La victoria de Donald Trump en Estados Unidos dinamita algunas visiones ordenadas del mundo «cuando las cosas no andan en orden, permanecen inquietas, decía san Agustín», alimenta presagios apocalípticos, probablemente exagerados, y excita fantasías, así en Madrid, como en Barcelona: «Ya todo es posible». Entre la intuición y el delirio, el año 2016 no nos da tregua. LA VANGUARDIA. 13-11-2016
Se están cumpliendo esas tres premisas. La coronación imperial de Donald Trump genera inquietudes, alimenta relatos apocalípticos y excita algunas fantasías. El acontecimiento norteamericano tensa las metáforas y muy probablemente contribuirá a afianzar al Partido Popular como Partido Alfa de la delicada situación española. Partido del Orden ante un mundo embravecido. En Estados Unidos gobernará el ala más conservadora del Partido Republicano y algunas líneas de fondo van a cambiar. Las ondas sísmicas, evidentemente, llegarán a España. José María Aznar, gran amigo de los republicanos americanos, las está esperando.
Hay un evidente parentesco entre la victoria de Trump y el triunfo del Brexit el pasado mes de junio. El miedo del trabajador blanco. La ira del tendero. La fobia a los inmigrantes. La identificación del progresismo (en Estados Unidos) y del europeísmo (en Gran Bretaña) con la confusa Babilonia. El campo contra la gran ciudad. El ocaso de los relatos complejos. La liberalización de la mentira en el debate político. Ambos acontecimientos –Brexit y presidencia Trump– suponen un tajante alejamiento del mundo anglosajón de la Unión Europea. Esa es la dolorosa novedad.
Inglaterra se va y Estados Unidos se retira de las playas de Normandía. Esa es la novedad fundamental, de impredecibles consecuencias. La Europa dirigida desde Bruselas y Berlín queda emparedada entre la glaciación anglosajona y la nostalgia imperial de Rusia. Por primera vez desde 1917, el ángel de la guarda de los líos y de los dramas europeos no habla inglés.
Europa, sola ante sí misma. La hora de la verdad. Populismos derecha en los países más ricos, incluida la propia Alemania, y nuevas corrientes de izquierda intentando desbordar a los viejos partidos socialdemócratas, sin rehuir del todo la palabra populismo: populismo de izquierdas. Costuras en tensión en territorios de pálpito nacional, que sus respectivos estados no consiguieron uniformizar cuando se lo propusieron: Escocia, Catalunya, Euskadi, Flandes…
España se halla en medio de ese magnífico vendaval, debilitada por la crisis económica y desnortada por diez meses de bloqueo, que han concluido, in extremis, con la formación de un gobierno minoritario de centro derecha y con el coma clínico del Partido Socialista.
España sigue siendo uno de los eslabones débiles de la cadena de estrés europeo. A la luz del acontecimiento norteamericano, es interesante repasar, ni que sea someramente, cómo se hallan los otros eslabones frágiles, ubicados casi todos ellos en el Sur.
Portugal, la izquierda aguanta.
Portugal se está confirmando como la más noble excepción. La república nacida de la revolución de los claveles de 1974 resiste con una estabilidad envidiable, pese a las graves penurias económicas. Apenas hay populismo de derechas portugués y el nuevo radicalismo de izquierdas no amenaza –por ahora– el mayorazgo del Partido Socialista, proeuropeo y atlantista. No han tocado la constitución, no han reformado la ley electoral. Desde hace más de un año gobiernan los socialistas, con apoyo parlamentario del Bloco de Esquerda (equivalente a Podemos) y el viejo y granítico Partido Comunista Portugués. La fórmula con la que soñaba Pedro Sánchez, que no tardó en viajar a Lisboa en busca de apoyos. Los nuevos gobernantes portugueses simpatizaban con la posibilidad de un cambio político en España, pero siempre se movieron con prudencia.
El primer ministro António Costa, exalcalde de Lisboa, está demostrando ser un hombre hábil. Un año después, las encuestas dicen que la nueva mayoría no pierde apoyos. Aguantan. Portugal estaría controlando el déficit, si el Estado no hubiera tenido que inyectar 2.255 millones de euros para evitar la quiebra del Banco Internacional de Funchal (Banif), finalmente adquirido por el Banco de Santander. El principal problema de Portugal sigue siendo de escala. El tamaño importa. Con una población de poco más de diez millones de personas –más dos millones de emigrantes en el extranjero– y sin grandes recursos naturales, el consumo interior no es suficiente para relanzar la economía. El crecimiento es débil. La deuda le sigue saliendo más cara a Portugal que a España. Sin inversiones exteriores, Portugal no puede levantar cabeza. El país mira a ultramar y ahora no puede contar con el expansivo aliento de Brasil, también en crisis, y la pujanza de Angola, afectada por la bajada de los precios del petróleo.
