La primera tendencia equivale a un saqueo de la clase trabajadora norteamericana (los medios suavizan esta realidad cuando hablan de la «desaparición de la clase media»). Desde la década de los 70, los salarios reales han estado estancados o cayendo mientras que la productividad por trabajador ha aumentado de manera constante. Lo que los que emplean le dan a los trabajadores (salarios) ha sido lo mismo, mientras lo que los trabajadores le producen a los que los emplean (ganancias) ha aumentado. Los trabajadores y sus familias respondieron trabajando más horas y tomando más dinero prestado que nunca para acceder y mantener «el sueño americano».
La segunda tendencia fue el saqueo del gobierno. Como nunca antes, vimos a los negocios, emresas y altos ejecutivos agarrar las palancas del poder político logrando así que el gobierno sirviera sus intereses. Comenzando con la década de los 80, Washington bajó los impuestos a compañías, desreguló las actividades de los negocios, recortó impuestos a los ingresos de los ejecutivos corporativos, aumentó el gasto de los complejos militar-industrial y médico-asegurador, proveyó más oportunidades y libertad para la especulación financiera, y otras cosas más. Para lograr distraer la atención del reconocimiento, debate y oposición a estos cambios políticos, también hubo gastos en programas sociales y de apoyo. (TRUTH OUT) DIARIO DEL PUEBLO.- Los primeros tres elementos de la fórmula estadounidense para el crecimiento cuestan dinero. Y ese dinero, que forma parte del gasto “discrecional no destinado a defensa” previsto en el presupuesto federal, ahora está en la mira del acuerdo para aumentar el límite de endeudamiento. Recortar gastos en estos programas reducirá el crecimiento económico de los Estados Unidos en el largo plazo, con consecuencias negativas que se harán sentir tanto dentro del país como en el extranjero. Pretender reducir el déficit ahorrando en educación, infraestructura y actividades de investigación y desarrollo es como querer adelgazar cortándose tres dedos: uno conserva la mayor parte del peso, pero las perspectivas vitales son mucho peores. EEUU. Truthout Fearless Historia de un doble saqueo Richard D. Wolff Las posturas políticas relacionadas con la “crisis” del límite de la deuda fueron más que nada una distracción del enfoque en asuntos de mayor envergadura. El más fuerte de esos — que subyace en la caída económica en Estados Unidos— sigue reapareciendo para mostrar los costos, el dolor y la injusticia que amenazan con disolver a la sociedad. Sus causas — dos largas tendencias durante los últimos 30 años— también ayudan a explicar los fracasos políticos que agravan aún más los costos sociales de la caída económica. La primera tendencia es el ataque a los trabajos, salarios y beneficios y la segunda tendencia es el ataque sobre el presupuesto del gobierno federal. La primera tendencia facilita que se concrete la segunda. Una economía capitalista que sufre de altas tasas de desempleo, con todos sus costos y consecuencias, moldea unas acciones políticas raras y desconectadas. Los dos partidos principales ignoran el desempleo y el sistema que sigue reproduciéndolo. Mientras tanto, discuten sobre cuanto debe ser el recorte de los programas sociales al tiempo que están de acuerdo en que tales recortes son la mejor manera de arreglar el fracturado presupuesto del gobierno. La primera tendencia equivale a un saqueo de la clase trabajadora norteamericana (los medios suavizan esta realidad cuando hablan de la “desaparición de la clase media”). Desde la década de los 70, los salarios reales han estado estancados o cayendo mientras que la productividad por trabajador ha aumentado de manera constante. Lo que los que emplean le dan a los trabajadores (salarios) ha sido lo mismo, mientras lo que los trabajadores le producen a los que los emplean (ganancias) ha aumentado. Los trabajadores y sus familias respondieron trabajando más horas y tomando más dinero prestado que nunca para acceder y mantener “el sueño americano”. Para el 2007 esos trabajadores y sus familias estaban físicamente cansados, emocionalmente tensos y