Cuando el Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco (Covite) desveló que en algunas de las listas electorales de Bildu se incluían ex miembros de ETA condenados por la justicia, algunos de ellos directamente implicados en la ejecución de asesinatos, una lógica indignación sacudió el país.
Felizmente, ETA ya no existe, aunque algunos sectores reaccionarios se empeñen en afirmar de forma irresponsable que “sigue viva”. Pero eso no significa que podamos olvidar quien apoyó, alentó o justificó el fascismo étnico.
La memoria histórica fortalece nuestra salud democrática. La desmemoria rebaja nuestras defensas como sociedad.
Dos noticias han indignado con toda justicia a todos los demócratas
En abril se conocía que Carlos García Juliá, uno de los pistoleros fascistas de Fuerza Nueva que perpetró de la matanza de Atocha, asesinando a 5 abogados laboralistas de CCOO en 1977, se presentaba de cabeza de lista por Falange en Bilbao. Una ignominia que no se pudo materializar al anular la Junta Electoral la lista por defectos de forma.
A primeros de mayo, gracias a la fiscalización realizada por Covite, se conocía que EH Bildu había incluido en sus listas para el 28-M a 44 exmilitantes de ETA condenados por pertenencia a banda terrorista, 7 de ellos con delitos de sangre, es decir con responsabilidad directa en asesinatos.
En ambos casos hablamos de fascismo. No debemos olvidarlo. Aceptar como si nada hubiera sucedido que ex miembros de una banda que sembró el terror se presenten como si fueran iguales a cualquier otro candidato es, independientemente de que hayan cumplido condena, una actitud que contribuye a blanquear el fascismo.
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La ignominia del “ETA sigue viva”
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha utilizado el escándalo de las listas de Bildu para declarar que “ETA está viva, está en el poder, vive de nuestro dinero y quiere destruir España”. Consuelo Ordóñez, la presidenta de Covite, la organización de víctimas que denunció los hechos, le ha contestado de forma contundente. “Es la banalización en estado puro”.
No es la primera vez que sucede. Cuando el pasado mes de febrero Ayuso difundió contra el actual gobierno el lema “Que te vote Txapote”, Consuelo Ordóñez reaccionó indignada: “las víctimas merecemos ser tratadas con respecto, banalizar con un hashtag al asesino de tantos inocentes, entre ellos mi hermano Gregorio Ordóñez, demuestra su falta de principios y lo poco que le importamos”.
Ayuso se ha atrevido a declarar que en Euskadi persiste “un régimen totalitario”, añadiendo que ahora se estaría “extendiendo al resto de España”. Comparar la situación actual en el País Vasco, donde por ejemplo los concejales del PP que antes estaban amenazados pueden vivir sin escoltas, con la de los tiempos donde enfrentarse al etnicismo podía significar una condena de muerte es una repugnante tergiversación. Afirmar que hoy en España se está extendiendo un totalitarismo similar al impuesto por las pistolas de ETA es atacar y degradar la democracia.
Los sectores más reaccionarios del PP no solo utilizan de forma rastrera el terrorismo como baza electoral, provocando el rechazo de muchas víctimas. También, en su empeño por difundir la mentira de que “ETA está viva” ensucian la victoria que supuso su desaparición, lograda gracias a la lucha de muchos vascos valientes y a la solidaridad de todo el pueblo español.
Lo que no se puede aceptar. Lo mínimo exigible
Bildu tiene todo el derecho a competir en las elecciones y a participar en el juego democrático, y es igualmente lícito recabar o aceptar sus apoyos parlamentarios.
Y Bildu es una coalición donde, junto a personajes sombríos como Otegui, están integrados sectores de la izquierda abertzale, por ejemplo los que proceden de Aralar, que condenaron sin matices el terrorismo cuando ETA existía y mataba.
Los siete ex miembros de ETA condenados por participar en asesinatos han dado un paso atrás, forzados por la presión social, y han anunciado que no ocuparán ningún cargo electo. Pero no han denunciado como ejecuciones fascistas los actos por los que fueron condenados. Jamás, en ningún momento, se han hecho una autocrítica. Nunca, jamás, en ningún momento, han pasado a denunciar los crímenes de ETA, o las agresiones fascistas de la kale borroka.
Lo que es intolerable, ética, moral y democráticamente, es blanquear al fascismo. No basta con que hayan cumplido una condena. Si no se han autocriticado y pedido perdón a las víctimas y a la sociedad española, deben ser denunciados, y no se debe permitir que ahora se presenten como si no hubieran intentado imponer el fascismo a través del terror.
No basta con plantear que la inclusión de ex etarras que no se han arrepentido en las listas “es legal pero no es decente”. El fascismo no es una cuestión de legalidad sino de principios.
Es totalmente insuficiente plantear que “las diferencias en democracia se solucionan votando”, como si lo único que hubiera que hacer es dejar de votar a Bildu.
O limitarse a calificar de “poco adecuado” la inclusión de estos pistoleros fascistas en las listas.
Hay que decir alto y claro que “no son gudaris, son fascistas”. No podemos permitir que después de haber derrotado al nazifascismo étnico, ahora se siembre la confusión.
Es necesario seguir dando la batalla para que quienes colaboraron con el fascismo étnico no puedan blanquear la historia, y para triturar todas las ideas reaccionarias difundidas durante décadas con las que se justificó el terror.
Fortalecer las defensas
El escándalo suscitado por las listas de Bildu debe servir para fortalecer las defensas democráticas frente a la confusión y la desmemoria.
Quienes, desde los intereses más reaccionarios, utilizan el rechazo al terror para difundir la indigna mentira de que ETA “sigue viva” arrojan basura tóxica al debate político, menospreciando a las víctimas y al esfuerzo de quienes lucharon valientemente contra el terror y lo derrotaron.
Debemos celebrar que se obligó a ETA a disolverse. Pero hay que mantener la guardia. No dejar pasar ni una cuando lo que está en juego es el fascismo. No permitir que quienes apoyaron el fascismo blanqueen su pasado criminal. No cejar en el empeño de pulverizar todas las ideas que siguen justificando o “comprendiendo” el terror ejecutado durante décadas.
Bajar la guardia, no dar la batalla por instaurar una memoria histórica que ajuste cuentas con el fascismo en Euskadi, es la mejor manera de que esos hechos que hoy felizmente forman parte del pasado puedan volver a repetirse.