La obra del pintor surrealista belga René Magritte llega a Madrid, al Museo Thyssen, en una exposición, la más completa de las últimas décadas realizada en España sobre su pintura, que también podrá disfrutarse posteriormente en Barcelona.
Magritte se ha convertido en uno de los pintores surrealistas más populares. ¿Qué nos impacta de su obra? ¿Dónde reside su carácter perturbador?
La paradoja, la contradicción
El cuadro más famoso de Magritte, profusamente reproducido, es extremadamente simple. Nos presenta un objeto, que reconocemos inmediatamente como una pipa. Y debajo un texto que nos dice: “Esto no es una pipa”. El recurso de incluir texto en las imágenes del lienzo, ya utilizado por las vanguardias, adquiere en Magritte una nueva dimensión. Vistos por separado, la figura y el texto son aplastantemente normales. Pero al unirlos, ambos se contradicen. Nos sorprende de inmediato. Lo rechazamos -¿cómo que no es una pipa, si es evidente que lo es?-. Pero también nos inquieta, aunque no queramos.
De la forma más simple, sin la complejidad de otros surrealistas, Magritte nos obliga a cuestionar la forma en que estamos acostumbrados a ver la realidad. Esa “dulce geometría aprendida” de la que hablaba Lorca. Y nos empuja a liberarnos de ella. Entonces aparece otra realidad, que siempre había estado allí pero no éramos capaces de verla. Donde una pipa es, pero también no es una pipa.
Toda la obra de Magritte sigue el camino de la escena de “El perro andaluz”, donde una navaja rasga el ojo, para triturar la mirada tradicional que ha aprisionado nuestra concepción de la realidad. De una manera muy personal, con un lenguaje visual propio, Magritte busca liberar a la imaginación de la tiranía de la razón.
Ofreciéndonos imágenes que destrozan la visión unívoca de la realidad a la que estamos acostumbrados.
Utilizando la unión de elementos contradictorios, que inmediatamente chocan. Con paisajes nocturnos iluminados con cielos claros, botas que se muestran como pies descalzos, pesados objetos que flotan ligeros en el aire…
“Obtengo cuadros en los que la mirada debe pensar de una manera completamente distinta de lo habitual” (Magritte)
Empleando el mimetismo, donde realidades que concebimos separadas se mezclan, se contaminan y se transforman. Un barco que se mimetiza con las olas, una amazona que se confunde con el paisaje, un rostro inundado de nubes…
O a través de una ironía que conserva una irreverencia casi dadaísta, que le lleva a pintar un autorretrato donde su nariz se transforma en un pene masturbado con una pipa.
Tal y como plantea Magritte, “por este medio obtengo cuadros en los que la mirada ‘debe pensar’ de una manera completamente distinta de lo habitual”.
Lo normal es también anormal
Magritte rechaza la pintura que “queda limitada a la superficie y es incapaz de penetrar el misterio”. Por eso una de las formas que más emplea “la máquina Magritte” es la repetición permanente de unos mismos motivos.
Como él mismo nos plantea, “desde mi primera exposición he pintado un millar de cuadros, pero no he concebido más que un centenar de imágenes. Este millar de cuadros es el resultado de que he pintado con frecuencia variantes de mis imágenes: es mi manera de precisar mejor el misterio, de poseerlo mejor”.
¿De verdad sabemos lo que es una manzana? Estamos seguros de ello. ¿Cómo no vamos a saber lo que es una cosa tan simple como una manzana?
Magritte nos desmiente, visitando repetidas veces una simple manzana verde como motivo de sus cuadros. Pero presentándola bajo formas que chocan con la representación convencional que tenemos de ella. Situándola flotando en el cielo, como máscara que esconde el rostro de un personaje, o inundando, como un gigante, toda una habitación. Y entonces esa simple manzana se convierte en una forma de desvelar la tensión entre lo oculto y lo invisible. Esa manzana, a la que en nuestra vida diaria apenas prestamos atención, desvela el misterio que encierra.
“Dada mi voluntad de hacer aullar a los objetos más familiares, estos debían ser dispuestos en un nuevo orden y adquirir un sentido perturbador” (Magritte)
Magritte busca lo anormal en lo normal, la perturbación en lo convencional. Recurramos a las palabras de Magritte para situar este rasgo esencial de su obra: “Yo mostraba en mis cuadros unos objetos situados allí donde no se los encuentra jamás. Dada mi voluntad de hacer aullar a los objetos más familiares, estos debían ser dispuestos en un nuevo orden y adquirir un sentido perturbador. (…) La esencia de un objeto se revela cuando lo ponemos en una situación muy insólita o, mejor aún, en una situación incompatible con su tendencia natural”.
Como en “Alicia en el país de las maravillas”, una obra con la que Magritte se reconoce en deuda, al cambiar nuestra perspectiva habitual, todo se trastoca. Los objetos más cotidianos se convierten en misteriosos, lo habitual se transforma en perturbador. Siempre ha sido así, pero estamos habituados a negarlo, a ocultarlo.
Incluso el colmo de lo convencional, un simple señor con bombín que mira de espaldas a nosotros, adquiere en Magritte contornos inquietantes, porque desafían la lógica con la que hemos amaestrado nuestra mirada.