El triunfo del no a Europa en el Reino Unido, la derrota de Renzi en el referéndum constitucional italiano, el ascenso de fuerzas nacionalistas de derecha (o extrema derecha) en Francia, Alemania, Holanda, Dinamarca, Finlandia o Austria, la irrupción y el ascenso meteórico de un viento popular y patriótico en los países del sur como España, Portugal, Italia o Grecia…
Los síntomas de descomposición de Europa se multiplican al mismo ritmo y con la misma profundidad que la troika (Washington, Frankfort y Bruselas) ha impuesto desde 2010 unas políticas de saqueo, recortes y ajustes sobre la práctica totalidad de los países de la Unión, especialmente sobre aquellos que forman parte del rosario de eslabones débiles de la cadena imperialista, el sur y el este del continente.
Consecuencias de un eje fracturado
Por empezar desde el principio, el que ha sido el motor y directorio de todos estos años de la UE, el eje franco-alemán, está hoy roto y no parece previsible su recomposición en el futuro inmediato. Desde el año 2010, con el primer rescate de Grecia, un proyecto de degradación política y saqueo económico se ha impuesto sobre la mayoría de los pueblos europeos. Ejecutado por EEUU y su virrey alemán, prácticamente ningún país, ni siquiera las poderosas Francia o Italia, se han salvado de él. La ejecución de este proyecto, además, ha permitido a la burguesía monopolista alemana avanzar en su hegemonía sobre la UE y a Merkel convertirse en la auténtica “canciller de hierro” de Europa. Eso sí, todo bajo el férreo alineamiento y la sumisión a Washington.
Para reponer las enormes pérdidas provocadas por su crisis, Washington y Berlín se han lanzado a imponer unas drásticas medidas de austeridad, híperexplotación de la fuerza de trabajo asalariada, recortes en la sanidad, la educación públicas, las ayudas sociales, subidas generalizadas de impuestos, derogación de derechos laborales y sociales conquistados por la lucha de numerosas generaciones…
Un recorte brutal del Estado del Bienestar cuyos paganos hemos sido las clases populares, en las que se extiende la pobreza, para que las principales oligarquías financieras no sólo mantuvieran, sino que multiplicaran y concentraran todavía más sus riquezas.
Unas políticas que han provocado dos tipos de reacciones. De una parte, la aparición de fuerzas nacionalistas de ultraderecha, que blandiendo la lucha contra los inmigrantes han capitalizado el temor de amplios sectores populares ante la acelerada degradación de sus condiciones de vida. Pero no hay que confundirse en esta cuestión.
Es cierto que el racismo y la xenofobia crecen en numerosos países, especialmente en el centro, norte y este de Europa, pero esta no es una respuesta espontánea. Está promovida y dirigida por las clases dominantes de los distintos países, con un doble objetivo. Por un lado dividir y enfrentar al pueblo trabajador para así poder imponer una mayor explotación. Del otro, difundir un ideario nacionalista burgués que le permitan armar a sus sociedades ante la inevitable confrontación y la cada vez más aguda competencia entre ellas.
Como dice Marx en un pasaje de El Capital dedicado a la crisis, en momentos de expansión económica, la burguesía actúa, por decirlo así, en una especie de fraternidad de clase internacional, repartiéndose más o menos amigablemente las ganancias, proporcionalmente, claro está, a lo invertido y la fuerza de cada una de ellas. Pero cuando llegan los momentos de crisis las lanzas se tornan cañas y lo que antes era consenso y solidaridad se transforma en una guerra sin cuartel donde cada oligarquía busca endosar las pérdidas a sus competidores. Esta y no otra es la base del actual auge de las fuerzas del racismo, la xenofobia y el nacionalismo en Europa.
Pero si el ascenso de las fuerzas reaccionarias es una de sus consecuencias, la contraparte es la irrupción y el ascenso meteórico de fuerzas que impulsadas por unos fortísimos vientos populares y patrióticos cuestionan, en mayor o menor medida, al centro gravitacional alemán y sus políticas.
