Una exposición de Antonio López es siempre una oportunidad excepcional. Solo cuatro grandes retrospectivas en su amplia carrera, y la última en España data de 2011. Su particular e insobornable forma de trabajar, que requiere años o incluso décadas antes de entregar muchas obras, le ha impedido planificar exposiciones con la frecuencia que su altura como artista demandaba.
Por eso la exposición dedicada al pintor manchego en Valencia, concretamente en la Fundación Bancaja, a partir del 24 de septiembre es una cita ineludible. Un centenar de obras cedidas por una treintena de instituciones y particulares permiten “una selección única”, con una panorámica de toda su pintura desde los años cincuenta a la actualidad. Incluyendo varias pinturas y esculturas todavía inacabadas, con las que poder acercarse a “su singular proceso creativo”. Y una sección dedicada a las obras su mujer, recientemente fallecida, la también pintora María Moreno.
La obra de Antonio López se construye desde unos códigos donde la responsabilidad moral del artista con la realidad es más importante que las cuestiones de técnica pictórica. Valgan dos hechos para mostrarlo.
En una reciente entrevista, el periodista, tras constatar estar ante “uno de los pintores mundialmente más cotizados”, señalaba que “ese éxito está en contraste con su estilo de vida”, que “destila una frugalidad y sencillez pasmosas”, con “una personalidad despegada de necesidades específicas”.
La respuesta de Antonio López, ante la pregunta “¿Cómo se es tan sobrio?”, nos permite comprender toda su obra: “Yo disfruto, aunque no lo parezca, de unos lujos al alcance de pocos. Disfruto con mi trabajo. Al lado de eso, para mí, tener un yate no es nada. Hay cosas que se consideran un lujo que no me llaman la atención”.
Aquellas prebendas materiales que socialmente son la expresión del éxito “no son nada”, no merecen atención. Sin embargo, un frigorífico destartalado o un simple lavabo pueden ser objetos fascinantes.
Es la misma posición ante la realidad de la que partía Velázquez: ¿por qué un rey o un Papa es más que un herrero o un bufón?, ¿por qué un diamante debe ser más valioso y respetado que un simple limón?
Esta mirada insobornable ante la realidad, que respeta lo esencial, aunque esté socialmente denostado, y prescinde de lo superfluo, aunque se haya impuesto como emblema de una mal entendida riqueza, está en el corazón de la obra de Antonio López y de toda la gran pintura española.
Esa concepción profunda del arte por la que Antonio López admiraba como pintora a su mujer, María Moreno: “Ella tenía una sabiduría natural enorme, yo no. Mari me ha enseñado, como mi tío, el punto luminoso de la tarea de pintar. Es lo más puro que hay. No es ruidoso, no busca lo llamativo. Era de esas personas que no tienen ambición, que pintan porque les gusta, porque han nacido para pintar. Una pintura tan independiente, tan fuera de las normas, de las modas, tan personal, tan honda, tan auténtica… es muy difícil. Es lo que buscamos todos”.
Un hecho, que podría parecer anecdótico, nos revela el impacto de la pintura, tal y como la concibe Antonio López. En la sección Fotos de los Lectores de un periódico español, apareció una instantánea del paisaje urbano de Madrid, con un comentario revelador: “Madrid tiene el color de las obras de Antonio López”.
La realidad, la vida, siempre supera al arte. Pero el gran arte nos enseña a mirar la realidad, a descubrir en ella cosas que no veíamos. La mirada de Antonio López, poderosa, nos permite ver el cielo de Madrid, o realidades cotidianas que antes no nos decían nada, de otra forma, más profunda. Es el papel del arte, porque, como afirma el pintor manchego, “se tardan años en comprender que las cosas tienen profundos secretos”.