El verdadero problema de Europa es Alemania

«En un extremo está una poderosa y altamente eficiente industria exportadora de gran alcance que genera un gran superávit comercial con el resto del mundo, incluyendo la mayorí­a de paí­ses de la zona euro. En lugar de gastar esa riqueza, los parsimoniosos alemanes prefieren ahorrarlo, guardándolo en los bancos alemanes que han demostrado ser igualmente eficaces en la destrucción de dicha riqueza mediante la inversión en arriesgados valores emitidos, no por casualidad, por los socios comerciales que necesitan capital para financiar su déficit comercial con Alemania».

Para evitar el colaso de los bancos, los contribuyentes alemanes son obligados a utilizar lo que queda de sus ahorros duramente ganados, ya sea para rescatar a sus bancos o a sus desventurados socios comerciales despilfarradores. Los americanos, por supuesto, lo saben todo acerca de esta perversa fórmula de reciclaje económico. En ella se describe lo que sucedió en la década de 1980 con Japón y más recientemente con China. Y en menor medida, describe nuestra relación económica con Alemania, cuyos bancos y compañías de seguros fueron los grandes compradores de hipotecas de alto riesgo estadounidenses de valores comerciales y propiedades (THE WASHINGTON POST) THE WALL STREET JOURNAL.- Aunque EE.UU. y Europa han gastado sumas cuantiosas de dinero para combatir la recesión global y han relajado de forma notoria la política monetaria, no se han inmiscuido en los mercados de divisas, al entender que los altibajos de sus monedas reflejan los fundamentos de la economía. El paquete de préstamos de 110.000 millones de euros (US$136.000 millones) para Grecia, seguido de un compromiso de casi US$1 billón (millón de millones) para otros países europeos en aprietos, dejó al descubierto la fragilidad financiera de la región y planteó la posibilidad de que el BCE tenga que imprimir dinero y devaluar la divisa. EEUU. The Washington Post Olvídese de Grecia, el verdadero problema de Europa es Alemania Steve Pearlstein La zona cero de la crisis de la deuda, de la moneda y de los bancos en Europa no está en Grecia o Portugal, en Irlanda o incluso en España. Está en Alemania. Es lo que dice Martin Wolf, estimable columnista de economía del Financial Times, que esta semana ofrece esta maravillosa y concisa, aunque algo traviesa, descripción de cómo la cacareada maquinaria económica alemana funciona realmente: En un extremo está una poderosa y altamente eficiente industria exportadora de gran alcance que genera un gran superávit comercial con el resto del mundo, incluyendo la mayoría de países de la zona euro. En lugar de gastar esa riqueza fruto de la exportación en un nuevo estándar de vida más alto, sin embargo, los parsimoniosos alemanes prefieren ahorrarlo, guardándolo en los débilmente capitalizados bancos alemanes que han demostrado ser igualmente eficaces en la destrucción de dicha riqueza mediante la inversión en arriesgados valores emitidos, no por casualidad, por los socios comerciales que necesitan capital para financiar su déficit comercial con Alemania. Para evitar el colapso de los bancos, los contribuyentes alemanes son obligados a utilizar lo que queda de sus ahorros duramente ganados, ya sea para rescatar a sus bancos o a sus desventurados socios comerciales despilfarradores. Los americanos, por supuesto, lo saben todo acerca de esta perversa fórmula de reciclaje económico. En ella se describe lo que sucedió en la década de 1980 con Japón y más recientemente con China. Y en menor medida, describe nuestra relación económica con Alemania, cuyos bancos y compañías de seguros fueron los grandes compradores de hipotecas de alto riesgo estadounidenses de valores comerciales y propiedades. Es lo que inevitablemente ocurre cuando un país grande y productivo intenta ejecutar una política económica "mercantilista" basada en un superávit comercial grande y persistente. Normalmente, lo que debería ocurrir a un país así es que, como consecuencia de su superávit comercial, aumentaran los salarios, junto con el valor de su moneda, para reflejar su nueva riqueza y su productividad. Esto tiene el efecto de hacer que las exportaciones sean menos competitivas, mientras que incentivan a los trabajadores para gastar sus mayores ingresos en importaciones más baratas. Y en ese sentido, el sistema crea un mayor equilibrio entre las importaciones y las exportaciones. Ese ajuste, sin embargo, no ha sucedido en Alemania. Y no ha sucedido porque la mayor parte del superávit comercial de Alemania es con otros países europeos con los que comparte una moneda común, por lo que la moneda no se puede ajustar. No ha sucedido porque los alemanes, por su carácter, son propensos a ahorrar y reacios a gastar su nueva riqueza en bienes y servicios importados. Y no ha sucedido debido a que el Banco Central Europeo, impulsado en gran medida por las necesidades de la rectitud económica alemana y el temor a la