“Es el momento de la fuerza, el momento de la acción…Y quienes no nos respalden que sepan que vamos a apuntar sus nombres, y vamos a responder como corresponda”. Con estas palabras ha presentado sus credenciales la nueva embajadora de Estados Unidos en la ONU.
En este caso las palabras valen tanto como los hechos, indican el tono y el cambio de rumbo que ha iniciado la Casa Blanca. Tanto en la política exterior norteamericana, como en la política interna.
Trump ha iniciado su mandato presidencial con órdenes ejecutivas para convertir en leyes sus principales y más polémicas propuestas electorales, aprobando -en su primer día como presidente- la orden para derogar la reforma sanitaria de Obama (el Obamacare). A la que seguirían: la retirada de EEUU del Acuerdo Transpacífico firmado por la Administración saliente y el decreto para construir el muro con México y la amenaza de imponer una tasa del 20% a las importaciones mejicanas. Toda una declaración de principios.
En el plano internacional,Trump reafirmaba desde el primer momento una línea definida por colocar como centro de la política exterior norteamericana el cerco y la contención de China.
El pasado 2 de diciembre, cuando aún no había pisado la Casa Blanca, Trump mantenía una conversación telefónica con la presidenta de Taiwán, refiriéndose en la misma a “los estrechos lazos económicos, políticos y de seguridad”, según un portavoz de su equipo.
Trump ponía en cuestión la política de “una sola China”, vigente en la política exterior norteamericana desde 1979, cuando el presidente Jimmy Carter estableció relaciones oficiales con Pekín. Y provocaba la inmediata reacción china: “Si Trump pretende traspasar esa línea no sólo destruirá los lazos bilaterales sino que todo el orden internacional sufrirá un vuelco”, según el diario chino Global Times.
Además, iniciaba el acercamiento a Putin, con otra conversación telefónica, como parte de esa estrategia para romper o debilitar la alianza Moscú-Pekín a cambio de la posible retirada de las sanciones impuestas por la guerra de Ucrania y reconocer sus intereses en la Europa Báltica y del Este, en Oriente Medio, Asia Central y el Cáucaso. Y el nombramiento de Rex Tillerson, ex jefe de la petrolera ExxonMobil con estrechos lazos con la Rusia de Putin, como Secretario de Estado.
Al mismo tiempo que recibía a la primera ministra británica, Theresa May, y recrudecía sus ataques a la Unión Europea, especialmente a Alemania, con declaraciones en diarios como The Times y el alemán Bild apoyando el Brexit, pronosticando la descomposición de la UE y alentando a las fuerzas centrífugas, como los partidos de la ultraderecha europea, o calificando a la OTAN como “obsoleta”. Demostrando que en el nuevo diseño global de la geoestrategia norteamericana para concentrarse en el área Asia-Pacífico, Europa queda relegada a un papel secundario, y que una Europa débil e desectructurada puede ser sometida mejor a la estrategia y los intereses imperiales de EEUU.
Rechazo mundial al veto a refugiados e inmigrantes
El mismo día que Trump defendía la tortura y la técnica del “ahogamiento simulado”, firmaba la orden ejecutiva para vetar la entrada de refugiados sirios e inmigrantes de nueve países de mayoría musulmana (Siria, Irán, Sudán, Libia, Somalia, Yemen e Irak) que dejaba bloqueados en los aeropuertos o en sus países de origen a decenas de miles de estudiantes, médicos, investigadores o trabajadores con permiso de residencia legal. Y provocaba el mayor rechazo en todo el mundo, pero sobre todo en la propia sociedad civil norteamericana con aeropuertos y plazas llenos de protestas.
Protestas que se extendían desde el sector educativo y de la investigación a Hollywood y grandes compañías, como las tecnológicas que operan desde Silicon Valley y Nueva York, Amazon, la cadena de café Starbucks o Alphabet, la empresa que engloba las actividades de Google.
Fiscales generales de 16 estados, entre ellos los de Nueva York, Boston, Los Ángeles o Washington, condenaban el veto por “inconstitucional”, incluida la fiscal general, Sally Yates, despedida fulminantemente por Trump por cuestionar la legalidad del cierre de fronteras a los inmigrantes.
El veto inmigratorio y a los refugiados se convertía también en un nuevo episodio del agudo enfrentamiento en el seno de la clase dominante norteamericana y el “establishment” político y mediático, con la salida del expresidente Obama en apoyo de las protestas.
Las espadas siguen en alto después que el juez federal del estado de Washington haya paralizado el decreto que bloquea la entrada de refugiados e inmigrantes y la Casa Blanca haya anunciado que recurrirá al Tribunal Supremo. La sentencia prohíbe a los trabajadores federales de EEUU aplicar la orden de Trump: “Hoy ha prevalecido la Constitución. Nadie está por encima de la ley, ni siquiera el Presidente”.
Golpe a la reforma financiera de Obama
El presidente de Estados Unidos Donald Trump ha cerrado la tercera semana de su mandato con un golpe al arsenal de reglamentos financieros impuesto tras la crisis de 2008 por Barak Obama, al ordenar revisar las normas de la ley “Dodd-Frank” que los bancos y Wall Street consideraban un corsé y Trump una política “desastrosa que está entorpeciendo los mercados y reduciendo la disponibilidad de crédito”. Según el presidente estadounidense hay muchos amigos suyos, que tienen “buenos negocios y no pueden pedir dinero prestado debido a las normas y regulaciones de Dodd-Frank”.
Esa ley creó la agencia de protección a los consumidores y fundamentalmente impuso a los bancos la obligación de fortalecer su capital y a demostrar anualmente su capacidad de salir airosos de crisis financieras, como la quiebra de Lehman Brothers en 2008 que llevó el sistema financiero al borde del colapso.
La asociación estadounidense de bancos ABA se ha felicitado por la determinación de Trump, lo que permitirá reexaminar la ley y “permitir al sector bancario liberar su poder”, dejando en evidencia al director del Consejo Económico de la Casa Blanca, ex número 2 de Goldman Sachs, que había declarado que la orden no “tiene nada que ver con los bancos, JP Morgan, Citigroup y Bank of America”. Sobre todo cuando Trump había firmado la orden después de reunirse en el despacho Oval con el consejero delegado de JP Mrgan y los consejeros de General Motors y General Electric.
Trump hizo de la eliminación de las regulaciones impuestas al sistema financiero una de sus principales promesas de campaña dedicadas a la gran banca de Wall Street . Ahora cumple su palabra devolviendo sus privilegios mientas recorta el limitado Estado del bienestar norteamericano.
Los primeros pasos de Trump en la Casa Blanca demuestran que se abre una nueva situación. El “tiempo de la fuerza” supone un cambio de rumbo en el plano internacional e interno de EEUU que amenaza con agudizar todas las contradicciones dentro y fuera de la metrópolis. Internamente se empieza a dibujar una profunda fractura de la sociedad norteamericana. Mientras en el mundo se trastoca todo el orden mundial con un reordenamiento del sistema de alianzas y tratamiento a los enemigos del Imperio. Anunciando un período de convulsiones mundiales, terremotos y turbulencias aún imprevisibles, pero casi con toda seguridad superiores a las vividas en estos últimos 15 años