El mundo debiera ser la tabla de salvación de Portugal. Un político portugués de notable solidez intelectual, el socialista católico António Guterres, acaba de ser elegido secretario general de las Naciones Unidas. Un súbito empeoramiento del escenario internacional podría ser muy negativo para los intereses lusos. Portugal aguanta, pero la sombra de la intervención sigue proyectándose en los lentos atardeceres de Lisboa. El primer ministro Costa viaja mañana a Madrid para entrevistarse con Mariano Rajoy.
Italia, el endiablado referéndum.
Italia parecía haber encontrado, por fin, la estabilidad. Puede que no sea realmente así en el país de los trampantojos. El primer ministro Matteo Renzi quiso convertir la reforma constitucional en un momento plebiscitario y corre el riesgo de que el referéndum le salga mal. El día 4 de diciembre los italianos están llamados a votar la reforma más importante de la Constitución anti-fascista de 1948. El principal objetivo es la creación de un poder ejecutivo fuerte, menos atado al Parlamento. La novedad sustantiva es la liquidación del sistema bicameral, que en Italia otorga los mismos poderes al Congreso y al Senado, para desgracia de los primeros ministros, obligados a jugarse el tipo en dos pistas. El Senado se convierte en cámara territorial con pocos poderes y una nueva ley electoral garantiza al partido ganador –a doble vuelta– la mayoría absoluta en la Cámara de los Diputados. Ejecutivo fuerte. El sueño de Silvio Berlusconi realizado por Matteo Renzi, católico florentino, ligeramente de izquierdas, que pastorea el Partido Democrático con mucha hiperactividad y muchos tuits. Convencido de la victoria, Renzi tuvo la osadía de caracterizar el referéndum constitucional como una validación de su mandato. Si gana puede convertirse en uno de los nuevos líderes que Europa necesita. Pero puede perder.
Toda la oposición se está congregando en la casilla del no y una parte de la izquierda juzga que la reforma es confusa y desvirtúa el espíritu democrático de 1948. No quieren un hombre fuerte. Renzi lo quiere ser. Y puede perder.
El Brexit fue un lúgubre aviso. Hace unas semanas, el primer ministro italiano viajó a Washington para recibir, por todo lo alto, el apoyo de Barack Obama y Hillary Clinton. Y ha ganado Trump. El condottiero Renzi, mitad Pedro Sánchez, mitad Albert Rivera, con más chispa, empuje y brío, está ahora en apuros. Y bajo la alfombra tiene unos cuantos bancos italianos en muy delicada situación.
Grecia, el drama que no cesa.
Ya no hay banderas griegas en los actos de Podemos. Alexis Tsipras intentó desafiar a Bruselas y Berlín y se vio obligado a torcer el brazo cuando los alemanes le señalaron la puerta de salida. Al otro lado de la puerta están los turcos y eso en Grecia es un argumento de peso. El apoyo de Rusia y China no era suficiente. Moscú y Pekín nunca pagarán la deuda de Atenas. Tsipras cedió y pese a ello volvió a ganar las elecciones. Ahora sufre el desgaste. Ahora sí. En menos de seis meses, el gobierno de Syriza ha tenido que afrontar tres huelgas generales. La situación financiera ha mejorado, Grecia está afrontando los pagos, pero el calvario social es enorme. Los sondeos más recientes señalan que Syriza perdería diez puntos. y que la derechista Nueva Democracia podría recuperar el poder. Durante los diez meses de interinidad española, Tsipras efectuó diversas gestiones para convencer a Pablo Iglesias para que apoyara sin condiciones imposibles un gobierno del PSOE en Madrid. La bandera helénica ya no ondea en los actos de Podemos.
La cadena de estrés europeo ayuda a explicar el angustioso desenlace de la crisis política española, diez días antes del acontecimiento Trump, que lo sacude todo. Cadena de debilidades a la espera de las elecciones presidenciales francesas (abril) y las federales alemanas (octubre).