El resultado de las urnas en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Ecuador ponen al país, como viene ocurriendo desde hace más de una década, en una encrucijada entre dos caminos opuestos y antagónicos.
Uno, el que representa el actual presidente, Daniel Noboa, hijo y heredero de una de las grandes fortunas del país, y por tanto representante directo de la clase dominante ecuatoriana, subordinada y servil ante los mandatos de unos EEUU que de la mano de Trump ansían recuperar poder e influencia en una América Latina que se les rebela.
Otro, el que representa una Luisa González, continuadora del proyecto de la Revolución Ciudadana de Rafael Correa, y de sus luminosas políticas soberanistas, antiimperialistas y redistributivas de la riqueza. Durante la década progresista (2007-2017) de Correa, Ecuador experimentó el mayor empuje económico y social de su historia reciente, forjando alianzas con otros gobiernos antihegemonistas de la región para avanzar en la integración latinoamericana, y en conquistar inauditas cuotas de soberanía e independencia frente a las injerencias de Washington.
A lo largo de las últimas semanas, los grandes medios de comunicación ecuatorianos -siempre en manos de las élites oligárquicas- habían anunciado a bombo y platillo una segura e inmediata victoria de Noboa, vaticinando que su candidato alcanzaría más del 50% de los votos la primera vuelta. Pero los resultados de la noche electoral se les atragantaron en la garganta. Silencio en el hotel de la zona financiera de Quito donde iban a celebrar su triunfo. Ningún portavoz oficialista, ni tampoco el candidato presidencial, salió a ofrecer declaraciones, a pesar de que había quedado primero con el 44,35% de los votos.
En cambio, júbilo y sabor a victoria en la sede de la Revolución Ciudadana, donde se festejaban los 4,15 millones de votos (el 43,81%, sólo 48.000 menos que el oficialista) obtenidos por Luisa González, que la llevan a disputar la segunda vuelta el próximo 13 de abril contra Daniel Noboa.
Para entender el magnífico desempeño de la Revolución Ciudadana en esta primera vuelta, es bueno revisar su trayectoria: en 2017 -con un Lenin Moreno que luego resultó ser el peor de los Judas- la RC obtuvo un 39,96% de los votos; con Andrés Arauz en 2021, un 32,72%; y con Luisa González en 2023, un 33,61%. Es decir, han aumentado en más de diez puntos respecto a hace sólo dos años.
Además de la sólida base electoral que ha demostrado tener el correísmo, su ascenso y recuperación electoral son igualmente formidables, evidenciando que ha logrado captar a sectores del electorado descontentos con la gestión de Noboa, entregado a una política represiva a la par que neoliberal y servil hacia EEUU.
Un triunfo de la izquierda que sabe más dulce si tenemos en cuenta la desproporción de fuerzas. «Es una gran victoria. Nosotros somos los verdaderos ganadores. Nos enfrentamos a un ‘candidato-presidente’ que utiliza los recursos del Estado para hacer campaña electoral», dijo Luisa González a sus seguidores, animándolos a desplegar toda su energía en la decisiva batalla de la segunda vuelta.
En el crucial balotaje, la política de alianzas que pueda establecer la Revolución Ciudadana puede ser la clave de la victoria, especialmente con el movimiento indígena -representado por la poderosa Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), de enorme capacidad de movilización- con el que el correísmo tiene una relación contradictoria. Sin embargo, el candidato del tercer partido Pachakutik, Leonidas Iza (497.000 votos, 5,24%) es un acérrimo opositor a Noboa y se ha mostrado proclive en el pasado a alianzas con la RC. Luisa González ya le ha llamado a la unidad.
Se abre ahora un periodo decisivo para Ecuador, donde Noboa va a contar con todo el poder de la oligarquía y de un gobierno de Trump cuyo secretario de Estado, Marco Rubio, es un feroz enemigo de la izquierda antihegemonista latinoamericana. Pero donde Luisa González y la Revolución Ciudadana tienen la inteligencia y la capacidad de unir a los diferentes sectores y sensibilidades de las clases populares ecuatorianas, hartas de políticas represivas y empobrecedoras.
Tienen ante sí la oportunidad de cambiar el destino del país andino, volviendo a la senda de la independencia, la soberanía, el progreso y la justicia social. Y en ese empeño tienen todo el apoyo y la ilusión de los progresistas y revolucionarios de América Latina y el mundo. ¡Adelante!