sufriendo una ansiedad profunda sobre las deudas que sus estancados salarios no podían pagar. Cuando el sistema colapsó, un efervescente desempleo combinado con recortes en salarios y beneficios y embargos de hogares hicieron que la situación fuese peor para la mayor parte de los norteamericanos. La segunda tendencia fue el saqueo del gobierno. Esto sucedió porque una clase trabajadora cansada y bajo mucha tensión le dio la espalda a la participación y el interés en la política luego de los 70. Mientras estos sucedía, la clase capitalista utilizó las ganancias que los salarios estancados y los aumentos en productividad crearon para comprar políticos, partidos y políticas públicas. Como nunca antes, vimos a los negocios, empresas y altos ejecutivos agarrar las palancas del poder político logrando así que el gobierno sirviera sus intereses. Comenzando con la década de los 80, Washington bajó los impuestos a compañías, desreguló las actividades de los negocios, recortó impuestos a los ingresos de los ejecutivos corporativos, aumentó el gasto de los complejos militar-industrial y médico-asegurador, proveyó más oportunidades y libertad para la especulación financiera, y otras cosas más. Para lograr distraer la atención del reconocimiento, debate y oposición a estos cambios políticos, también hubo gastos en programas sociales y de apoyo. Washington entonces termina con menos recaudaciones por impuestos (especialmente de corporaciones y los individuos más ricos) mientras gasta más en defensa, apoyo a las empresas y programas sociales. Mientras esta diferencia entre recaudaciones y gastos aumentaba, Washington tomaba más y más prestado. Aumentos en los déficits anuales se sumaban a la deuda nacional. Cuando el sistema capitalista privado colapsó en 2007, las corporaciones y los ricos se aseguraron de que el gobierno gastara grandes sumas para rescatar a los bancos, compañías de seguro, y grandes corporaciones y a su vez revivir los mercados bursátiles. El déficit y las deudas gubernamentales aumentaron siguiendo el paso de tales acciones. Los ricos y las empresas sacaron billones de ambas tendencias. Al mantener los salarios de los trabajadores estancados, las ganancias aumentaron al ser las compañías que los empleaban las que se apropiaban del fruto de los aumentos registrados en productividad. Las corporaciones y los ricos se beneficiaron aún más al lograr que Washington bajara las tasas impositivas que les aplicaban. Entonces llegan y le prestan con interés al gobierno lo que ya no tenían que pagarle en impuestos.Y es que el gobierno necesitó tomar prestado precisamente porque había dejado de cobrarle impuestos a las corporaciones y los ricos a las tasas de las décadas de los 40, 50 y 60. Las empresas y el sector acaudalado financiaron un sistema político que convirtió sus obligaciones en impuestos en préstamos seguros y bien remunerados al gobierno. El saqueo de la clase trabajadora y el Estado aumentó la diferencia entre los ricos y los pobres en Estados Unidos en comparación a lo que fue hace un siglo. Ahora las corporaciones y los ricos quieren que el Estado, cuyo presupuesto saquearon, recorte las ayudas y servicios sociales para la clase trabajadora cuyos salarios y productividad también saquearon. Los republicanos gritan “guerra de clases” a los que apoyan un regreso a las tasas impositivas de las ganancias corporativas que se aplicaban en la década del 40 y las tasas impositivas de los 50 y 60 a los individuos con altos ingresos. Ambas tasas eran considerablemente superiores a las de hoy. La “guerra de clases” describe mejor las acciones del gobierno desde la década de los 70 a la actualidad. A pesar de este doble saqueo del Estado y la clase trabajadora, muchas víctimas del mismo enfocan su ira contra el gobierno en vez de contra aquellos que lo controlan. Los millones que perdieron sus empleos en el sector capitalista privado, o que vieron sus salarios y beneficios reducirse, culpan al gobierno y no a a los que los emplearon. Millones que vieron sus hogares embargados por bancos capitalistas privados también culpan al gobierno. Quieren que el gobierno sea