inflación, ha seguido una política monetaria restrictiva que ha reducido el crecimiento, desincentivando el consumo interno y las inversiones. Pero no es así como muchos alemanes ven las cosas. Se ven en la crisis actual y culpan a sus vecinos mediterráneos derrochadores por usar la cobertura del euro para acumular deudas públicas y privadas que ahora no pueden pagar. Culpan a los fondos de riesgo y otros especuladores por crear una mala situación y aprovecharse de la miseria de los demás. Y están furiosos porque sus líderes les cuentan que no tienen más remedio que rescatar a todos los de fuera. Lo que los alemanes no aceptan es que no habrían sido capaces de vender todos los hermosamente diseñados autos y herramientas de ingeniería, si los griegos y los españoles y los estadounidenses no hubieran estado dispuestos a comprar esos productos y los bancos alemanes no hubieran estado tan dispuestos a prestarles el dinero para hacerlo. Tampoco aceptan que la industria alemana fue capaz de prosperar en la última década debido a una moneda común y una política monetaria común que, con el tiempo, hizo a la industria de algunos países vecinos no competitiva al tiempo que generaba enormes burbujas inmobiliarias en otros. El peligro de que los alemanes no entiendan las causas de la crisis actual es que los lleve, y al resto de Europa, a soluciones equivocadas. Aunque los gobiernos europeos tienen seguramente problemas estructurales a largo plazo en el presupuesto, el desafío fiscal inmediato proviene de la disminución de los ingresos fiscales y el aumento en los pagos de transferencias, que son el resultado de un lento crecimiento y un elevado desempleo. La respuesta política adecuada a esto –junto a la amenaza muy real de deflación de precios en Europa– no es poner a todo el continente una camisa de fuerza fiscal que haga la recesión aún peor. La necesidad inmediata es que el Banco Central Europeo ofrezca un estímulo monetario adicional en forma de tipos de interés más bajos y haga compras directas de bonos gubernamentales. La realidad es que el precio de evitar una peligrosa espiral deflacionaria en Grecia y en España, es que la inflación en Alemania suba hasta un 3 o 4%. También es el momento de abandonar la ficción de que Grecia puede evitar una quiebra. No puede, ni el dinero de los contribuyentes debe ser utilizado para evitar que los bancos y otros tenedores de bonos del sector privado sufran pérdidas en sus imprudentes inversiones. Si se utiliza dinero público, debe ser como edulcorante para una reestructuración "voluntaria" en la que los tenedores de bonos sean invitados a intercambiar bonos viejos por otros nuevos que tengan un valor nominal inferior, pero estén asegurados contra la insolvencia por la Unión Europea. La táctica debe poder utilizarse con los bonos de otros países que se enfrenten a la insolvencia. Esta reestructuración no sólo reduciría el problema de riesgo moral, sino que además evitaría forzar a otros países a entrar en una espiral de depresión y deflación que, como en Grecia, sólo puede conducir a la quiebra. Y si resulta que las pérdidas de la reestructuración ponen en peligro la solvencia de algunos bancos europeos, como se teme, entonces la UE podría utilizar el producto de su nuevo impuesto sobre los bancos para inyectar capital fresco en los bancos en dificultades, un camino que diluye a los accionistas existentes y da a los contribuyentes la oportunidad de obtener un beneficio, siempre y cuando los bancos se recuperen. Esa estrategia funcionó en los Estados Unidos, y no hay razón para que no lo haga en Europa. A largo plazo, la zona euro no tendrá solución hasta que Alemania se dé cuenta de la necesidad de generar crecimiento y riqueza sin empobrecer a sus vecinos y sus socios comerciales. Como ministro de Finanzas, Wolfgang Schauble reconoció esta semana en una entrevista con el Financial Times que Alemania se ha vuelto tan próspera "porque ha sacado más ventajas de la integración europea que cualquier otro país." A menos que los alemanes pueden encontrar una manera de compartir esa prosperidad, otros países pueden considerar que el precio de ser miembro del club es demasiado alto. THE WASHINGTON POST. 21-5-2010 EEUU. The Wall Street Journal La caída del euro genera temores de una intervención coordinada en el mercado Bob Davis, Brian Blackstone y Dinny McMahon Las autoridades en Estados Unidos y Europa podrían verse presionados a recurrir a una de las escasas herramientas que aún no han utilizado e intervenir directamente en los mercados cambiarios si el euro reanuda su pronunciada caída. Las autoridades se han cuidado de no usar esta herramienta durante una década y siguen conformes con permitir que los mercados determinen el valor del euro, que ha caído alrededor de 17% desde principios de diciembre, lo que preocupa a los exportadores de todo el mundo que compiten con los europeos y genera temores inflacionarios en Alemania. La preocupación