El reciente plan oncológico del Gobierno vasco (2018-2023) ha llamado la atención por la medida de pagar a las farmacéuticas no por cajas de medicamentos, sino según el resultado que produzcan estos en cada paciente. Una medida con la que Osakidetza dice asegurar el acceso a los nuevos fármacos sin poner en peligro la sostenibilidad del sistema sanitario. ¿Qué hay de verdad en esto?
El riesgo compartido
Todos (políticos, profesionales, economistas y representantes de la industria) están de acuerdo que en pocos años el envejecimiento de la población, y el consiguiente aumento de enfermedades crónicas y de dependencia, elevará a niveles insostenibles el gasto sanitario. Las fórmulas de ahorro barajadas para asegurar el acceso a unas innovaciones cada vez más caras incluyen centrales de compra y descuentos por volumen de compra, introducción de genéricos y biosimilares, techos de gasto o el riesgo compartido.
Hoy trataremos el riesgo compartido. Este supone que la administración autonómica o el hospital en cuestión llega a un acuerdo con la compañía farmacéutica por el que esta solo cobra íntegro el precio del fármaco si este produce el efecto esperado. Si no es así, cobra una parte.
Esta fórmula no es nueva. Cataluña y otras partes de España llevan desde 2011 aplicándola en diferentes tratamientos. Tampoco es una fórmula que atente contra los intereses de los laboratorios. Ha sido promocionada en diferentes encuentros, organizados por Farmaindustria, la Cámara de Comercio de EEUU en España, o por diferentes farmacéuticas (UCB, MSD) en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo.
¿Por qué ahora?
Someter a la efectividad lo que se paga por un producto en salud parece un buen camino. Sin embargo, no podremos valorar su significado real si no lo hacemos a la luz de los objetivos que mueven a las farmacéuticas y los Gobiernos a tomarlo.
Las grandes farmacéuticas se enfrentan a un reto enorme, y este viene de Asia. China, y con ella todos los países emergentes, amenazan en 2022 con convertirse en un gigante productor de fármacos que sobrepasará a las cinco primeras potencias europeas. El gigante asiático se ha convertido ya en el segundo mercado farmacéutico del mundo después de EEUU. Por tanto, las grandes farmacéuticas occidentales, capitaneadas por EEUU, se ven abocadas a tomar posiciones en esta descomunal carrera. De ahí que el mercado farmacéutico es hoy un mar agitado de fusiones y de competencia por las patentes en los campos de los que depende la innovación farmacológica, principalmente el biotecnológico.
El papel de España
¿Qué papel juega nuestro país en esta lucha? En tanto el sector está en manos de grandes multinacionales extranjeras, especialmente las anglo-norteamericanas y alemanas; en tanto no hay un proyecto autónomo de desarrollo de un polo farmacéutico nacional, España no juega otro papel que el de sucursal de estas, proveedora de mano de obra muy cualificada a bajo precio y de pacientes, médicos e investigadores públicos como plataforma de ensayos clínicos e investigación de base.
Estos rasgos se han acentuado desde el estallido de la crisis. Desde entonces hasta hoy el farmacéutico es uno de los pocos campos en el que ha aumentado considerablemente la producción. En los peores años de crisis, mientras las exportaciones españolas aumentaban su valor en un 1,9%, el de la industria farmacéutica lo hacía por cinco. España es el quinto país europeo en empleo y el sexto en producción farmacéutica (después de Alemania, Francia, Italia, Reino Unida e Irlanda). El abaratamiento de los costes laborales ha jugado un papel de primer orden.
Por otro lado, la inversión en investigación clínica de las grandes farmacéuticas ha aumentado a un ritmo medio del 4,9% en los últimos 10 años, pasando de 412 millones de euros en 2007 a 662 en 2017. Tal es así que un tercio de todos los ensayos clínicos de fármacos realizados en Europa cuenta ya con participación española, o que tras EEUU España es el segundo país con más participación de importantes laboratorios.
Menos ganan más
El tercer papel de España, el fabuloso mercado farmacéutico que supone para las farmacéuticas, se ha visto reformado para beneficio de un puñado de grandes laboratorios.
Con la universalización de la sanidad España llegó a ser durante los años 80 y 90 el segundo mercado farmacéutico mundial, por detrás de EEUU. Ese puesto lo ocupa hoy China, España es el quinto mercado europeo en volumen de ventas, resultado de sucesivos medicamentazos, de la imposición de precios de referencia y la introducción de genéricos, de la exclusión de la sanidad pública de ciertos sectores y de acuerdos con la industria. Por ejemplo, en 2015 Rajoy pactó con Farmaindustria que el gasto farmacéutico no crecería por encima del PIB; y a la vez obligaba a las autonomías a comprar un mínimo de fármacos de marca como condición de recibir el Fondo de Liquidez Autonómica, FLA.
Si bien los sucesivos Gobiernos han ralentizado el gasto farmacéutico, estas medidas no han evitado que un puñado de grandes farmacéuticas sigan apropiándose de la parte del león del gasto sanitario, en especial del que producen las enfermedades más rentables sometidas a innovaciones cada vez más caras. Oncología, VIH, enfermedades autoinmunes y hepatitis C concentran prácticamente la mitad del mercado hospitalario. Resultado, las diez compañías multinacionales que más venden cuentan con una cuota del 44,1% del mercado, 61,5% en el caso del mercado hospitalario.
Los Gobiernos autonómicos, en los que descansa hoy una gestión sanitaria que supone más del 30% de su presupuesto, sellan acuerdos con estas farmacéuticas bajo fórmulas como el riesgo compartido. A ellos les permite vender el acceso a la innovación controlando el gasto; a ellas les garantiza copar a largo plazo los sectores más rentables y un porcentaje mayor del presupuesto.