castigado, achicado y puesto más débil y están desesperados para evitar que se les apliquen más impuestos. Los republicanos prometen todo eso. Aquellos que le tienen miedo a que un gobierno pequeño y sin recursos haga aún menos por ellos, escuchan a los demócratas prometer que van a recortar menos que los republicanos. Esto es una política desconectada de las realidades económicas (por ejemplo, el alto desempleo) y distorsionada en una contienda entre más o menos recortes gubernamentales impuestos sobre una clase trabajadora que se tambalea y sufre con la crisis. Ninguno de los dos partidos se atreve a elevar los impuestos a las corporaciones y ricos a los niveles donde estaban. Ninguno de los dos partidos se atreve a abogar por la contratación de los desempleados por el gobierno para reconstruir a los Estados Unidos, donde esos trabajadores públicos gastarían sus salarios en el pago de sus hipotecas (reviviendo así ese sector) y estimulando la economía desde abajo. Sobre todo lo anterior, ninguno de los dos partidos se atreve a admitir que mientras la producción esté en las manos de un pequeño grupo de accionistas ricos y de juntas de directores corporativas, el sistema seguirá siendo saqueado. ¿Puede Estados Unidos desempeñarse mejor que como lo hace bajo este sistema capitalista? Necesitamos debatir de manera honesta y decidir cómo podemos desempeñarnos mejor. Debimos tener el valor de encaminarnos en este debate hace 50 años. La guerra fría — y las prioridades de los ricos y las corporaciones— previnieron eso. Necesitamos organizaciones políticas que movilicen a las personas para exigir y participar en ese debate de manera teórica y en la práctica de la lucha política . TRUTHOUT FEARLESS. 3-8-2011 China. Diario del Pueblo Un acuerdo funesto para el futuro de EEUU Michael Mandelbaum Tras un intenso forcejeo, el presidente Barack Obama consiguió el pasado 2 de agosto la aprobación de una ley presupuestaria para los EE. UU., que combina un aumento del límite legal de la deuda pública con una reducción del gasto federal; así se eludió el riesgo de caer en la primera cesación de pagos en los 224 años de historia de los Estados Unidos. Pero el acuerdo alcanzado tiene tres grandes defectos. Dos de ellos se compensan entre sí, pero el tercero es una amenaza para lo que más necesitarán los Estados Unidos en los años venideros: crecimiento económico. El primer defecto es que las reducciones del gasto son inoportunas, ya que llegan en un momento en que la economía de los EE. UU. está debilitada; se plantea así el riesgo de inducir una nueva recesión. El segundo defecto de la medida aprobada es que la reducción prevista no alcanza. Pero aunque el plan aprobado será insuficiente para resolver el problema de los déficit presupuestarios crónicos y cada vez mayores que aquejan a los Estados Unidos, al menos es probable que en un corto plazo no cause grandes daños a la economía. Sin embargo, el tercer defecto, y el más perjudicial, es que los recortes se aplicarán en los lugares equivocados. Puesto que los congresistas demócratas tienen un compromiso casi religioso con mantener intactos los principales programas de prestaciones sociales para ciudadanos mayores con que cuenta el país (la Seguridad Social y Medicare), el proyecto no toca ninguno de los dos. Pero a medida que los 78 millones de estadounidenses de la generación del baby boom (personas nacidas entre 1946 y 1964) se retiren y comiencen a cobrar las prestaciones, el costo de estos programas se disparará; esto constituirá el mayor aumento del gasto público y del déficit previsto durante los próximos años. Y como los congresistas republicanos son igualmente alérgicos a cualquier suba impositiva (sin importar cuándo o en qué circunstancias), la reducción del déficit estipulada en el proyecto se deberá lograr sin aumentar los impuestos (ni siquiera a los estadounidenses más ricos). Todos los recortes del gasto se harán en la parte “discrecional” del presupuesto federal; esto deja fuera la Seguridad Social, Medicare, el programa Medicaid para los más pobres y los intereses de la deuda pública. Lo que queda para recortar