La entrevista concedida por el a Jordi Évole -hablando en castellano, la lengua en la que se entienden un Papa argentino y un periodista español- ha dado muchos titulares.
Hay quien se ha querido fijar en la denuncia del aborto, o en la posición ante la homosexualidad, considerándola “una rareza”. Otros han considerado insuficiente su denuncia de los escándalos sexuales en la Iglesia.
Nadie podía esperar que este Papa, ni ningún otro, cambie posiciones enraizadas durante siglos, y que afectan a la propia naturaleza del Vaticano. Aunque este Papa, al no calificar la homosexualidad como “pecado” o convocar una conferencia donde se ha escuchado a víctimas de los abusos en la iglesia, ha realizado movimientos impensables en otro pontificado.
Pero es al valorar la actualidad política y social donde el Papa Francisco ha dado los titulares más relevantes.
Planteando ante las alternativas xenófobas impulsadas en el viejo continente que “no entiendo la insensibilidad, no entiendo la injusticia de hambre y de explotación que hace que la gente venga a Europa, y no entiendo la injusticia de quién cierra las puertas. La madre Europa se volvió abuela”.
Reaccionando ante el trozo de concertina -las cuchillas que salpican la valla que separan Ceuta y Melilla de territorio marroquí- y sentenciando que “nos hemos acostumbrado a esto, y es lo más inhumano que hay”.
El Papa Francisco planteó en la entrevista posiciones que no nos las imaginaríamos en buena parte de la alta jerarquía eclesiástica española. Desde la afirmación, con naturalidad, de que la Iglesia debe pagar impuestos, “como cualquier ciudadano”, al apoyo a rescatar los cuerpos de las víctimas del franquismo, afirmando que “una sociedad no puede sonreír al futuro teniendo sus muertos escondidos”.
No dudo el Papa en señalar hacia los países que “promueven la guerra en otros sitios y quieren tener paz en el suyo”. Tampoco en denunciar a quienes, como la italiana Liga de Salvini, impiden que se rescaten los inmigrantes en el mar (“¿qué quieren, que se ahoguen?”) o anticipar que “los constructores de muros acabarán siendo prisioneros de los muros que realizan”.
Esta última referencia no iba dirigida solo, ni principalmente, contra el muro en Ceuta y Melilla. Un trozo de la entrevista en el que nadie ha reparado es cuando Jordi Evole le hace ver que le sorprendió verle con una cara demasiado seria cuando recibió a Trump. En lugar de lanzar un requiebro diplomático con el que evitar “malentendidos”, el Papa Francisco se limitó a decir irónicamente que “es extraño, porque yo sonrío a todo el mundo”.
Las diferencias entre este Papa y la administración Trump son notorias. Hace pocas semanas, un artículo publicado en un medio español, y titulado “El cinismo del papa Francisco” arremetía contra el actual pontífice por no alinearse con las tesis norteamericanas en el conflicto venezolano. Le recriminaba que los intentos de mediación entre gobierno y oposición y “la neutralidad del Vaticano” eran “un apoyo a Maduro”. Fustigaba al Papa Francisco por “su idiosincrasia bolivariana”, “su indentificación con la doctrina social del chavismo” o por “su rechazo al veneno del capitalismo”. Y recordaba que “Francisco abrazó a Cristina Kirchner [cuyo gobierno se enfrentó a las imposiciones de EEUU] con una elocuencia inversamente proporcional a la audiencia gélida que le concedió al presidente Macri [férreamente alineado con Washington].
Frente a las visiones superficiales, el Vaticano es un centro de poder con una influencia global a la que muy pocos pueden aspirar. Y la elección de uno u otro sumo pontífice es siempre una apuesta decantada por siglos de diplomacia vaticana.
No era casual que, para intentar contrarrestar el retroceso de la Iglesia, se eligiera al primer Papa llegado del Tercer Mundo, y al primero procedente del mundo hispano, granero principal del catolicismo pero también territorio de disputa frente a un gigante del norte que quiere mantener el dominio sobre lo que considera su patio trasero.
Hace pocas semanas el Papa Francisco rehabilitó a Ernesto Cardenal, suspendido “a divinis” como sacerdote por el Vaticano en 1984. Cardenal no solo fue un destacado representante de la teología de la liberación, sino que ocupó el cargo de ministro en el gobierno sandinista de Nicaragua contra el que EEUU impulsó acciones terroristas condenadas por la Corte Penal Internacional.
Puede decirse que son solo gestos, o que las declaraciones del Papa Francisco en “Salvados” son solo palabras. Pero es una buena noticia que el Vaticano entre en colisión con los proyectos imperiales norteamericanos. Incluso los ateos sabemos donde están los demonios reales.