Los alemanes se acostaron ayer sin saber el veredicto final de las urnas, con un ajustado escrutinio donde los dos favoritos se distanciaban en apenas dos puntos. Pero -aunque por la mínima- la balanza se ha decantado por Olaf Scholz, candidato Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), que con un 25,7 %, gana las elecciones generales germanas. Por contra, Armin Laschet, de la CDU-CSU -el partido democristiano, que durante los 16 años de Merkel ha ganado casi sin rechistar- queda segundo con un 24,1%.
Los socialdemócratas ganan 5 puntos respecto a las elecciones de 2017, mientras que los conservadores caen 8,8 puntos respecto a los anteriores comicios. La CDU-CSU nunca había tenido un apoyo tan bajo. Aunque el enorme tirón electoral de Merkel ha permitido a los democristianos dominar durante una década y media la política alemana, su hegemonía ya mostró signos de desgaste en 2017, cuando perdieron casi tres millones de votos (un 15% de su electorado), abriéndose una crisis política y unas larguísimas negociaciones. Tuvo que pasar medio año, en el que la nación más poderosa de Europa se sumió en una semiparálisis política, hasta que se formara un gobierno de coalición de Merkel con los socialdemócratas.
Justamente ha sido el vicecanciller y ministro socialdemócrata de Finanzas de ese gobierno de coalición, Olaf Scholz, el que ha logrado ser percibido como el más «merkeliano» de los candidatos, ganándose el apoyo de una parte del electorado conservador y sobre todo, de importantes sectores de la burguesía monopolista alemana.
La participación, como es norma en Alemania, ha sido muy alta (76%), y las precauciones por la pandemia han hecho que en esta ocasión más del 40% de los alemanes voten por correo. Además de la pugna entre socialdemócratas y democristianos, los resultados confirman como decisivos a otros dos partidos en las negociaciones para formar gobierno que ahora se abren.
Ha sido el vicecanciller y ministro socialdemócrata de Finanzas de ese gobierno de coalición, Olaf Scholz, el que ha logrado ser percibido como el más «merkeliano» de los candidatos
El tercer partido más votado son Los Verdes de Annalena Baerbock, que rozan el 15% de los votos. Esta formación no cierra la puerta a gobernar con la CDU-CSU, pero durante la campaña han mostrado su preferencia a entrar en un ejecutivo socialdemócrata. Lo contrario de la cuarta fuerza, los liberales (FDP) de Christian Lindner que mejoran algo sus resultados con un 11,5%: prefieren dar la cancillería a los democristianos, pero están dispuestos a formar gobierno con Scholz.
La ultraderecha xenófoba de Alternativa por Alemania (AfD) pierde casi la quinta parte de sus apoyos y se queda en el 11% de los votos. De poco les ha servido mutar su tradicional discurso antiinmigración en uno centrado en el negacionismo hacia la pandemia. En Alemania el cordón sanitario contra la ultraderecha no ha tenido hasta el momento fisura alguna. La burguesía monopolista y sus élites políticas saben que cualquier reminiscencia del III Reich es «veneno para la taquilla» para la hegemonía alemana en la UE.
Por último, las urnas dan un mal resultado a los poscomunistas de Die Linke (La Izquierda), que con un 4,9% se quedan al límite legal de salir del Bundestag y frustran las espectativas de entrar en un eventual gobierno con socialdemócratas y verdes.
Semáforo o Jamaica
Se abren ahora unas negociaciones en las que se dibujan dos claras posibilidades. La que tiene más números para salir adelante es el «gobierno semáforo» de Scholz, formado por los colores electorales de un pacto de gobierno entre el SPD, los Liberales y Los Verdes. Pero no se puede descartar lo que los medios germanos llaman una «coalición Jamaica», liderado por Laschet y apoyado por Liberales y Verdes.
Se dibujan dos claras posibilidades. La que tiene más números para salir adelante es el «gobierno semáforo» de Scholz, formado por los colores electorales de un pacto de gobierno entre el SPD, los Liberales y Los Verdes.
Estas elecciones se producen en un marco donde Alemania, el país más poderoso de la UE y con mayor peso económico, lleva años perdiendo la iniciativa. El nuevo gobierno germano debe maniobrar en una UE convulsa, donde tras cuatro años de Trump han avanzado las tendencias euroescépticas -cuyo máximo exponente no sólo es el Brexit, sino el llamado «Grupo de Visegrado» integrado por Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa, refractarios a los mandatos de Bruselas- pero donde hay también una fuerte oposición de los pueblos a las llamadas «políticas de austeridad» que hace una década abanderó Merkel.
Por eso, la opción que ahora parece dibujarse en las élites políticas alemanas es poner énfasis en la inversión pública, con grandes inyecciones de dinero de la UE en la recuperación post-pandemia… que al mismo tiempo sirvan como «dulce palanca» para colar los intereses de la burguesía monopolista germana. Tales como vincular la entrega de los Fondos Next Generation UE a los países a la «condicionalidad» de aplicar las reformas y ajustes estructurales que dicte Bruselas y Berlín, o la de hacer avanzar un «Green New Deal», una revolución tecnológica verde, encabezada por los monopolios made in Germany.
Esta parece ser la dirección general hacia la que se encaminará un probable gobierno del socialdemócrata Scholz.