Europa está sumida en un estancamiento económico que amenaza con convertirse en crónico.
La Comisión Europea se ha unido a la propuesta del presidente del BCE de cambiar la orientación de la política económica comunitaria. De la austeridad inflexible se propone pasar a una política expansiva, con una inyección de 50.000 millones para relanzar el crecimiento, con inversiones o rebajas de impuestos. Un estancamiento de la economía europea que amenaza convertirse en crónico, el cambio en las relaciones atlánticas tras el triunfo de Trump, y un cúmulo de contradicciones desestabilizadoras -desde el Brexit al auge de los ‘antieuropeísmos’ de distinto signo- son las razones de fondo.
Junto a Mario Draghi, presidente del BCE, la Comisión Europea se ha sumado a las voces que piden una política económica expansiva para Europa. Ambos proponen un plan de inversión de unos 50.000 millones de euros en la economía productiva -como un impulso inicial- para estimular el débil crecimiento de la zona euro. Junto a esa inyección, las autoridades europeas recomiendan rebajas de impuestos e incluso -según el vicepresidente del BCE, Vítor Constâncio- una subida moderada de los salarios, para estimular el consumo y la inflación. Una nueva política centrada en el crecimiento, en la expansión, en la inversión y en el consumo, y no sólo en la contención del gasto público.
Europa está sumida en un estancamiento económico que amenaza con convertirse en crónico. La UE está metida en un pantano de baja inflación, baja productividad y elevado nivel de endeudamiento, que le hace perder peso en la economía mundial y que afecta a su locomotora y potencia dominante, Alemania. Tras siete años y medio, el PIB de la zona euro acaba de recuperar los niveles precrisis (cinco años después que EEUU), pero padece alto paro (superior al 10%, el doble que en EEUU), grandes bolsas de desigualdad, y dudas eternas en un sector bancario que lleva ya demasiados años arrastrando bajas rentabilidades.
El corsé de la intransigente austeridad alemana ha creado además en lo político un marco de contradicciones desestabilizadoras que están en la base del Brexit, del ascenso de Syriza en Grecia, del Movimiento 5 Estrellas en Italia y de la inestabilidad política en España, o del ascenso de fuerzas reaccionarias y antieuropeístas como el Frente Nacional de Marie Le Pen en Francia y de AfD en Alemania.
Para acabar de rizar el rizo, la inesperada victoria de Donald Trump y su ‘América primero’ parece que trae consigo no sólo una vuelta al proteccionismo y una reorganización global -en el terreno político, militar, pero también económico- que va a afectar de lleno a la UE, sino una notable política expansiva: un billón de dólares para relanzar la economía estadounidense. O Europa se pone a bailar al mismo son, o la competencia la arrollará.
Por todas estas razones, parece que se dibuja la necesidad de una reorientación de la política económica comunitaria que se centre en estimular el crecimiento, cosa que exige no sólo unos bajos tipos de interés -ahora mismo al 0% o incluso negativos- sino una considerable inyección de liquidez. Los 50.000 millones euros propuestos han sido bien acogidos, pero todo el mundo coincide que son absolutamente insuficientes si se quiere salir del pantano.
Si esta nueva orientación económica prevalece, los recortes dictados desde Bruselas serán distintos en su volumen, ritmos y dirección. No parece estar en el horizonte una espiral de ajustes como entre 2010-2014, donde se exigían recortes draconianos de gasto público de forma inmediata y creciente. El Pacto de Estabilidad y las exigencias teutonas de control del déficit público para el resto de países seguirán ahí, pero parece que los nuevos tiempos exigen flexibilidad. La Comisión ha condonado los castigos que pendían sobre España y Portugal por incumplir el déficit. Y ha decidido pasar por alto que un tercio de los presupuestos de los socios comunitarios no respetan las reglas fiscales.
Parece que vamos hacia una situación donde levantan el pie del pedal de los ajustes, pero donde al mismo tiempo van a centrarse en convertir en estructural y permanente el grado de saqueo alcanzado sobre la población. No se busca aumentarlos o extenderlos, sino que se queden en nuestras vidas para siempre.