A mediados del pasado mes de febrero dijimos que nuestro país se enfrentaba al proyecto de las grandes potencias, encabezadas por Washington y Berlín, de rebajar un 25% nuestras rentas y salarios y degradarnos a una especie de tercera división mundial. ¿Cuál es la situación nueve meses después? ¿Sigue una marcha lineal de aplicación, con variaciones más o menos cuantitativas? ¿O por el contrario ha adquirido una dimensión superior, ha dado un salto cualitativo?
La medida del gobierno decretando el estado de alarma y militarizando los aerouertos frente al caos provocado por la huelga de controladores aéreos, puede que haya evitado un colapso de proporciones aún más perturbadoras, pero al mismo tiempo ha puesto de relieve el estado ya no de emergencia o de alarma, sino de autentica excepción que vive España. El objetivo del proyecto imperialista ha pasado a ser rebajar un 40 o un 50% las rentas y salarios y dejar a España sin voz ni voto en la arena internacional, convertido en un país intervenido económica y políticamente por ellos y sin derecho a jugar en ninguna liga mundial, ni en la segunda ni en la tercera. La combinación entre los acuerdos alcanzados por Washington y Berlín de proceder a un reajuste más amplio y profundo de la cadena imperialista y la debilidad política estructural del gobierno Zapatero están en el origen de esta nueva situación. Si pueden saquear el 40 o el 50% de nuestras rentas y salarios, ¿por qué iban a conformarse con menos? ¿Para qué degradarnos a jugar en tercera división si disponen de los medios y la oportunidad de condenarnos a un máximo nivel de degradación, sin voz y sin voto en ninguna liga mundial? Un gobierno estructuralmente débil La oleada de turbulencias y ataques de las pasadas semanas contra las economías portuguesa y española llevaron el diferencial de la deuda española respecto a la alemana a máximos niveles históricos y a la bolsa a niveles comparables a los que siguieron a la caída de Lehman Brothers. Pero ha sido la huelga salvaje de los controladores aéreos la que ha permitido vislumbrar la insondable hondura de lo que alguien ha llamado, con acierto, “la madre de todas las crisis”. Pues sus consecuencias ya no se ciñen al terreno económico. La metástasis se ha extendido –y además a velocidad vertiginosa–, desencadenando una crisis política, de liderazgo, de proyecto de país e incluso de Estado de proporciones pocas veces vista. Estos días se ha extendido la idea de que el pulso planteado por los controladores y el recurso a su militarización no ha hecho sino poner en primer plano la extrema debilidad política del gobierno Zapatero. Un gobierno en fase terminal, cuya postración y prolongada agonía le ha hecho perder todo tipo de autoridad frente a cualquier colectivo organizado dispuesto a lanzarle un órdago. Sin embargo no son los estertores finales de Zapatero, sino la misma naturaleza de su proyecto político y de su liderazgo lo que ha creado nuevas y mejores condiciones para que las exigencias y los objetivos de Washington y Berlín suban de grado. Si la intervención económica y política de España por parte del FMI y Bruselas (es decir, de Washington y Berlín) parecía en mayo una perspectiva lejana, los últimos acontecimientos demuestran que ha pasado a estar en la agenda inmediata de los dos grandes centros de poder mundial y europeo. Probablemente ambas potencias han decidido de común acuerdo que ha llegado el momento de ajustar de forma mas profunda la redistribución y recolocación de las distintas piezas bajo su órbita en la cadena imperialista. Y al hacerlo se han encontrado con un gobierno cuyo proyecto, en sustancia, no iba más allá, por utilizar una imagen gráfica, de “comprar votos repartiendo limosnas”. Y esa es su mayor debilidad, estructural, intrínseca. Mientras hubo dinero, repartió migajas e hizo lo que le dijeron. Ahora que no lo hay, sigue haciendo lo que le dicen y quita esas migajas con la misma