El país galo afronta una incierta campaña para las elecciones legislativas, en las que habrá de decidirse no sólo la correlación de fuerzas en la Asamblea Nacional, sino la propia gobernabilidad de la segunda potencia europea, y por tanto buena parte de la estabilidad de la UE en los próximos años.
En un país sometido a fortísimas tensiones sociales, a un magma de malestar entre amplios sectores de la población y a grandes protestas en los últimos años -chalecos amarillos, huelgas generales, movilizaciones en el campo, etc…- la ultraderecha de Le Pen parece haber encontrado la fórmula para llevar la delantera (aunque no la hegemonía) y es la favorita en las encuestas.
Las elecciones europeas del 9 de junio dieron como resultado en la UE un inquietante aumento de la ultraderecha en sus diferentes formas y familias, que llegaron a aglutinar un 24% de los votos. Pero no se produjo un seísmo. El auge ultra no fue homogéneo: hubo países donde se contuvo, como España y Portugal, y hubo donde la extrema derecha pinchó y retrocedió, como en los países nórdicos.
Pero en Francia -junto a Alemania, uno de los motores políticos y económicos de la UE- la cosa fue mucho más grave: sí hubo terremoto.
La ultraderecha de Marine Le Pen obtuvo el 9J el 31,37% de los votos (aunque con una participación del 51,5%, representa un 16% del censo galo), más del doble que macronistas y socialdemócratas.
Inmediatamente, Emmanuel Macron convocó elecciones legislativas -que no presidenciales- para el domingo 30 de junio, lanzando el órdago de «parar a la ultraderecha».
Quizá la maniobra de Macron buscaba hacer -al modo de lo que ocurre en las segundas vueltas del sistema electoral francés- un chantaje en nombre del »pacto republicano» (como se llama al cordón sanitario contra la ultraderecha en Francia): «votadme a mí para que no salga Le Pen».
Pero pronto se vio que esta vez las cosas iban a ser muy diferentes. Hace tiempo que la política gala se divide en tres polos aparentemente enfrentados de forma irreconciliable. A la ultraderecha de Rassemblement National de Le Pen (y su escisión aún más ultra de ‘Reconquista’) se opone fieramente un bloque de izquierdas heterogéneo pero que hace dos años lideró La Francia Insumisa de Jean Luc Mélenchon, pero que está también irremediablemente enfrentado a Macron y la derecha clásica por sus políticas antipopulares y neoliberales «moderadas».
El seísmo y las réplicas
Tras el anuncio sísmico de Macron anunciando el adelanto de las legislativas, se produjeron dos importantes réplicas, dos hechos inauditos en la política francesa.
Primero, de manera inédita la práctica totalidad de la izquierda francesa cerraba un acuerdo para concurrir unida a las elecciones en un nuevo Frente Popular. Una agrupación diversa -y donde no faltan las tensiones internas- integrada por Ecologistas, la Francia Insumisa de Mélenchon, el Partido Socialista, el Partido Comunista y otros, que concurrirá bajo una lista única.
Segundo, los Republicanos (la derecha clásica francesa, de donde proceden presidentes como Sarkozy o Chirac) se ahorcaban entre ellos con a expensas del cordón sanitario contra la ultraderecha.
Durante décadas, el ‘pacto republicano’ -no llegar al más mínimo acuerdo con la ultraderecha- era una línea roja para el resto de partidos en Francia. Pero por sorpresa, en una entrevista en televisión, el líder de los Republicanos, Éric Ciotti, se declaraba dispuesto a abandonarlo y a pactar con Le Pen.
El revuelo que se montó fue esperpéntico. Inmediatamente los cuadros de Los Republicanos anunciaban la expulsión de Ciotti por una decisión que se había tomado al margen de los órganos del partido, mientras el defenestrado se atrincheraba en la sede y cerraba las puertas con llave.
Un problema de Estado
Las encuestas vaticinan un nuevo terremoto el 30 de junio. Los ultras de la Agrupación Nacional de Le Pen serían la fuerza más votada con el 32,65% de los votos (consolidando el resultado del 9J) lo que les permitiría triplicar sus escaños (de 89 a 250) en la Asamblea Nacional. El izquierdista Nuevo Frente Popular lograría concentrar el 26,7% de los votos, aumentando sus diputados de 131 a cerca de 200.
Pero el partido de Macron cosecharía un nuevo fracaso con un pobre tercer puesto y el 19,7% de los votos, perdiendo buena parte de sus actuales 249 diputados. Los Republicanos ahondan su debacle con el 7,42%.
De confirmarse estos resultados, el panorama en Francia sería difícilmente gobernable. ¿Se avendría Macrón a gobernar o cohabitar con la extrema derecha frente a los que alardea de mantener el cordón sanitario? ¿o con el Nuevo Frente Popular que ha hecho bandera de oponerse frontalmente no sólo a los ultras al enarca del Elíseo?
Pero hay muchas más preguntas. En un país que tiene bajo el subsuelo un polvorín de explosivos antagonismos sociales -provocados todos ellos, directa a o indirectamente, por la tiranía monopolista de la avariciosa oligarquía financiera sobre el conjunto de las clases populares- y con más de 8 millones de trabajadores migrantes en Francia… ¿qué efecto tendrían la aplicación, más o menos disimuladas de las ultrareaccionarias, xenófobas y divisivas políticas de la extrema derecha?
¿Qué impacto puede tener en la UE que en la segunda potencia europea una extrema derecha que ha recibido financiación de Rusia -y que se muestra cercana a Putin- se fortalezca parlamentariamente?
Veremos lo que ocurre el 30 de junio. Francia -y Europa- contienen la respiración… a la espera de un terremoto