La candente situación política francesa descansa sobre un profundo rechazo de amplias capas de la población a un bipartidismo al servicio del capital monopolista y de los dictados de Berlín y Washington, y que clama por la ruptura.
Tras cuatro décadas de bipartidismo inalterable, por primera vez la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas -que habrán de erigir al nuevo inquilino del Eliseo- se libra entre dos formaciones no tradicionales, entre ‘la sartén y el fuego’. Por un lado Marine Le Pen, la candidata del xenófobo y antieuropeísta Frente Nacional y que apuesta por el ‘Frexit’, la salida de Francia de la UE. Por otro lado un Emmanuel Macron que se perfila como la gran apuesta de continuidad del grueso de la burguesía monopolista francesa.
Hace años nadie lo hubiera apostado, pero en los tiempos del Brexit o de la victoria de Donald Trump, lo que antes era impensable puede ocurrir. El bipartidismo en Francia ha quebrado. En particular el Partido Socialista Francés tras una legislatura de Hollande, ha recogido -con un insignificante 6,3% de los votos- el más amplio desdén de un electorado que se ha visto traicionado por draconianas reformas laborales dignas del más rancio gobierno liberal-conservador. A Los Republicanos -nuevo nombre de la UMP de Sarkozy y Chirac- tampoco les ha ido demasiado bien de la mano de un François Fillón atrapado en un escándalo de corrupción.
La segunda vuelta será disputada por un partido de extrema derecha, xenófobo, antiislamista, y antiUE -el Frente Nacional- y un movimiento (ni siquiera un partido con un programa elaborado) generado en el último momento en torno a la figura de Emmanuel Macron, prototipo de la fábrica de cuadros de élite de la oligarquía francesa que es la Escuela Nacional de Administración (ENA). Macron ha sido ejecutivo de la Banca Rothschild y ministro de economía con Hollande. Es una apuesta por la continuidad del alinemiento de Francia en la UE en el mundo y por la continuidad de las políticas y reformas favorables a los intereses de la burguesía monopolista francesa. Una elección entre la sartén y el fuego, aunque muchos -sobretodo los votantes de Melénchon- intentan dilucidar cual de las dos opciones es la menos mala, quién es el cazo y quién las llamas.
Hasta ahora, el sistema electoral francés a dos vueltas, había servido para que cualquier partido ‘indeseable’ se pudiera colar en la recta final hacia el Eliseo, y para que la derecha e izquierda clásicas se alternaran cómodamente en el poder. Pero c´est fini: barrera superada por el FN gracias al 21,53% de los votos en la primera vuelta, y ahora puede acabar beneficiándose de uno de los sistemas electorales menos proporcionales del mundo.
Además de las explosivas consecuencias que tendrían sus políticas xenófobas y racistas -para un país con un 26% de la población inmigrante o descendiente de inmigrantes, mayoritariamente magrebíes o subsaharianos- Marine Le Pen promete sacar a Francia de la UE. Alarma roja en las cancillerías europeas -sobretodo, nervios en Berlín- y en buena parte de los despachos de Washington, aunque quizá no en el Oval. Donald Trump saludó sonriente al Brexit, aconsejó a los países europeos que se desembarazaran de una Europa que -dijo- es «básicamente un vehículo para Alemania». No es posible saber hasta que punto la línea Trump está dispuesta a favorecer un eventual ‘Frexit’ -un golpe a la UE mucho más fatal que la salida de Reino Unido- pero lo cierto es que el nuevo presidente norteamericano ha dado claras muestras de buscar el debilitamiento y el descosido de Europa. Y viceversa: los partidos de extrema derecha y antieuropeos del continente -como el FN o el xenófobo Partido por la Libertad holandés de Geert Wilders- han celebrado como propio el ascenso de Donald Trump.
