribuyen aquí. Te guste o no, a la gente le parece bien lo que hacen”.