Cuando en mayo de 2012, Franí§ois Hollande, candidato socialista, ganó las elecciones francesas, muchos lo presentaron como «la esperanza de la izquierda europea» frente al «austericido» de Merkel. Dos años después, los sueños se han transformado en pesadillas. Hollande se ha plegado sumisamente a los mandatos de la UE o el FMI, que exigen mayores recortes, olvidando los compromisos adquiridos con sus votantes. Quien siembra vientos, recoge tempestades. Y Hollande ha cosechado una histórica derrota en las municipales. Pero, a pesar de que el pueblo francés ha protestado contra los recortes, Hollande propone como «rectificación»… un gobierno todavía más a la derecha que imponga mayores recortes.
Muchos analistas bautizaron a Hollande como “el Zapatero francés”. Y no les faltaba razón. Ambos acabaron con los gobiernos de derechas capitaneados por dos personalidades tan marcadas como Aznar o Sarkozy. Y Hollande incluso aprobó una ley que permitía los matrimonios homosexuales, siguiendo el mismo camino que su homólogo español. «Ahora, que los sucesivos gobiernos franceses parecen rivalizar en su grado de sumisión, la “grandeur” gala se precipita a una caída cada vez más abrupta.»
Pero las coincidencias no terminan aquí. Cuando Washington y Berlín se pusieron firmes, los dos, el presidente español y el francés, claudicaron de la misma vergonzosa manera.
Zapatero dio un giro de 180 grados a su política al día siguiente de recibir una llamada de Obama, que le exigía aplicar un draconiano plan de recortes.
Y Hollande se olvidó de todas sus proclamas electorales para anunciar el pasado enero un plan de recorte del gasto público de 50.000 millones de euros en los próximos tres años.
En las elecciones municipales, el partido socialista ha recibido una sonora derrota ante la derechista UMP, que además se presentaba inmersa en escándalos de corrupción.
La explicación a este sinsentido nos la da Jean-Luc Mélenchon, líder del Frente de izquierdas -hasta ahora socio del partido socialista en el gobierno- al afirmar que “la política de Hollande, su viraje a la derecha, su alianza con la patronal y su sumisión a las políticas de austeridad europeas han desembocado en un desastre”.
Sólo cinco días después de la debacle electoral, los ministros de Economía europeos se reunieron para exigir a Francia un nuevo programa de recortes, a aplicar como plazo máximo en junio.
El ministro francés “rogó” que le concedieran un plazo mayor… y el ministro alemán denegó la petición.
Tanto en España como en Francia, la contradicción principal es exactamente la misma: el grado de sumisión o autonomía de sus élites respecto a Washington o Berlín.
Hollande afirma haber “entendido el claro mensaje enviado por los que han votado y por los que no han votado”. Pero, a pesar de que quien le dio la espalda fue el electorado de izquierdas, ante el incumplimiento de las promesas y la catarata de recortes que anunciaba… Hollande responde con un nuevo gobierno todavía más a la derecha y que anuncia mayores recortes. Presidido por Manuel Valls, prefabricada figura emergente del ala más derechista, proyanqui y proalemana del socialismo francés.
¿Alguien lo entiende?
Francia recuperó su influencia bajo los gobiernos de De Gaulle, que defendían una política autónoma, tanto de Washington como de Berlín. Ahora, que los sucesivos gobiernos franceses parecen rivalizar en su grado de sumisión, la “grandeur” gala se precipita a una caída cada vez más abrupta.