Casi todos los demás partidos -desde Sarkozy hasta Hollande- han pedido “por responsabilidad” el voto por Macron. El gran dilema lo tienen los votantes de la izquierda rupturista de Francia Insumisa, encabezados por un Jean-Luc Mélenchon que -tras la alegria de haber dado el sorpasso al PSF con un 19,02% de los votos- se enfrentan a la amarga decisión de elegir entre dos ogros. De los 450.000 votantes de la FI que participaron en una consulta online sobre qué hacer en este trance, sólo un 34,83% afirmó que votaría por Macron con una pinza en la nariz. Un 36% se pronunció por el voto blanco/nulo y otro 29% por la abstención. El propio Mélenchon, tras exigir a Macron que se comprometa a derogar la reforma laboral -y negarse éste- declinó pedir el voto para nadie, limitándose a recomendar a sus seguidores «que no votaran a Le Pen».
Hay poderosas fuerzas de clase -en Francia, en Alemania y al otro lado del Atlántico, donde no todos apoyan a Trump- que empujan por que Macron tome las riendas de la segunda potencia europea. Pero no han conjurado el peligro, y se vislumbra una dura pugna: debajo de la elección entre cazo y ascuas, bulle un descontento popular del que el ascenso del FN es sólo una expresión.
La grieta de la Francia maltratada
«En Francia hay muchos lugares como la localidad normanda de Saint Vast, 2000 habitantes», escribe Rafael Posch para La Vanguardia. «En 1985 tenía 2 cafés, 2 restaurantes, una panadería, charcutería, dos tiendas de alimentos, un taller mecánico y 7 artesanos. En 2015 no quedaba más que una escuela primaria».
No, Francia no se ha vuelto ultraderechista. El avance de las ideas xenófobas y antiislamistas, aunque indudable, no se corresponde mecánicamente con el avance electoral del Frente Nacional. Un partido que además se ha desprendido de sus soflamas más ‘ultras’ -ligadas al padre de Marine, Jean Marie Le Pen: un torturador fascista de la guerra de Argelia, antisemita y nostálgico del régimen de Vichy- y se ha apropiado de un discurso ecléctico -‘ni de izquierdas ni de derechas’, dice sin pudor Le Pen- donde lo mismo copia partes del programa de Fillón, que denuncia el diktat alemán o el avasallamiento del mundo financiero a los trabajadores.
De lo que se alimenta el Frente Nacional es de lo mismo que se alimenta la Francia Insumisa de Mélenchon: de la erosión de los asalariados franceses de los últimos treinta años, con su desempleo de masas, precarización y la inseguridad social; de la desestabilización de amplias capas de la sociedad hasta ahora estables. ¿Les suena? El mismo fenómeno, fruto de la voracidad monopolista que genera el empobrecimiento de las clases trabajadoras y las capas medias, ha creado la base de masas que ha votado por Donald Trump. La ultraderecha sabe recoger pacientemente estos amargos frutos.
El rechazo al ‘UMPS’ (el correspondiente francés al PPSOE), a gobiernos serviles ante las directivas europeas e imposiciones de la globalización, ante Bruselas y el diktat germano, ante el FMI y la OTAN, se ha expresado en parte en un voto al Frente Nacional, que promete poner en valor la soberanía e identidad nacionales francesas.
Pero esa falla tectónica -que se ha llevado por delante el bipartidismo, creando un gros problème a la clase dominante- tambièn ha encontrado otro cauce para expresarse. Las grandes huelgas y movilizaciones de la izquierda y los sindicatos del año pasado contra la reforma laboral, el movimiento de La Nuit Debóut parisino (el 15M francés), han encontrado una expresión organizativa en el movimiento de la Francia Insumisa, que junto al más rotundo rechazo a la xenofobia y al racismo del FN, exigen la salida de la OTAN y de la UE, si no deja de ser una Europa alemana. Una izquierda francesa -con tintes antihegemonistas- que puede ser el inicio de un futuro distinto para Francia.