sobre una posible intervención impulsó el euro a casi US$1,26, luego de que la moneda cayera por debajo de US$1,23 durante la jornada del jueves. "Realmente estoy preocupado por el rápido [ritmo] de la caída del tipo de cambio", reconoció el jueves Jean-Claude Juncker, director de los ministros de Finanzas de la zona euro, aunque indicó que no creía que el nivel del euro requiriera de "atención inmediata". Ted Truman, ex funcionario del Departamento del Tesoro de EE.UU., opina que "es correcto que las autoridades estén pensado en una posible protesta" por la caída del euro a través de una intervención. En una intervención, los bancos centrales compran grandes cantidades de una moneda débil en el mercado de divisas a cambio de una moneda fuerte, con la esperanza de revertir la caída de la moneda débil. Este tipo de maniobras, sin embargo, suele fallar. Ni EE.UU. ni la zona euro han intervenido en el mercado cambiario desde 2000 y ambos no esconden su escepticismo sobre la efectividad de la práctica. EE.UU. se unió a Europa, Japón, Gran Bretaña y Canadá al comprar entre US$3.000 millones y US$5.000 millones de euros en septiembre de 2000, poco después del lanzamiento de la moneda común. Dos meses después, el Banco Central Europeo (BCE) compró más euros, cuando la moneda se cotizaba a alrededor de 87 centavos de dólar, poco menos que la mitad de su valor más alto, que alcanzó en abril de 2008 en alrededor de US$1,60. Aunque EE.UU. y Europa han gastado sumas cuantiosas de dinero para combatir la recesión global y han relajado de forma notoria la política monetaria, no se han inmiscuido en los mercados de divisas, al entender que los altibajos de sus monedas reflejan los fundamentos de la economía. Numerosos economistas creen que el euro se cotiza a un nivel adecuado, si se toma en cuenta el complicado panorama fiscal y las menores perspectivas de crecimiento en Europa. El paquete de préstamos de 110.000 millones de euros (US$136.000 millones) para Grecia, seguido de un compromiso de casi US$1 billón (millón de millones) para otros países europeos en aprietos, dejó al descubierto la fragilidad financiera de la región y planteó la posibilidad de que el BCE tenga que imprimir dinero y devaluar la divisa. Las divergencias europeas sobre la regulación de los mercados financieros también ha presionado al euro. Algunos funcionarios europeos afirman que un declive paulatino del euro es una ventaja económica porque abarata las exportaciones europeas. "Si le pregunta al jefe de EADS [el fabricante de los aviones Airbus] sobre el impacto de la caída del euro sobre sus ganancias, estoy seguro de que se lo puede precisar hasta la última cotización del euro", indicó la ministra de Finanzas francesa, Christine Lagarde, durante una conferencia de prensa en París. Marco Annunziata, economista jefe de UniCredit en Londres, calcula que el euro tendría que caer a alrededor de US$1,10 en una semana aproximadamente para generar una reacción de las autoridades. Un descenso de este tipo podría sacudir a los mercados en todo el mundo, elevar las tasas de interés en Europa y socavar la recuperación de la economía mundial. Una intervención en el mercado de divisas podría adoptar varias formas. Una de las más sencillas serían declaraciones de autoridades clave que avierten, en un lenguaje codificado, de una posible intervención. En junio de 2008, por ejemplo, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, advirtió sobre los peligros de un dólar débil. Eso le dio a la moneda de EE.UU. un breve impulso, aunque la Fed no llegó a intervenir. Otra posibilidad es una declaración coordinada por parte de un grupo de países influyentes, como sucedió en septiembre de 2000. El objetivo de este tipo de declaraciones es producir el desenlace deseado sin arriesgarse a realizar una intervención real que podría acarrear repercusiones negativas. Un riesgo de intervenir es que los inversionistas podrían creer que las autoridades han realizado un diagnóstico erróneo sobre por qué suben y caen las monedas o no tienen la voluntad de lidiar con un problema subyacente. Eso, a su vez, podría conducir a movimientos aún más bruscos en el mercado. La gran incógnita es el papel de China, cuyas reservas ascienden a los US$2,5 billones (millones de millones). Beijing ha reiterado una y otra vez su deseo de diversificar sus fondos, donde en estos momentos predomina el dólar, al aumentar la cantidad de euros. Los analistas creen que es factible que China participe en una acción coordinada para apuntalar el euro. El economista de la Universidad de Harvard Jeffrey Frankel afirmó que la participación china le daría un poderoso impulso a cualquier medida. "Si se interviene ahora [sin China], los mercados probablemente no responderían bien y los gobiernos perderían", indicó. "Si los chinos están de nuestro lado, esos US$2,5 billones en reservas podrían intimidar a cualquiera, incluso los mercados". THE WALL STREET JOURNAL. 21-5-2010