facilidad e imperturbabilidad con que antes las repartió. Un día regaló cheques bebé a los padres de familia. Otro día se los quito. Hoy prorrogo las ayudas a los parados. Mañana las suprimo. Me contrataron en la época de bonanza para ser un mayordomo generoso y lo fui. Ahora me dicen que tengo que ser un ladrón de cadáveres. Y lo soy. Con un gobierno así, ¿cómo no iban a apuntarse todos a sacar tajada de España, y cuanta más mejor? De forma escandalosa, hasta Marruecos, al ver el tratamiento del eje París-Berín y Washington a Zapatero, se ha lanzado también a saco a explotar la extrema debilidad que han detectado en un gobierno claudicante hasta la extenuación y de un Estado desnortado y sin rumbo. Del emperador al jefe de los conserjes No hay imagen que defina mejor el recorrido descendente seguido estos nueve meses que comparar los mecanismos exteriores a través de los que se han impuesto los dos planes de ajuste. En mayo tuvo que ser el jefe del Imperio el que llamara directamente a Zapatero para dictarle el plan de ajuste de la congelación de las pensiones, el recorte salarial a los funcionarios, la reforma laboral y la subida del IVA. La misma Casa Blanca se encargó de dar publicidad al asunto para que todo el planeta se enterara de dónde está cada uno. En esta ocasión, para que Zapatero anunciara las nuevas medidas de ajuste (supresión de la ayuda de 426 € a los parados, venta de dos de las pocas “joyas de la corona” que van quedando en el sector público, subida inmediata de impuestos especiales) sólo hizo falta que dos personajes como Durao Barroso y Van Rompuy –presidentes de la Comisión y la UE, respectivamente, cuyo peso político real no va más allá de ser los jefes de los “bedeles” europeos– se reunieran con él en Trípoli, en la cumbre UE-África, para transmitirles la órdenes que 24 horas antes habían decidido, en reunión privada y secreta, Merkel, Sarkozy y el presidente del Banco Central Europeo Trichet. Un día la ministra de economía dice que no se van a tomas más medidas de ajuste porque son innecesarias y porque además afectarían al crecimiento económico. 48 horas después Merkel y Sarkozy deciden exactamente lo contrario, mandando a dos correveidiles a transmitírselo a Zapatero. Y al gobierno español le falta tiempo para decir negro donde acababa de decir blanco. El grado de debilidad y dependencia política, de claudicación, sometimiento y vasallaje de la clase política española empieza a acercarse peligrosamente a los propios del siglo XIX, cuando España había quedado reducida a poco más que una semicolonia errática y empobrecida cuyo control político se disputaban (y cuyo saqueo económico se repartían) Londres y París. Nuestra bandera En esta situación de sometimiento y vasallaje, de claudicación y saqueo, a nosotros, el pueblo, nos corresponde pasar ya a desplegar un programa político en el que a la exigencia de una redistribución más justa de la riqueza frente los planes de rebajas, recortes y miseria del gobierno, unamos la lucha por la conquista de nuestra cada vez más perdida independencia política. A medida que las grandes potencias amplían sus objetivos y recrudecen sus ataques, ambos aspectos, la lucha por la redistribución de la riqueza y la lucha por la independencia y la soberanía nacional, aparecen cada vez más estrechamente entrelazados, más indisolublemente unidos. Todos los trabajadores conscientes, toda la gente honesta y luchadora de nuestro pueblo, los sindicatos, las organizaciones sociales y ciudadanas, las fuerzas políticas patrióticas y democráticas tenemos que tener claridad sobre esta cuestión. El próximo 18 de diciembre, los sindicatos han convocado una nueva jornada de manifestaciones contra la reforma de las pensiones. Tenemos que hacer que las calles de todo el país se conviertan ese día en un clamor unánime. ¡Rebajas de salarios y pensiones, no. Redistribución de la riqueza, sí! ¡España es nuestra y no de Washington ni Berlín!