En los últimos años, una hermosa palabra feminista se ha extendido en las bocas y en las mentes de la mayoría social progresista. Se trata de la sororidad, la solidaridad y la complicidad ante las mujeres, la capacidad de apoyarnos mutuamente ante las injusticias y las agresiones.
Esta palabra, este valor tan necesario como el agua, adquiere en estos momentos una nueva dimensión, cuando millones de mujeres ucranianas, con sus hijos y familias, tratan de escapar de la muerte, de los bombardeos, del horror de una guerra imperialista ante la que no cabe «justificación geopolítica» alguna.
Hoy la inmensa mayoría de la sociedad española contempla horrorizada cómo las bombas caen sobre las ciudades; cómo las bombas rusas asesinan a civiles, a hombres, mujeres y niños inocentes, mientras tratan de escapar de las zonas asediadas; cómo millones de personas -en su mayoría mujeres- llegan a las fronteras, cargadas de lo poco que han podido salvar de sus vidas, con la mirada perdida y el miedo en el alma.
Hoy la inmensa mayoría de los españoles y españolas quiere acogerlas, ayudarlas y ponerles a salvo. Acogerlas sin límite en el número, sin límite en el tiempo y sin límite de gasto. Porque en ellas nos vemos a nosotras, a nuestros hijos y madres.
Las feministas no están al margen de los problemas del mundo, sino todo lo contrario. Están siempre al lado, profundamente implicadas, de la lucha contra la desigualdad, contra el racismo, o por las libertades sexuales, reproductivas o afectivas, por ejemplo. Y por eso, en estos momentos, el 8M debe alzar su voz en rotunda condena contra la criminal e imperialista invasión rusa de Ucrania, y en solidaridad incondicional con el pueblo ucraniano.
¡Este 8M todas somos ucranianas!