Notificados los puntos exactos de los zulos por “intermediarios civiles” del País Vasco-francés, la operación será “supervisada” por un autodenominado Comité Internacional de Verificación.
El Comité Internacional de Verificación fue creado a finales de 2011 a instancias de la llamada (doblemente mal llamada) izquierda abertzale y coordinado por el ceilandés Ram Manikanningam, tras confirmarse la declaración por parte de ETA del cese definitivo de la violencia. Inmediatamente, Arnaldo Otegi llamaba a apoyar con una concentración el acto de entrega de las armas en Bayona y el propio lendakari Iñigo Urkullu ha dejado entrever su posible asistencia.
Lo que en principio casi todos valoran como una buena noticia, un paso en la dirección adecuada, presenta sin embargo –yendo más allá de la superficie y la natural expectativa levantada por el anuncio– muchas más sombras que luces.
En primer lugar, ETA elude cualquier pronunciamiento sobre su disolución inmediata. Ni una palabra de perdón ni arrepentimiento por el sufrimiento causado a las víctimas y el terror desatado contra el pueblo vasco y del resto de España.
Nada de reconocer su derrota a manos de la rebelión democrática, la justicia y el Estado de derecho. Y mientras no lo asuma en público, muy poco de lo que diga o haga será plausible.
Pero ni siquiera esto es suficiente. Entrega de las armas, de acuerdo. Pero la organización terrorista –responsable del asesinato de al menos 830 personas, miles de heridos, decenas de miles de extorsionados y exiliados– debe también entregar también todas las actas y memorias de su trayectoria criminal de más de 50 años que permitan esclarecer no sólo los más de 300 asesinatos sin resolver y poner a sus responsables en manos de la justicia, sino desvelar la trama de complicidades – nacionales e internacionales–, incluida la financiación exterior, que le han permitido llegar hasta aquí.
Por último, que la operación sea supervisada por un fantasmagórico “Comité Internacional de Verificación” es un auténtico escarnio. Una componenda con la que se quiere hacer creer que aquí ha habido un “conflicto político armado” entre dos bandos y no una banda de verdugos que han mantenido aterrorizadas a sus víctimas durante décadas.
¿Hablar con el cáncer?
Cómo es habitual en este tema, en el seno de la izquierda y las fuerzas populares se han levantado voces aplaudiendo el gesto de ETA y criticando al gobierno de no implicarse en el “diálogo político” que debía conducir al desarme.
Alguien dijo que “dialogar con el cáncer no quiere decir que esté a favor del cáncer”. ¿Dialogar con el cáncer? A ese enemigo maligno se le combate, se le extirpa, se le erradica, se le aniquila. No caben diálogos ni medias tintas. O lo matas, o te mata.
Pese a ser esto tan claro, sin embargo, desde hace mucho hay sectores de la izquierda española que han conciliado, justificado e incluso cohabitado con el terror o con sus cómplices. Ahora que se acerca de forma irreversible el fin definitivo de ETA, ellos también deberán presentar su autocrítica ante la sociedad.
El terrorismo es fascismo y sólo se podrá cerrar definitivamente este negro capítulo desmontando eso que ahora se llama “el relato” de décadas de terror. Desmontar sus bases ideológicas y políticas, para lo que es imprescindible que se abran al debate todas los foros y ámbitos de la sociedad vasca, y que se pueda hablar libremente del terrorismo, de sus cómplices y las banderas socialfascistas (socialistas de palabra y fascistas de hecho) en las que se han envuelto para justificar sus crímenes.