Syriza en Grecia, el Bloco de Esquerda en Portugal, el Movimiento 5 Estrellas en Italia, el Front de Gauche en Francia, Podemos en España,… Concentrado en los países del sur de Europa, este viento popular está empezando a desmoronar –o al menos erosionar notablemente– los modelos políticos bipartidistas con los que Washington, Berlín y las oligarquías locales han venido dominando con mano de hierro sus sociedades.
Estas contradicciones constituyen hoy un auténtico laberinto en que se consume la UE, mientras aumenta la desunión y la confrontación en su seno.
Pero no son las únicas. La elección de Trump no hace sino añadir confusión y multiplicar la deriva sin rumbo.
Trump añade leña al laberinto
En un mundo más que inquieto por los cambios en Washington, Europa tiene todas las bazas para ser la región del mundo más perjudicada por los cambios que se avecinan en el orden mundial.
Trump llega a la Casa Blanca con una agenda internacional que poco a poco se va clarificando. Agenda que supone un verdadero terremoto en las relaciones internacionales. Concentración y agudización de la confrontación con China, acelerando los factores de cerco y contención. Recomposición de la relaciones con Rusia con el objetivo de propiciar su alejamiento de la alianza con Beijing y, si es posible, unirla a una especie de gran “frente mundial antichino”. Lo cual a su vez, exigiría reconocer los intereses rusos en regiones tan sensibles para Europa como Ucrania y los países bálticos o Siria y el Oriente Medio.
Debilitamiento del compromiso norteamericano con la seguridad de Europa, rebajando el papel de la OTAN y dejando que sean los países europeos los que empiecen a correr con los gastos de su defensa. Un cambio histórico desde el fin de la IIª Guerra Mundial, décadas donde la política de seguridad y defensa de Europa ha estado siempre bajo el paraguas nuclear y militar norteamericano.
Un inesperado cambio de línea en la superpotencia que ha dejado descolocadas a la mayoría de potencias europeas. Aunque algunas de ellas ya han empezado a posicionarse ante esta nueva situación.
En primer lugar, Gran Bretaña, que con el Brexit ha tomado el desconocido itinerario de caminar sola en el mundo, estableciendo alianzas móviles según las coyunturas y de acuerdo a su intereses. Un camino que, además de liberarla de las estrictas y encorsetadas normas y reglas impuestas por Berlín a la UE, seguramente le deja en mejores condiciones para intentar estrechar sus relaciones con Washington, en especial en el terreno militar y de inteligencia. En el nuevo período convulso que se avecina, la resabiada clase dominante británica ha decidido tener las manos libres para actuar exclusivamente en función de sus intereses, sin estar sujeta a tratados de obligado cumplimiento o tener que someterse a engorrosas negociaciones en el día a día.
Pero también Francia ha dado una respuesta inmediata a esta nueva situación. La inesperada victoria de Fillón como candidato con más posibilidades de convertirse en el próximo inquilino del Eliseo, supone un giro notable. Frente a la sumisión de Hollande a Merkel y a Obama, la llegada de Fillon puede representar el retorno a una cierta idea gaullista. Alejamiento del alineamiento incondicional con EEUU que han significado las presidencias de Sarkozy y Hollande. Someter la posible recomposición del eje franco-alemán a un reequilibrio con menos peso de Berlín y un papel más destacado de Francia en la toma de decisiones. Acercamiento a Rusia y fin a las sanciones y la hostilidad con Moscú que ha caracterizado la política europea en los últimos años.
Por su parte, en Alemania el ascenso del partido Alternativa por Alemania indica que también en el seno de la clase dominante germana, aunque hoy por hoy sean muy minoritarios, hay movimientos tendentes a cambiar la línea imperturbable de la pareja Merkel-Schäuble. Y nuevamente, la recomposición de relaciones con Rusia aparece en el centro de su alternativa.
Sea como fuere, lo cierto es que una UE desnortada se muestra incapaz de salir del laberinto en que se consume. Cada clase dominante busca su propia salida, y esto sólo conduce al aumento de las tensiones intereuropeas y el avance la desunión.
Con la victoria de Trump, Europa desciende uno, o varios, peldaños, en su degradación e irrelevancia internacional. Hasta cuándo podrán aguantarlo las frágiles costuras de la UE sin desgarrarse es una de las incógnitas que presenta la actual situación internacional.