Los títulos de crédito de Saul Bass, donde el nombre de los protagonistas se parte en dos mitades, anuncia el tema de la película: la irremediable escisión de la personalidad en dos mitades enfrentadas, el abismo que se encierra detrás del desdoblamiento de la psique humana.
Psicosis fue ya concebida como una elícula atípica. Cuando Hitchcock se encontraba en la cúspide del éxito, decide rodar una película de bajo presupuesto, haciendo gala de una libertad creativa que la emparenta con el cine experimental, sin la presencia de grandes nombres como Cary Grant o James Stewart, y donde, quebrando todas las normas comerciales, se asesina a la estrella cuando no se ha llegado a la mitad del metraje.La escena del asesinato de Janet Leigh en la ducha queda como una de las supremas muestras del impacto del lenguaje visual de Hitchcock. Sin una sola palabra, su fuerza descomunal deriva del choque de primerísimos planos, de los múltiples emplazamientos de la cámara y de la frenética banda sonora de Bernard Hermann, donde los violines suenan a cuchillazos. Una escena con una violencia y una brutalidad sexual que traspasa la pantalla, hasta culminar en el hermoso y perturbador primer plano de Janet Leigh, ya sin vida, donde la belleza de su rostro se funde con la tétrica mirada ida, expresión de la muerte.“Mi amor al cine es más fuerte que cualquier moral”. Esta declaración de Hitchcock constituye una guía para desentrañar la sustancia de su obra.Las películas del genio inglés funcionan a múltiples niveles. Pueden verse como un entretenido divertimento de intriga y suspense. Pero debajo de la capa de misterio, Hitchcock dispara cargas de profundidad, pasa de contrabando un cargamento de subversión difícil de digerir para las mentes de orden.“Psicosis” es una de los puñales más afilados que concibió Hitchcock. Durante la primera media hora, la película es sólo la historia de un robo, y los espectadores estamos preocupados por el destino de la protagonista. ¿Le saldrá bien la operación? ¿Podrá conquistar sus sueños con ese dinero robado?Pero la historia del robo es sólo un “Mac Guffin”, ese cebo argumental expuesto para atraer la atención del espectador pero que no conduce a nada, no contiene nada en su interior. A través de él Hitchcock nos coge de las solapas para no soltarnos hasta el final de la película, desvía nuestra atención hacia un señuelo, rebaja nuestras defensas de resabiados espectadores, no para sorprendernos con otro giro argumental, sino para colarnos sin que nos demos cuenta su explosiva carga.El asesinato de Janet Leigh da un giro radical a la trama. Desde entonces, es Norman Bates el eje a partir del cual se vertebra la película… y se hace cada vez más intrigante.Norman Bates, psicópata esquizoide cuya torturada y reprimida sexualidad lo conduce al crimen de la mujer deseada como supremo mecanismo de censura, ha quedado como paradigma del homicida perturbado.Sin embargo, la diabólica narración de Hitckcock nos conduce a identificarnos con él. La película está cuidadosamente construida para que simpaticemos en un momento determinado con un Norma al que creemos víctima de los crímenes de la madre. A partir de ahí, la película se convierte en una indagación en las fuentes del infernal estado psicológico representado por Norman.Cada fase en el descenso aumenta la tensión dentro de nosotros; queremos saber y tememos saber, queremos que los investigadores descubran la verdad y pongan fin a los horrores y, sin embargo, nos hemos identificado con esos horrores a través de nuestra identificacióon con Norman.La escisión de la individualidad -entre un yo consciente y un inconsciente donde se agitan los más profundos abismos- es permanentemente resaltada de forma visual, a través de la utilización de espejos, que desdoblan constantemente a cada personaje, no sólo a Norman, recordándonos nuestra condición dual.Y es en esa identificación con Norman -aunque fuera sólo por un instante- donde reside la capacidad de perturbación de Psicosis. No es algo que podamos descargar exclusivamente en Norman, alcanzando así la tranquilidad de vernos libres de pecado. La escisión de la personalidad es consustancial a cada uno de nosotros, sólo que Norman no ha encontrado los mecanismos que permiten que esa contradicción se exprese por medios no antagónicos.Los abismos que reconocemos en Norman habitan en cada uno de nosotros. Lo sabemos, aún inconscientemente, y por eso el último plano de “Psicosis”, con un Norman ido, ya poseído irremediablemente por la personalidad de la madre, nos perturba profundamente.Hitchcock realizó “Psicosis” justo después de “Con la muerte en los talones” y antes que “Vértigo”. Es quizá el momento más álgido de su carrera, donde nos lega tres obras cuyas aristas no pueden estar más afiladas.“Con la muerte en los talones” es una moderna pesadilla kafkiana, con un nuevo “falso culpable”, con Josef K reencarnado en Cary Grant, perseguido por un delito que no ha cometido y no puede entender. “Vértigo” nos coloca en el centro de un torbellino de pasión donde el deseo y la muerte se confunden y se necesitan mutuamente. Y “Psicosis” nos obliga a mirar hacia los abismos que más tememos, los que se encuentran en nuestro interior. François Truffaut.- ¿Admite que existe todo un aspecto onírico en sus películas? Alfred Hitchcock.- Son sueños diurnos. F-T.- Tal vez sea inconsciente en usted y ello nos lleve otra vez a los cuentos de hadas. Al filmar al hombre solitario, rodeado de cosas hostiles, incluso sin quererlo, desemboca usted automáticamente en el dominio de los sueños, que es también el de la soledad y los peligros. A.H.- Probablemente soy yo, en mi intimidad. F.T.- Seguramente porque la lógica de sus películas -que ya hemos visto que no satisface siempre a los críticos- es un poco la lógica de los sueños. Films como “Extraños en un tren” o “Con la muerte en los talones” son sucesiones de formas extrañas, como en una pesadilla. A.H.- Esto procede de que no trabajo nunca con lo mediano, no me siento jamás a gusto dentro de lo corriente, de lo cotidiano.