¿Cómo es posible que una economía como la española, sumida en un estado de debilidad cercana a la parálisis tras el estallido de la crisis, tenga un sistema bancario que se mantiene con holgura entre los 10 mayores del mundo? ¿Qué es lo explica esa disociación abismal entre la economía nacional y su sistema financiero? ¿Por qué la banca española saca un notable alto en las pruebas de estrés realizadas por la UE, mientras en el resto de capítulos (empleo, ahorro, inversión, consumo, créditos, gastos sociales,…), la nota de la economía española no pasaría de un muy deficiente?
Las razones, en contra de lo que quieren hacernos creer, no hay que buscarlas en la “buena gestión” de los banqueros españoles, ni en su mayor dinamismo o competitividad. Sino en el extremo grado de bancarización, el mayor del mundo, al que la oligarquía bancaria española, con la colaboración activa de los sucesivos gobiernos, ha sometido al resto de la economía y, con ella, al 95% de la población. La bancarización de la economía Ningún otro país del mundo posee tantas sucursales bancarias por cada mil habitantes como España. Ningún país de la Unión Europa tiene tantos cajeros automáticos como nosotros. En ningún otro lugar del planeta como en España las familias y las empresas han conocido en la última década un proceso tan acelerado de endeudamiento con la banca. En ninguna otra economía sometida a una crisis de tanta intensidad como la nuestra, sus principales bancos siguen obteniendo unos beneficios tan escandalosos, 15.000 millones de euros (dos billones y medio de las antiguas pesetas) en 2009, como los españoles. Hay pocos casos conocidos en la historia en la que el incremento del volumen de recursos gestionados por la banca y su concentración en menos manos se haya producido de una manera tan vertiginosa. En la actualidad se calcula que aproximadamente el 95% de la población española mayor de 16 años está bancarizada. Es decir, sus necesidades monetarias y sus recursos de liquidez están administrados y gestionados por el sistema bancario a través de 35.417 sucursales, 40 millones de tarjetas –de débito, crédito y comerciales– y más de 26.000 cajeros automáticos. No hay ninguna actividad económica que se escape a su control. Desde el cobro de las nóminas hasta la domiciliación de recibos, desde los créditos (hipotecarios, de consumo, comerciales, industriales,…) hasta las pequeñas transacciones comerciales, prácticamente todo el movimiento de la masa monetaria del país pasa por sus manos. Pocas familias españolas escapan a que la banca sea la que administre su dinero. Los grandes bancos españoles se han convertido en el gran administrador colectivo de las rentas nominales que cada familia posee, decidiendo su movimiento de acuerdo a sus intereses y ejerciendo sobre ellos una dirección unificada y centralizada. El Banco Central Europeo dicta formalmente el precio del dinero al prestárselo a los bancos. Pero luego es la banca española la que decide qué rentabilidad (miserable) le paga a usted por sus depósitos, qué interés (varios puntos por encima del euribor y con cláusulas “suelo” que impiden bajar más) le cobra por la hipoteca o por cualquier otro tipo de crédito, cuántas comisiones y de que cuantía le cobra por realizar cada operación. Pero sobre todo, al haber bancarizado al 95% población, disponen de la capacidad de mover y gestionar toda la masa monetaria del país a golpe de directrices y de acuerdo con sus necesidades. Mientras usted cree tener seguros sus mayores o menores ahorros en el banco, lo que en realidad está ocurriendo es que la oligarquía bancaria está disponiendo de su dinero para hacer negocios, mientras le cobra a usted por ello. Y cuando el negocio se enfrenta a problemas, como ha ocurrido tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, inmediatamente se movilizan para que sea usted el que pague la mala gestión que ellos han hecho del dinero suyo. Un yugo histórico Esto no es algo nuevo en nuestra historia. Pero en las últimas décadas se ha intensificado hasta límites extremos. Y con la crisis están dispuestos a darle una nueva vuelta de tuerca. Durante la década de los años ochenta, los beneficios netos de la banca española fueron tres veces superiores a la tasa de beneficios netos de la francesa y la holandesa y el doble de la alemana, la italiana y la británica. Y no porque la banca española fuera más eficiente, sino por la enorme