Guido Agostinelli, economista argentino

‘Experimento Libertario’: Una advertencia para el mundo

‘Experimento Libertario’ destripa el pensamiento que encabeza Milei en Argentina, sus bases y fundamentos, sus contradicciones y alternativas

Docente universitario y economista, Guido Agostinelli es parte de una nueva generación de investigadores que combinan análisis económico, pensamiento político y mirada cultural sobre los fenómenos contemporáneos. En su libro Experimento libertario, Agostinelli examina tres casos —Grafton, Cospaya y Liberland— para explorar los límites del ideario libertario y las tensiones entre el mercado, el Estado y la vida en comunidad.

En esta conversación, analiza las contradicciones del actual gobierno argentino encabezado por Javier Milei, la seducción que ejercen sus ideas en una parte de la sociedad —especialmente entre los jóvenes— y las razones por las cuales, a su juicio, el experimento libertario no conduce a una mayor prosperidad sino a su contrario.

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Las ideas que defiende Milei, dices que “cierran sobre el papel”, pero fallan en su aplicación real. ¿A qué te refieres?

Son ideas que, en esencia, nunca se implementaron de manera consistente a nivel país en ningún lugar del mundo. Esa es una primera muestra de las dificultades que existen para llevarlas a la práctica. Y ahora, con la gestión actual en Argentina, queda claro que hay una fuerte intervención del Estado para alcanzar esas finalidades o proyectos de país.

Guido Agostinelli, docente universitario y economista argentino

Esto se ve en múltiples áreas: en el aumento del endeudamiento externo, en la manipulación discrecional de impuestos —algunos se bajan, otros se suben— y en la intervención constante sobre el mercado. En definitiva, se demuestra que esas políticas no conducen a una mayor prosperidad.

En Experimento libertario analizo tres casos —The Grafton, Cospaya y Liberland—. Aunque no equivalen a un Estado reconocido, sirven para inferir los límites del ideario libertario. El ejemplo de Grafton es el más gráfico: un pequeño pueblo al norte de Estados Unidos donde un grupo de unos cien libertarios decidió aplicar sus principios. Redujeron impuestos municipales y, en consecuencia, también los servicios: no renovaron el camión de bomberos ni mantuvieron la recolección de basura con regularidad.

El enojo contra el Estado es válido, pero destruirlo no”

¿El resultado? En una zona con presencia de osos, una vecina fue atacada al abrir la puerta de su casa. Más allá de la anécdota, demuestra que, al no reconocer la necesidad de bienes comunes, el libertarianismo extremo se vuelve indefendible. Tal es así que ni los propios defensores de Grafton reivindican la experiencia.

Luego, para justificar su ideario, algunos invocan ejemplos de países como Irlanda o Singapur, que nada tienen que ver con esos postulados. Hacen una selección arbitraria de datos —lo que en inglés se llama cherry picking— para sostener una teoría que no se aplica en la realidad y que ningún país ha implementado de manera siquiera cercana.

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¿Cómo responder a un proceso de difusión tan potente, especialmente en redes sociales, con padrinos tan poderosos?

Hay un desprecio hacia las ideas de Javier Milei en el ámbito académico, y eso es un error.

Yo provengo de la academia: soy docente universitario desde hace once años, tengo dos maestrías, curso un doctorado y enseño en la Universidad de Buenos Aires. Y, sin embargo, no tengo problema en debatir y desmentir cuestiones que, a mi entender, son básicas: necesitamos bienes comunes, espacios comunes y fondos comunes para realizar ciertas acciones colectivas.

Lo primero, entonces, es no subestimar estas ideas.

¿Por qué? Porque tienen lógica. Surgen como respuesta al mal funcionamiento del Estado: la gente paga cada vez más impuestos, percibe que no recibe nada a cambio y ve que otros —en la informalidad— no pagan. Ese enojo contra el Estado es completamente válido. Lo que no es válido, y además es contraproducente, es creer que destruyendo al Estado uno va a estar mejor.

La metáfora es sencilla: si tu Estado es un auto que se detuvo en la ruta, no lo arreglás a martillazos ni lo incendiás; lo llevás al mecánico. Si lo destruís, terminás caminando, mientras los demás países avanzan en Ferrari o BMW.