es apenas un tercio del gasto federal total, y gran parte de esa fracción corresponde al presupuesto de defensa, que los republicanos intentarán proteger en el futuro. De modo que el esquema creado por el acuerdo del 2 de agosto concentra la reducción del déficit en la parte del presupuesto federal “discrecional no destinado a defensa”, que es apenas un 10% del total. Esta es una fuente de fondos muy pequeña para el nivel de ahorro que necesitará el país en los años venideros. Peor aún, el gasto discrecional no militar incluye programas indispensables para el crecimiento económico, que a su vez es indispensable para la prosperidad y la posición internacional de los Estados Unidos en el futuro. En primer lugar, el mejor modo que tiene el país para reducir su déficit presupuestario es crecer. Cuanto mayor sea la tasa de crecimiento, mayores serán los ingresos que el Estado podrá recaudar sin necesidad de aumentar los impuestos (y el aumento de los ingresos permitirá reducir el déficit). Además, el crecimiento económico es necesario para mantener la promesa (de enorme importancia para cada uno de los estadounidenses) de que cada generación tendrá la oportunidad de ser más próspera que la anterior, algo que en el lenguaje coloquial se conoce como “el sueño americano”. Y para quienes no son estadounidenses, es igualmente importante el hecho de que solamente un crecimiento económico sólido puede garantizar que los EE. UU. mantengan su función expansiva en el mundo, que sirve de sostén de la economía global y factor de estabilidad en Europa, el este de Asia y el Oriente Próximo. Como Thomas L. Friedman y yo explicamos en nuestro próximo libro, That Used To Be Us: How America Fell Behind in the World It Invented and How We Can Come Back [Lo que fueron los Estados Unidos, cómo quedaron rezagados en el mundo que inventaron y cómo pueden recuperarse], un factor determinante del éxito económico de los Estados Unidos fue la colaboración continua entre el sector privado y el público, que se remonta a los tiempos de la fundación del país, y que ahora está en peligro debido al tipo de recortes que estipula el acuerdo del 2 de agosto. Esa colaboración se compone de cinco elementos: amplias oportunidades educativas que permiten producir una fuerza laboral altamente calificada; inversión en infraestructuras que sostienen el comercio (rutas, centrales de generación de energía y puertos); financiación de actividades de investigación y desarrollo que permiten extender las fronteras del conocimiento con el fin de crear productos nuevos; una política inmigratoria que atraiga y retenga a personas talentosas nacidas fuera de los Estados Unidos; y una regulación de los negocios lo suficientemente firme para impedir desastres como la casi debacle del sistema financiero en 2008, pero no tan estricta que ahogue la innovación y la disposición a correr riesgos, necesarias para el crecimiento. Los primeros tres elementos de la fórmula estadounidense para el crecimiento cuestan dinero. Y ese dinero, que forma parte del gasto “discrecional no destinado a defensa” previsto en el presupuesto federal, ahora está en la mira del acuerdo para aumentar el límite de endeudamiento. Recortar gastos en estos programas reducirá el crecimiento económico de los Estados Unidos en el largo plazo, con consecuencias negativas que se harán sentir tanto dentro del país como en el extranjero. Pretender reducir el déficit ahorrando en educación, infraestructura y actividades de investigación y desarrollo es como querer adelgazar cortándose tres dedos: uno conserva la mayor parte del peso, pero las perspectivas vitales son mucho peores. Para poder elevar el techo de la deuda había que reducir el déficit, pero la manera adoptada por la ley del 2 de agosto es un error. A menos que para lograr esa ineludible reducción se apele en mayor medida a limitar los programas de prestaciones y aumentar los ingresos y en menor medida a recortar programas fundamentales para el crecimiento económico, el resultado será un país más pobre y débil, además de un mundo más incierto y tal vez más inestable. DIARIO DEL PUEBLO. 10-8-2011