protección que les brindó el gobierno, blindando en las negociaciones para la entrada en el Mercado Común el mercado bancario, lo cual permitió a la banca española disponer del tiempo necesario para iniciar el mayor proceso de concentración bancaria de Europa y monopolizar el mercado español del ahorro y del crédito, el cual estuvo vedado al capital financiero extranjero durante casi una década. Como consecuencia de esta situación de monopolio bancario, el coste de pedir dinero a la banca por parte del empresariado español se convirtió en el más elevado de Europa. Los industriales españoles tuvieron que pagar un peaje extra, los créditos les costaban el doble que a los empresarios norteamericanos o japoneses. Sus consecuencias para la mayoría de la población fueron inmediatas y drásticas: los empresarios, para que la enorme carestía del dinero no se comiera la mayor parte de sus beneficios, pasaron a reducir los salarios reales de los trabajadores asalariados. Desde entonces, a la concentración y bancarización de la economía española que no ha dejado de aumentar, se suma una constante disminución de la participación de las rentas salariales en la distribución de la riqueza en favor de las rentas de capital. Y dentro de éstas, las rentas del capital bancario son las que más crecen a costa de los beneficios empresariales. A partir de los años 90, la creación de lo que podríamos llamar el complejo bancario-inmobiliario ha tenido exactamente el mismo efecto. Sólo que esta vez a una escala superior. Si en 1997 el volumen de depósitos en manos de la banca española era del 80% del PIB, en la actualidad es del 140%. Si en el año 2000 el Banco de Santander otorgó créditos por valor de 74 mil millones de euros, al acabar la década los había multiplicado por más de 9, hasta alcanzar los 682 mil millones de euros en créditos concedidos. La bancarización de la economía española no es un problema técnico, de distribución eficiente de recursos en la economía (el papel que teóricamente debía jugar la banca), sino un medio de dominio y control sobre la inmensa mayoría de la población cada vez más sometida y subyugada por la oligarquía bancaria. Que ahora se dispone, junto con el capital extranjero, a abalanzarse sobre las cajas de ahorro para acabar de completar el “círculo virtuoso” de la bancarización, es decir, de su dominación financiera sobre el país. A mayor bancarización, más capacidad de administrar y gestionar nuestras rentas y más recursos para disponer de un número mayor de nuestras horas de vida y trabajo para engrosar su cuenta de beneficios. Es así como se comprende que la oligarquía bancaria, a pesar de la parálisis y el retroceso de la economía española, siga colocada en el top ten de la banca mundial. No es la crisis, sino su vampirismo lo que desangra al país. Cadena de dominios Pero además, estar sometidos a este grado extremo de bancarización significa también aumentar nuestro grado de dependencia, y no sólo económica sino también política, con respecto a las grandes potencias imperialistas. Por su propia naturaleza, no es posible un desarrollo del capital financiero al margen del conjunto de relaciones que rigen el reparto económico (y político) del mundo. La bancarización de la economía española, al someter de forma creciente al conjunto de la actividad económica del país, no hace sino encadenarla también de forma cada vez más férrea a la cadena de operaciones del capital financiero mundial. Una cadena de operaciones que, al igual que ocurre entre la oligarquía bancaria y el 95% de la población, no está regulada por relaciones entre iguales. A mayor capital y mayor fuerza, mayor es la capacidad de las oligarquías financieras más poderosas del planeta para subordinar y someter a los países más débiles. El capital financiero del que disponen estas grandes oligarquías financieras es, como dice Lenin, “una fuerza tan decisiva en todas las relaciones económicas e internacionales, que es capaz de subordinar, y en efecto subordina, incluso a los Estados que gozan de una independencia política completa”. ¿Reestructuración del sistema financiero para privatizar las cajas de ahorro, bancarizarlas y entregarlas al control del capital bancario nacional e internacional? Nosotros tenemos otro plan. La nacionalización de la banca y la puesta de sus ingentes recursos al servicio de los intereses de la mayoría, de la creación de riqueza y empleo para todos.