Lo libertario seduce porque ofrece respuestas simples”

El enojo inicial es legítimo, pero el camino propuesto por el libertarianismo solo agrava el problema. Por eso, además de no subestimar, hay que entender la lógica interna de ese discurso y, sobre todo, proponer alternativas. El gran problema de la oposición —en Argentina y en otros países— es la falta de propuestas superadoras. Si tu única promesa es “seguir haciendo lo mismo”, la gente naturalmente buscará algo distinto. Las propuestas deben canalizar el enojo social, pero de manera constructiva.

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¿Cómo explicar la contradicción de Milei de pretender acabar con el Estado y, sin embargo, depender de una mayor intervención estatal, incluso de potencias como Estados Unidos?

La contradicción más grande está en el endeudamiento externo. Argentina recurre no solo a su propio Estado, sino también a organismos supranacionales como el FMI y a otros Estados, como Estados Unidos. ¿Cómo podés eliminar al Estado mientras pedís dinero a otros Estados?

Además, las políticas económicas actuales muestran múltiples intervenciones: desde el tipo de cambio hasta la política monetaria. El mercado está lejos de ser libre.

Y si se liberara completamente la economía, ocurriría algo obvio: el país se inundaría de productos chinos, porque China produce a menor costo. Eso ya está ocurriendo. Milei dijo que no negociaría con comunistas, pero hoy ingresan productos chinos. La contradicción se vuelve cada vez más evidente.

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¿Cuáles son las principales dificultades para enfrentar las políticas y la lógica de Milei?

Lo que hace Milei no es tan distinto de lo que se ha hecho en los últimos cien años. Pero su discurso resulta atractivo porque se presenta como algo “nuevo”, “revolucionario”. Y esa sensación de novedad tiene encanto.

Sin embargo, los datos históricos muestran que cada vez que Argentina liberalizó su economía, el PIB cayó y los salarios reales se desplomaron. La mayor caída fue en 1976, bajo funcionarios formados en los mismos centros de pensamiento que hoy inspiran al gobierno actual. Por eso es lógico suponer que las consecuencias serán similares.

La dificultad radica en que ese discurso se vende como inédito, cuando en realidad es una repetición maquillada de políticas que ya fracasaron.

Sin bienes comunes no hay prosperidad posible”

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¿Qué políticas serían claves para recuperar la iniciativa?

Hay muchas, y las desarrollo en mi próximo libro. Pero señalaría tres ejes principales.

Primero, una lucha real contra la corrupción, con penas más severas y controles efectivos. Es clave desmontar la idea de que “el Estado es corrupto por naturaleza”. Existen numerosos ejemplos de Estados eficientes y transparentes.

Segundo, beneficios sociales tangibles. Por ejemplo, la discusión sobre el superávit fiscal: está bien mantener las cuentas ordenadas, pero hay que debatir quién paga ese ajuste. No es lo mismo alcanzarlo a costa de los sectores más vulnerables que mediante una mayor contribución de quienes más tienen.

Tercero, políticas públicas palpables, como el transporte gratuito y universal, que ya funciona en países como Luxemburgo (trece veces más grande que la Ciudad de Buenos Aires). Son medidas concretas que mejoran la vida cotidiana y refuerzan el vínculo entre ciudadanía y Estado.

También hay que aprender de modelos exitosos en economías capitalistas, como Estonia, donde las utilidades reinvertidas no pagan impuesto a la renta. Esa medida incentiva la inversión productiva interna. En Argentina, el problema no es la alta carga impositiva en sí, sino la evasión y la inequidad fiscal.

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¿Por qué estas ideas resultan tan atractivas para un sector de la juventud?

Porque son simples. Y en tiempos de frustración, lo simple resulta seductor.

Vivimos una época marcada por el individualismo y la meritocracia: la idea de que “si querés, podés”, de que “el pobre es pobre porque quiere”. Todo eso encaja perfectamente con un discurso libertario.

La pandemia profundizó esa tendencia. Jóvenes encerrados por decisión del Estado lo identificaron como el enemigo número uno. Así, el rechazo al Estado se convirtió en un sentimiento cultural.

El fracaso argentino puede ser una advertencia global”

Creo que estos movimientos seguirán creciendo mientras no se evidencie su fracaso. Pero cuando quede claro que destruyendo al Estado la vida empeora —que los salarios caen, que los servicios se deterioran, que el bienestar general disminuye—, la desilusión será grande.

Argentina, lamentablemente, puede convertirse en el ejemplo más contundente de por qué estas ideas no funcionan. Y, paradójicamente, ese fracaso puede servir como advertencia para el resto del mundo.