“El cautivo” de Alejandro Amenábar

El valor de un contador de historias

Amenábar nos acerca al Cervantes cautivo, indagando en los conflictos, sueños, pesadillas, placeres, que tuvo que afrontar en una situación tan extrema, huyendo del mito para buscar al hombre.

La vida de Cervantes, no solo su obra, es una historia fascinante. Lejos de la placidez que puede imaginarse en quien ha pasado a la historia como uno de los mayores mitos literarios, tuvo que reinventarse permanentemente, en una ardua lucha por la supervivencia. Huyó de España en circunstancias todavía no aclaradas para instalarse en Italia, renunció a un brillante futuro de hombre de letras para hacerse soldado, quiso probar fortuna en América, se vio obligado a aceptar el peligroso oficio de recaudador de impuestos, por lo que acabó en la cárcel…

Amenábar pone el foco, y eso es un acierto, en un periodo clave de su vida: los cinco años de cautiverio en Argel. Un trauma que, de una u otra manera, tuvo que influir de manera decisiva en su personalidad y en su futura obra literaria.

Y lo hace, como ha ocurrido en todas sus películas, desplegando su maestría para hacer cine, para narrar a través de imágenes, y su capacidad para fabular, para inventar historias. Pisando el suelo firme de los hechos probados, pero empuñando la libertad que ofrece la ficción para rellenar, con hipótesis en unos casos fantasiosas en otros provocadoras, los huecos que la historia no puede rellenar.

Ofreciéndonos una película que mantiene al espectador atento durante sus dos horas y cuarto de metraje, y que se despliega en diferentes planos.

El primero, un sentido homenaje al arte de contar historias, encarnado en uno de los más prodigiosos fabuladores, Cervantes. Hombres poseídos por ese vicio, en el mejor sentido de esa palabra, para los que solo es posible enfrentarse a la vida a través de la fabulación, construyendo otros mundos con la palabra.

Imaginando a un Cervantes que para sobrellevar el cautiverio solo puede empuñar un arma: contar historias. Y en ese ejercicio Amenábar, otro contador de historias, se deleita en el enorme poder que este sencillo acto puede alcanzar.

Amenábar celebra en la figura de Cervantes el enorme poder de contar historias

Un poder que crea comunidad. Con un Cervantes narrador capaz de enganchar y fascinar a su público. Y unos cautivos que a su vez son cautivados, atrapados, por las historias que escuchan.

Un poder que puede cambiar el mundo porque es capaz de inventar otros. Escapando de las cadenas que impone la realidad para poder alcanzar y disfrutar, en las historias, de la libertad que el cautiverio le negaba.

Amenábar con Julio Peña, que encarna a Cervantes, durante el rodaje de “El cautivo”.

Y como hace Cervantes en el Quijote, Amenábar mezcla la ficción y la realidad, haciendo que ambas se contaminen mutuamente. Incrustando las historias inventadas en la realidad del cautiverio, hasta confundir ambas. O convirtiendo la historia del cautivo del Quijote en un cuento inventado por Cervantes en Argel.

Pero este no es el único plano en el que transcurre la película. El cautiverio provoca el choque entre dos mundos, el de la Castilla férreamente católica y el de un mundo musulmán en plena efervescencia.

Y aquí “El cautivo” nos ofrece un canto a la libertad en sus diversos aspectos.

A la libertad física, con los sucesivos intentos de los cautivos por escapar de una prisión cruel que los mata física y espiritualmente.

A la libertad creativa del contador de historias, que no acepta los grilletes que el inquisidor pretende imponer a su imaginación.

Y también a la libertad sexual. El mundo musulmán no se idealiza, se presenta abiertamente la crueldad infinita de la prisión. Pero sí se contrapone la rigidez y la férrea moral de Castilla con una realidad en Argel donde el hedonismo es cotidiano, o la homosexualidad se hace presente sin tanta represión.

Encarnando el fanatismo en la figura del inquisidor Blanco de Paz, un hombre torcido, capaz de la traición más abominable y que vive de controlar las mentes y los cuerpos.

Amenábar hace suya la hipótesis, defendida por algunos investigadores y aborrecida por otros, de un Cervantes que mantuvo relaciones homosexuales, en Argel y antes en España. Hechos hay que lo avalan. Como el incomprensible perdón a un Cervantes que encabezó hasta cuatro tentativas de huida de la prisión en Argel, cuando eso siempre conducía a la muerte. Explicada por algunos por la muy estrecha relación, también sexual, entre Cervantes y el gobernador de la ciudad, el veneciano convertido al islamismo Hasán Bajá.

El cautivo” toma posición por la libertad, también la sexual

En “El cautivo” Amenábar construye una ambigua y turbadora relación entre Cervantes y Bajá, que camina permanentemente entre el amor y el dominio, entre el deseo y la posesión. Con un Bajá magníficamente encarnado por Alessandro Borghi, que aborrecemos cuando practica una feroz crueldad, pero que también es capaz de atraernos y fascinarnos. Y un Cervantes que lucha por su libertad pero que también es atrapado, de manera forzada o no, bajo el encanto de su captor.

Tiene razón Amenábar cuando nos plantea su película, donde se nos presenta a un Cervantes homosexual, como “un buen termómetro para saber si realmente la diversidad y la sexualidad en nuestra sociedad está tan normalizada como creemos”.

“El cautivo” es una historia bien contada. Para algunos eso será poco. Para Amenábar, como también lo era para Cervantes, es mucho.